El sentido utópico del Descubrimiento de América

La llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo es, para la historiografía, la línea divisoria entre la Edad Media y la Moderna. Si bien tradicionalmente se ha considerado el anhelo de riqueza como el principal motor de la conquista, es decir, una visión mercantilista del mundo ya propia del Renacimiento, subsiste el espíritu medieval de la cruzada religiosa y social. Parte de la iglesia defendía el ideal evangélico de la pobreza, inspirado en el comunismo cristiano primigenio, y algunos trataron de crear en el Nuevo Mundo comunidades sin propiedad privada, utopías prácticas inspiradas a menudo en la de Tomás Moro. Él mismo localizó la suya en América, inspirado no por Colón, quien nunca fue consciente de haber llegado a un continente nuevo, sino por la epístola Mundus Novus de Américo Vespucio. Esta comenzó a circular a partir de 1503 y, gracias a su difusión, el Nuevo Mundo tomaría para Europa la forma de una tierra prometida, apta para el desarrollo de la utopía.

Américo Vespucio y América

No se puede infravalorar, además, la importancia del aumento espacial de la Tierra que se produce al aparecer otro continente. Colón dirige una mirada casi utópica hacia la nueva geografía,  ya que esperaba encontrar allí un mundo no sólo nuevo, sino mejor: su viaje estuvo impulsado en parte por el Paraíso Perdido. Se situaba en el vértice de la Tierra (que para él tenía forma de pera). Allí, en el Nuevo Mundo, creyó identificar los rasgos del mito bíblico, muy similares a aquellos a los que el pensamiento utópico aspirará a lo largo del siglo XVI. Por un lado, es una tierra de abundancia, fértil y de naturaleza exhuberante. Por otro, sus habitantes son los buenos salvajes, seres sencillos y puros, bondadosos en su ingenuidad. Durante mucho tiempo, esta es la imaginería de América que prevalecerá en Europa, obviando los aspectos negativos o diferentes, inspirando las utopías que ven allí un lugar nuevo y bueno, donde se puede empezar una sociedad mejor. El Viejo Mundo aparece, por contraste, como algo difícil de cambiar por el peso del pasado y la corrupción o falta de autenticidad de sus gentes.

Maravall habla del sentido utópico del Descubrimiento: «América ofrece a los españoles las más amplias posibilidades de fabricar un mundo con arte y razón». Añade: «Es la gran ilusión renacentista». Y es que, en el fondo, a pesar de las pervivencias medievales, es un suceso definitorio del Renacimiento, con conquistadores que exaltan su propia individualidad y una glorificación general de la experiencia que, tratada por la razón humana, fomenta la actuación directa sobre el mundo. Y el Renacimiento es el gran periodo de la utopía. Se puede sintetizar con las palabras de Alfonso Reyes en Última Thule: «América comienza a definirse a los ojos de la Humanidad como un posible campo donde realizar una justicia más igual, una libertad mejor entendida, una felicidad más completa».


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