Ya desde las primeras ediciones (la primera se publicó en 1516), la Utopía de Tomás Moro circuló por todo el viejo continente. Por la relativa lejanía de la política inglesa, y porque casi toda su obra estaba escrita en latín cuando las lenguas vernáculas ya eran dominantes en Europa, los escritos de Moro sólo estaban al alcance de lectores con formación humanística. La primera traducción al castellano no se publicó hasta 1637, en Córdoba; su autor, animado por Quevedo, fue el gobernador Jerónimo Antonio de Medinilla. Este creyó, por alguna razón, que sería un texto útil para los habitantes de Sierra Morena en tiempos de Felipe IV. Eliminó el Libro I y vertió al español el Libro II con sus mejores intenciones, «siguiendo más el espíritu del autor que sus palabras».
Sin embargo, algunos españoles se acercaron al libro ya desde sus primeros tiempos. No fueron pocos los representantes de la Iglesia que se la llevaron a América, junto con la Ciudad de Dios de San Agustín. Algunos de estos lectores vieron en la obra de Moro algo más que el entretenimiento que parece que, en buena parte, fue para el autor y sus amigos, y lo tomaron, como dice Francisco López Estrada en Tomás Moro y España, como un «programa “político” de aplicación práctica en una circunstancia concreta», en el que «cabía inspirarse para organizar las nuevas sociedades que podían implantarse en un país que consideraban sin historia». El principal ejemplo de esta aplicación práctica se encuentra en los pueblos-hospitales de Vasco de Quiroga, quien admite en su Información en derecho (1535) la influencia decisiva del humanista inglés. En la historia del Nuevo Mundo contada por los españoles hay, además, leyendas sobre ciudades o lugares paradisíacos, muy probablemente inspiradas por la obra más famosa de Moro.
La sombra de la Utopía se revela en obras de otros autores españoles del siglo XVI, cuyo pensamiento, o al menos una parte de él, puede ser considerado como utópico. Juan Maldonado publica Somnium en 1541. Inspirado en el «Somnium Scipionis» de Cicerón, cuenta cómo, tras una noche de fantasías oníricas, el autor despierta y se va a América desde la Luna. Allí se encuentra con un pueblo de indígenas que se cristianizaron gracias a unos españoles que estuvieron con ellos tres meses. La nueva fe se mezcla con sus costumbres ancestrales, y el resultado es una versión reducida del contenido de la Utopía de Moro. El episodio del villano del Danubio (que se puede empezar a leer aquí y que sigue y termina aquí), contenido en el Libro áureo del emperador Marco Aurelio (1528) de Antonio de Guevara, confronta la cultura bárbara y la romana, en paralelo al choque entre la indígena y la de los conquistadores españoles. La organización social narrada por el bárbaro se inspira en la de la Utopía de Moro. Francisco López destaca el contraste entre «su vida colectiva virtuosa y la realidad de la conquista y opresión, que el villano que parece monstruo denuncia». Ya en el siglo XVII, otra muestra utópica interesante es la de los Comentarios reales de los Incas (1609) del Inca Garcilaso, ya que su descripción del antiguo Perú oscila entre la realidad histórica y el utopismo idealista de Moro (incluida su crítica contemporánea implícita). Por otro lado, el jurista Juan de Solórzano Pereira cita, en su Política indiana (1648), pasajes de Moro que se pueden relacionar con la situación del trabajo en las Indias (sobre los turnos laborales, la jornada de seis horas, etc.). Solórzano sabe que la Utopía es una obra de imaginación, pero considera a Moro una autoridad en organización económica y ve pertinentes algunas partes, y aun realistas y aplicables. En este pequeño recorrido falta señalar que la influencia más directa sucede sobre la Sinapia, la más pura utopía española moderna.
Por último, se puede contar que el libro de Moro era muy popular y trabajado por los estudiantes a lo largo de toda la Edad Moderna, y estos aplicaban algunas de sus ideas donde mejor les convenía. Por ejemplo, el licenciado Andrés de Poza hablaba en un libro de historia sobre «la peculiar manera de vestir de las jóvenes vizcaínas, que van “en cuerpo” y con faldas tan cortas que descubren la garganta del pie». Si bien era poco decente según las costumbres de su época, lo aceptaba porque se podía justificar citando el pasaje de la Utopía en el que se cuenta cómo, para elegir cónyuge, ambos jóvenes debían verse desnudos. Esto ilustra cómo la obra era ya valorada a la altura de los textos políticos de Platón y unos pocos otros clásicos. Francisco López comenta que «fue leída siempre con calor, y los lectores dejaron señal de la conmoción que les producía la lectura, con rasgos de pluma y notas en los márgenes».