La Sinapia está considerada la única utopía hispana propiamente dicha (Omnibona, del siglo XVI, no goza de tanta fama, a falta de edición), la única que sigue el esquema establecido por Moro. Si bien es similar la utopía de los Ayparcontes, publicada en «El Censor» como profunda crítica del clero, Sinapia es más radical y revolucionaria, y también más completa. Descripción de la Sinapia, península en la tierra austral, obra anónima, es un texto que Jorge Cejudo, bibliotecario de la Fundación Universitaria Española, encontró en 1975 entre los documentos de Pedro Rodríguez de Campomanes. Es una antiutopía de su España contemporánea, la del último tercio del siglo XVIII (aunque su primer editor, Stelio Cro, la fechó hacia 1682), todavía dentro de la Edad Moderna. Es casi una sátira especular de esa sociedad (el nombre es una variación de “Hispania”; antes se llamaba Bireia, variación de “Iberia”), que muestra la oposición entre una realidad rechazable, alejada del pensamiento ilustrado, y un ideal del que el autor intenta convencer. Los obstáculos para alcanzar ese ideal son «la propiedad, la novedad de usos, la dominación, la moneda, la estimación de las riquezas y el ocio, la vanidad de la sangre».
La República de Sinapia es, en su geografía, un espejo de la Península Ibérica, situado en una hipotética península de Nueva Zelanda visitada por Abel Tasman. La obra trabaja con una serie de paralelismos y diferencias con la verdadera España. Mientras que en esta «nos habemos criado con lo mío y lo tuyo», en Sinapia se vive en comunidad. En España campan «redomadas políticas», al contrario de lo que sucede en la península inventada, en la que la virtud cristiana es la base de su virtud social. Allí se practica además una perfecta igualdad, frente a unos españoles «hechos a la suma desigualdad de nobles y plebeyos», «corrompidos con el abuso de la superficialidad». El fin último en Sinapia es «la dicha prometida con la venida gloriosa de nuestro gran Dios»; para conseguir esto, el medio es «vivir templada, devota y justamente», así como «la igualdad, la moderación y el trabajo». Todo esto queda muy lejos de los verdaderos gobiernos de España, que han despreciado esos medios y tienen por único objetivo «satisfacer nuestra pasión o redimir nuestra vejación». A ese punto ha llevado el irracionalismo, opuesto a la organización racional que mueve Sinapia.
¿Y cómo es la organización de esta Sinapia imaginaria? Aparece como un país que unificó la cultura de los chinos (que representa la grecolatina) y la de los persas (que sería el cristianismo). La Iglesia está sometida al Estado en todo lo que no pertenece a la conciencia y la moral. Todo se basa en un libro, que todos conocen y leen, a partir del que se reglamenta y organiza racionalmente. La sociedad se fundamenta en la familia, una por casa, presidida por el padre; se asciende por una pirámide jerárquica de “padres” que cada vez abarcan más, hasta llegar al Príncipe. La distribución de los espacios es simétrica y racionalizada, como las formas artísticas, muy al gusto neoclásico. La paz no se mantiene por un cuerpo policial, sino por las mismas leyes; un ejército mantiene a raya a los extranjeros. El núcleo económico está en el trabajo de la familia, basado en relaciones de obediencia. Todos trabajan y no se realizan labores inútiles o superfluas; no existe prácticamente la especialización, alternándose el trabajo entre la ciudad y el campo en turnos de 6 horas bien aprovechados, como en Moro. Las festividades son muy importantes y son narradas extensamente; su fin es que los ciudadanos se unan en amistad. No hay propiedad ni moneda, lo que evita muchos pleitos. Sólo hay juicios sumarios que castigan o premian (a propuesta de los ciudadanos) a quien lo merece. Como en Moro, las leyes son pocas y claras; aquí están, además, redactadas en verso para facilitar su memorización. La educación tiene dos pilares: la formación de opiniones, tarea de los padres de familia, y el aprendizaje de habilidades, en las escuelas. Los que destacan pasan a seminarios militares, eclesiásticos o científicos. Los mejores forman un colegio de sabios, que hacen avanzar las ciencias y las artes (idea ilustrada del progreso). La esclavitud aparece como castigo, con esclavos comprados de otros países o prisioneros de guerra. Su estatuto es casi el mismo que el de los ciudadanos, sólo que sin derechos políticos. Sinapia es, por último, autosuficiente. Sólo se importan medicinas, algunos materiales, nuevas invenciones de artes y ciencias, buenos libros, prototipos tecnológicos que allí no existen y mapas y cartas de navegación de todas partes.
Las utopías siempre han nacido en los momentos de crisis generalizada de las instituciones tradicionales (la cristiandad medieval, en Moro), y el contexto en el que surge la Sinapia no es una excepción. Critica la excesiva terminología científica y, sobre todo, una desigualdad social insoportable, dentro de un rebrote humanístico que, tras el empacho de ideología barroca, busca una nueva vía para plantear cuestiones políticas acuciantes. En esta obra hay una fuerte influencia de la filosofía cartesiana, pero sobre todo de la Ilustración, como se ve en la simplicidad patriarcal o en el cuestionamiento del sometimiento de la Iglesia al Estado. El cristianismo es muy importante en Sinapia (entroncando con la tradicional corriente interpretativa de la Historia de España que no puede concebir su esencia sin él), pero no dirige la sociedad, es un estímulo puro para la virtud moral y humana; es “jansenista”, en el sentido de la España de la época. La política y la moral se unen por un mismo fin, la felicidad, y el medio para llegar allí es la comunidad de bienes. La obra se muestra en última instancia como pedagógica, ya que la organización comunitaria de Sinapia aparece como constante lección: enseña al hombre a «asegurar la conciencia de su función en la familia, en el trabajo, en la ciudad y en la nación».
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One response to “«Sinapia», una auténtica utopía hispánica”
[…] desde hace 35 años parece considerarse a la Sinapia como la única utopía hispánica pura, en el siglo XVI otra obra anónima, nunca […]