Como hemos visto, Bartolomé de las Casas creyó descubrir la utopía en las sociedades indígenas del Nuevo Mundo. Aquella entrada se cerraba con una pregunta: «Los indios vivían en una utopía en funcionamiento. Pero ¿qué hacer para preservarla? ¿Y para… mejorarla?»
En 1516, le presenta sus propuestas al cardenal Cisneros, regente en España. Le muestra un dossier con dos partes: una de atrocidades y otra de remedios. En el segundo se incluye su plan de gobierno para las Indias, con las siguientes directrices (siguiendo a Fernández Herrero, 1992: 221):
1. Terminar con el régimen de la encomienda, para finalizar las relaciones estatales formales (de inevitable desequilibrio) con los indios.
2. Seguiría una reforma moral, dirigida por la introducción de la Inquisición en América. Además, los encomenderos podrían todavía salvar sus almas, pagando para obtener el perdón. Estos recibirían una compensación, obteniendo bajo su cargo a los indios naborías (la casta más baja entre los taínos), que todavía tenían que demostrar su capacidad para vivir por sí mismos.
3. Una ordenación del régimen de vida de los indios bajo administración española. Cada comunidad tendría que tener una ciudad española y un grupo de pueblos de indios, quienes no estarían al servicio de los españoles. Los beneficios quedarían repartidos comunitariamente en esta utopía colectivista.
4. Una reglamentación del trabajo de la que Moro habría estado orgulloso: reducción de horarios, disminución o desaparición de los trabajos más duros, y en general ordenación de aspectos aledaños como el alimento, el ocio, la higiene o la seguridad laboral.
5. La creación de asociaciones hispanoindias de labradores, para que campesinos españoles venidos expresamente del Viejo Mundo enseñaran mejoras agrícolas, educando al indio sin explotarlo. Según Las Casas, se constituiría con esto la república más pacífica y cristiana del mundo, basada en la fusión por el mestizaje de ambos pueblos.
La reforma fue rechazada. En mayo de 1517 presenta un plan similar ante Carlos I en Valladolid, con algunas novedades. Lo primero era lo primero: había que reconocer la libertad de los indios. Libres pero patrimonio regio, por supuesto. Lo segundo era favorecer el matrimonio mixto. Lo tercero, la selección de familias españolas para ser enviadas con facilidades, quedando allí en proporción de una cada seis familias indígenas. En 1518, el emperador acepta este proyecto de colonización pacífica para Cumaná (Venezuela), hacia donde se dirige Las Casas con 60 labradores. Mientras él pacifica, los labradores españoles huyen. El resto de su periplo americano puede leerse aquí, con distintas idas y venidas, éxitos y fracasos.