Jerònima Galès, una impressora valenciana del Renaixement.

Era el año 1562. Mientras el Consejo de Valencia entregaba al taller tipográfico de la familia Mey las acostumbradas cincuenta libras reales –como ayuda de costa debidas por el ejercicio del offiçi de stampadors de la dita çiutat– surgían de sus prensas los comentarios a la lógica y física aristotélicas de Arcisio Gregorio, un tratado pedagógico basado en la retórica terenciana de Miguel Ferrer, la recopilación de las obras de Juan Fernández de Heredia o los sermones de Pedro López de Cárdenas, además de centenares de pliegos impresos con estampas, bulas e imágenes grabadas de la Virgen y de San Lázaro para el Hospital General. Precisamente, aquel año de 1562, Jerònima Galés, viuda del impresor de origen flamenco, Juan Mey, casada en segundas nupcias con el corrector, Pedro de Huete, y madre de los también impresores Pedro Patricio y Felipe Mey, escribió e imprimió en los preliminares de la traducción castellana del Libro de las historias de Paulo Iovio  estas palabras:

Puesto que·l mugeril flaco bullicio
no deve entremeterse en arduas cosas,
pues luego dizen lenguas maliciosas,
que es sacar a las puertas de su quicio.
Si el voto mío vale por mi officio,
y haver sido una entre las más curiosas,
que de ver e imprimir las más famosas
historias ya tengo uso y exercicio…

Jerónima Galés reivindica con estos versos –que utiliza simbólicamente a manera de espejo– su experiencia personal. Es una práctica solitaria de identificación, porque no escribe para decir cosas sobre el mundo que la rodea, sino para decirle al mundo quién es ella. Quiere recuperar la autoridad de la palabra sobre sus saberes. Proclama su valía y capacidad de creación dentro del mundo del libro. Da valor así a su experiencia personal y a su oficio, consciente       –sin duda– que irrumpía en un espacio social considerado masculino, sacando con ello “las puertas de su quicio”. Esta autoexpresión la aleja de la imagen de ella que podíamos tener a través de los textos oficiales y legales, donde Jerónima Galés aparece cuando tiene que hacer frente a necesidades domésticas, familiares o profesionales, dentro del negocio familiar.

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La presencia de la mujer no solo puede encontrarse en los oficios más “indicados” para ella, como los telares, la sastrería, los bordados o los servicios domésticos. También tienen representación, desde la baja Edad Media, en otras ramas del artesanado, en otras aplicaciones manuales de la industria urbana, como la escritura y la copia de libros. Existen algunos antecedentes de mujeres que se habían dedicado al mundo de la producción del libro manuscrito, como escribientes, miniaturistas, encuadernadoras o libreras. El salto hacia la imprenta no debió representar, pues, un gran abismo.
La mayor parte de los estudios sobre impresos antiguos se han dirigido a la edición de catálogos tipobibliográficos, mientras que se ha dedicado poca atención a la evolución de los talleres de impresión, a los impresores o a los otros agentes del libro y, menos aún, a las mujeres tipógrafas que procuraron la supervivencia y el mantenimiento de los trabajos de impresión de sus talleres familiares.
Los estudios que se han aproximado a las mujeres impresoras con la intención de definir el trabajo que la mujer desarrolló en la imprenta europea, se han topado con las mismas dificultades. Por una parte, la irrelevancia dada a las impresoras en los primeros estudios que hablaban de la historia de la imprenta;  por la otra, la escasa atribución a las impresoras de la autoría de la edición de un libro en los primeros catálogos tipobibliográficos (incluso cuando se habla del propio taller familiar y se sabe que el maestro impresor ha fallecido). En el caso de Jerònima Galés, estos dos problemas también existen. No obstante, muy pronto la historiografía cita mujeres que regentan y complementan el trabajo de las imprentas y librerías puestas a nombre de sus cónyuges, como es el caso de Elionor Eximenix, que financió el impresor Lambert Palmart cuando se estableció en Valencia el primer taller de imprenta peninsular; o los de Francisca López, viuda de Lope de la Roca (1498); la viuda de Juan Crisóstomo Garriz (1631-1640), y la viuda de José Gasch (1647-1650). No es casual encontrar libreras e impresoras en los albores de la difusión del invento de la prensa con caracteres móviles, como Isabel Trinxer o Isabel Robiols, registradas en los documentos de archivo confesando deudas por la compra de papel o de libros. Investigando la historia de las mujeres impresoras hacemos una verdadera historia de los talleres de imprenta. Tenemos que reconocer e identificar la valía y la importancia de impresoras como la viuda de Juan Carlos Amorós, la viuda de Hubert Gotard, o la viuda de Baresson, en Barcelona y, en el caso de Lérida, el oficio ejercido por Margarita Anglada. Podemos añadir, a lo largo del siglo XVI, los ejemplos de María Ramírez, viuda de Juan Gracián (Alcalá de Henares, 1587-1624); Juana Millán (Zaragoza, 1537-1549); Isabel de Basilea (primero, como viuda de Alonso de Melgar y, después, como miembro de la familia Junta en Burgos y en Salamanca, 1526), o Brígida Maldonado, viuda de Juan Cromberger (Sevilla, 1540-1545), entre otras. Todas ellas, mientras estuvieron casadas, apoyaron la actividad impresora de su marido, y la asumieron plenamente a raíz de enviudar. La viuda pasa a ser, entonces, cabeza de familia y mujer de negocios, aplica las prácticas tipográficas y preserva la cohesión del patrimonio familiar. Una vez a la cabeza de un taller, se visualiza su trabajo en los pies de imprenta de las portadas o en los colofones de los libros y pliegos sueltos estampados que surgieron de aquel taller tipográfico. Con semejantes fuentes (el pie de la portada o el colofón) el trabajo que pudiera definir a las mujeres en el taller se confunde fácilmente con el trabajo intelectual del marido, por más que las mujeres estén bien presentes en el mundo de la edición del libro y no se trate de casos aislados e irrepetibles.

La artesanía del libro era en aquella época una empresa urbana más. Estos negocios tenían fundamentalmente una estructura familiar, y no debemos olvidar que el trabajo femenino se desarrollaba mayoritariamente en el seno de la familia. Observamos mediante los documentos las estrategias de matrimonio de las viudas, las asociaciones de talleres o las relaciones de parentela, que constituyen unos vínculos tan importantes como los de las clientelas de lectoras y lectores para la subsistencia del taller. La actividad de las mujeres como impresoras, libreras, encuadernadoras o correctoras era bienvenida en los talleres ya que, siendo los encargos inciertos y el negocio del libro poco seguro, la actividad profesional de las mujeres en el taller tipográfico familiar era, más que beneficiosa, indispensable y esencial para la supervivencia del mismo. La formación de mujeres, viudas, hijas y hermanas en un ámbito tan específico como el de la imprenta, que requiere de un aprendizaje técnico especializado y cualificado, debió realizarse de forma medio autodidacta y medio instruida dentro del taller, donde trabajaban junto a los varones de la familia. El trabajo diario de las impresoras (documentado en los archivos) nos señala, además, la contradicción clara que existía entre la normativa y la práctica real cotidiana, dado que las impresoras figuran en posición marginal en las regulaciones gremiales, cuando no eran en absoluto secundarias en la producción del taller. El elevado número de impresos donde aparecen mujeres (en general, viudas de tipógrafos difuntos) en las portadas o en los colofones contrasta así con la escasa atención que los historiadores del libro y de la tipografía han prestado a su trabajo.
El caso de Jerónima Galés denuncia las aproximaciones historiográficas a las pocas impresoras que han sido objeto de análisis por parte de la investigación tradicional, pues resaltan su papel testimonial en la continuidad del taller o negocio familiar hasta que el hijo pudo encargarse. El de Jerónima Galés no fue un sencillo caso de transición. No fue un “añadido” en la historia de la imprenta familiar, sino la persona que mantuvo la imprenta sin desfallecer hasta que, años después, la regentaran sus hijos, sin ella la imprenta se hubiera debilitado y hundido antes de participar en su  funcionamiento sus hijas e hijos. Ejerció durante décadas su oficio en el seno del invento que forjó la modernidad y a través de su figura y de sus trabajos impresos llegamos a comprender mejor el mundo del libro y la sociedad de lectores y lectoras de la época.

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De la impresora valenciana Jerónima Galés, no podemos establecer sus orígenes, procedencia y condición. No obstante, sí que sabemos con certeza que trabajaba en el taller familiar antes de la muerte de su marido el impresor, Juan Mey, introductor de la tipografía en caracteres de estilo aldino en la ciudad de Valencia; y, también, que fue madre de un conocido impresor, catedrático humanista y traductor de Ovidio, Juan Felipe Mey. En el testamento de su primer marido se le encomendó la tutela y formación académica y tipográfica de sus hijos, que fueron Ángela Serafina, Isabet Escolástica, Juan Felipe, Anna Ypólita, Francisca Egipciaca y Pedro Patricio. Heredado el taller Mey nunca dejó de regentarlo, utilizando para la tramitación oficial su propio nombre, Jerónima Galés, seguido del, y de Mey, que cambió posteriormente por el y de Huete, tras contraer segundas nupcias con el impresor Pedro de Huete. Por la longeva regencia de Jerónima Galés dirigiendo el taller familiar Mey –del 1556 al 1587–, se adivina que debía ser muy joven al casarse por primera vez, y que todavía lo era cuando enviudó (quizá embarazada de su último hijo, el también impresor, Pedro Patricio Mey). Jerónima Galés, después de dos matrimonios y seis hijos, y de más doscientas sesenta obras impresas, murió, el mes de octubre de 1587.

Esta colección de casi trescientas obras que surgió del taller familiar Mey en el período de regencia de Jerónima Galés a demanda del Estudio General, del Consejo Municipal, de los diputados del General, del Arzobispado o de otras instituciones de beneficencia como el Hospital General de Valencia, se encuentra dispersa por bibliotecas de todo el mundo. Jerónima Galés continuó con la misma idea editorial del taller familiar Mey, imprimió (de autores y autoras) contemporáneos libros doctrinales, manuales universitarios, corpus legales, crónicas, traducciones grecolatinas y obras teatrales. Se trata fundamentalmente, de obras en octavo y en tipo cursivo de autores humanistas (latinistas y helenistas), y ediciones de textos clásicos o sus comentarios, como los de Francesc Dassió, Pedro Juan Núñez, Miguel Jerónimo Ledesma, Jerónimo Pérez, Hernán López de Yanguas, Luciano de Samosata, Pedro Ximeno, Antonio de Nebrija o Juan Luís Vives. Unidos a la difusión de tratados, que podemos calificar de manuales universitarios, imprimió también bastantes textos espirituales, litúrgicos y religiosos, desde el Processionarium iuxta ritum et usum metropolitanae Ecclesiae Valentinae al Canones  decreta sacrosancti oecumenici et generalis Concilii Tridentini. La renovación espiritual del siglo XVI basada en el perfeccionamiento religioso a través de la lectura personal y profunda de libros de devoción espiritual, de pocas hojas y una larga tirada, está representada con títulos como la Exercitatorio de la vida espiritual de Francisco García de Cisneros, la Historia de la sagrada passión de nuestro redentor Iesu Christo de Diego Ramírez Pagan, o la Obra utilíssima de la verdadera quietud y tranquilidad del alma de Isabel de Sforza. La participación de las autoridades civiles en la edición de obras de carácter legal, como los Furs o de los pliegos sueltos donde se publicaban las leyes o Crides, es otro tipo de impreso característico del taller de los Mey. El Consejo de Valencia empezó un proyecto de edición de libros para el enaltecimiento del pasado propio, del que formaría parte las historias laudatorias del reino y de la ciudad, representadas en las impresiones de las Crónicas reales. De los autores coetáneos destacan las numerosas ediciones –y reediciones– del gramático y dramaturgo humanista, Juan Lorenzo Palmireno, la impresión del poeta valenciano –aunque traducido al castellano– Ausiás March, y la obra de Ángela Almenar y Monfort. En la Valencia de los Mey, no solo tenían cabida las preocupaciones por la vida espiritual o por las ciencias humanas. Las fiestas y los espectáculos emanaban por todas partes y eran del gusto del pueblo, la consecuencia era la publicación de obras como el Cancionero de Pedro Hurtado, El buen aviso y portacuentos y Turiana del librero Joan Timoneda, los Ocho libros de la segunda parte de la Diana de Jorge de Montemayor, Diana enamorada de Gaspar Gil Polo o Los amantes de Andrés Rey de Artieda.

A la antología de los libros se ha unido ahora un corpus extraordinario de documentos surgidos de los grandes archivos valencianos: el del Reino de Valencia, el de la Diputación, el Municipal y el del Colegio del Corpus Christi. Es a raíz de esta investigación que se ha acometido el análisis de la vida y del trabajo tipográfico de la impresora Jerónima Galés. Precisamente porque llegó a ser la pieza clave de uno de los más importantes talleres valencianos, los archivos y las bibliotecas han conservado, en la memoria escrita que custodian, un número considerable de testimonios archivísticos resultado de la intensa actividad productiva y de relaciones sociales de Jerónima. La recuperación de este conjunto de documentos, fruto de la investigación en los archivos y bibliotecas, proporciona información de primera mano sobre el mundo que rodea la producción y la circulación del libro en la Valencia del quinientos. Los documentos de archivo describen tanto detalles del taller como de la familia. Al preguntar a los documentos, guardados en los archivos valencianos mencionados, qué saben del taller Mey, nos responden que los Mey fueron una familia respetada por los jurados del Consejo Municipal y por los diputados de la Generalidad de la Valencia del siglo XVI. La buena valoración queda patente por la financiación editorial y la subvención regular, con los que muestran su deseo de mantener el taller Mey en Valencia. Entre aquellos documentos destacan los inventarios de bienes del taller tipográfico y los testamentos de la misma impresora Galés –tres en total–, los correspondientes a sus maridos, Juan Mey y Pedro de Huete, y, finalmente, el de su hijo, Juan Felipe Mey. También, las ápocas autógrafas –conservadas por las instituciones con que mantuvo relaciones económicas–, que nos descubren la experimentada y competente mano de una impresora que se sirve de su escritura para dejar constancia de la percepción de diversos pagos por trabajos tipográficos. Llama la atención, teniendo delante estos albaranes, la excelente ejecución gráfica que consiguió Jerónima, dado que no es fácil localizar documentos redactados por mujeres que presenten una escritura propia de un profesional:

Albaran autógrafo de Jerónima Galés, cfr. Valencia. Archivo General y Fotográfico de la Diputación de Valencia, Hospital General. Compte i raó (1557-1558), V-1-188, fol. 45r.

 

Jerónima Galés, como otros impresores e impresoras, vivía en la misma casa donde tenía el taller; un mismo lugar para criar a los hijos, confeccionar las obras, venderlas y formar y enseñar el oficio a la nueva generación de impresores de la familia. Reproducía así, Jerónima, el mismo tipo de ambiente familiar-artesanal en el que ella había adquirido la experiencia, el bagaje y la formación para asumir el ejercicio del oficio de impresor. El azar del destino forzó a Jerónima a conjugar su maternidad con la imprenta familiar. Se acostumbró a conocer y relacionarse con personas que giraban en torno a la fabricación del libro en el taller de la imprenta familiar; y, como no, allí aprendió a tratar con los autores y editores, es decir, las personas y las instituciones que satisfacían los gastos de edición, a las que a menudo se debía dirigir para conseguir las subvenciones oficiales. Hubo de procurar, a su vez, el tratamiento con los libreros, redes de distribución y venta de sus libros y, finalmente, tuvo que interesarse por el público, potencial adquirente y futuro propietario de los libros, para conocer sus intereses literarios, profesionales, etc. El taller familiar es, pues, el centro del escenario en el que Jerónima Galés tuvo que interpretar su papel. Jerónima Galés se enorgullecía de ser impresora y –más importante– como tal fue considerada por los otros.

Soneto de Jerónima Galés impreso en los preliminares al libro de Paulo Iovio, Libro de las historias y cosas acontescidas en Alemaña, España, Francia, Italia, Flandres, Inglaterra, reyno de Artois, Dacia, Grecia, Esclavonia, Egypto, Polonia, Turquía, India y Mundo Nuevo, y en otros reynos y señoríos Visto y examinado, y con licencia impresso en Valencia. En casa de Ioan Mey, 1562 (Madrid. Biblioteca Nacional, R-2939)

 

La vida de Jerónima Galés puede calificarse de poco corriente. Sin duda, se puede decir que tiene algo de excepcional. Su singular experiencia como impresora había pasado desapercibida y los bibliógrafos se habían referido a su trabajo con condescendencia, esto sucede, si se analiza la historia del libro siguiendo unos cánones tradicionales. Sin embargo, al cambiar la metodología, lejos de una visión del mundo del libro sin mujeres impresoras, emerge de las fuentes archivísticas la verdadera figura de Jerónima Galés que trata de combatir conscientemente las posibles reticencias a su ejercicio profesional. El caso de Jerónima Galés pone de relieve que su insuficiente representación en los catálogos no es óbice para la identificación del trabajo femenino en el mundo del libro. Su ejemplo nos debería hacer reflexionar sobre la supuesta incapacidad de las impresoras para dirigir sus respectivos talleres, o su falta de dominio de la técnica de impresión. Por ello he querido presentar en este trabajo un aspecto de la historia de la imprenta no reconocido: el de la labor profesional, intelectual y económica de las mujeres en los talleres tipográficos familiares.

El viaje hacia la vida de la impresora Galés empieza aquí. Confío que la semblanza de su existencia y obra que se hace en este libro sea de utilidad para explicar algo más sobre el universo del libro.

Rosa Mª Gregori Roig
Doctora en Historia por la Universidad de Valencia
Archivo de la Corona de Ara

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