El superdotado suele caracterizarse por tener una sensibilidad muy elevada. ¿Hasta qué punto tiene que controlar esa sensibilidad? ¿Es un defecto esta hipersensibilidad?
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¿INTELIGENTEMENTE SENSIBLE O SENSIBLEMENTE INTELIGENTE?.
Uno de los rasgos fundamentales (y no sé si demasiado estudiado o no) de la persona con alta capacidad es la elevada sensibilidad o hipersensibilidad emocional. Habitualmente se considera que dicha sensibilidad es un rasgo subsecuente de la susodicha alta capacidad intelectual del individuo, como si estuviese indisolublemente asociado a ella. Cierto es que los superdotados nos caracterizamos por ser especialmente sensibles, sobre todo frente a aquello que más directamente nos afecta, frente a las injusticias, frente a la falta de tacto de la gente, frente a los males del mundo y el sufrimiento de los demás, etc…
¿Seguro que todo esto es exactamente así?. Una vez más, ¿no nos estaremos tomando demasiado en serio a nosotros mismos y haciendo de nuestra sensibilidad bandera de reivindicación de no se sabe muy bien qué?.
Reflexionemos, pues, acerca del término “sensibilidad”. “Primum definitio terminorum”, que dirían los clásicos. Según el diccionario de la RAE la sensibilidad se define como: “Facultad de sentir, propia de los seres animados./ Propensión natural del hombre a dejarse llevar de los afectos de compasión, humanidad y ternura./ Calidad de las cosas sensibles./ Grado o medida de la eficacia de ciertos aparatos científicos, ópticos, etc…/ Capacidad de respuesta a muy pequeñas excitaciones, estímulos o causas.”. ¿Nos dice algo esta definición o no nos dice nada para el tema que nos ocupa?.
No vamos a entrar en las definiciones de los manuales de psicología al uso, pues van en una línea parecida al conjunto de acepciones que aquí vemos, según nos movamos más en una corriente o en otra. Por ejemplo, la cuarta acepción hace referencia, aunque no de modo directo, al concepto más estrictamente científico de “sensibilidad”, concepto caro a la psicología experimental por aquello de los cambios reflejados en la variable dependiente, etc… No vamos por aquí.
Parece que la segunda acepción se acerca más a lo que pretendemos exponer. Vemos así que habla de una “propensión natural del hombre”. Es decir, sensibles somos todos, superdotados o no, no lo olvidemos. Luego habrá que ver en qué grado se manifiesta esta sensibilidad para dar lugar quizá a otra cosa, más o menos controlable o domesticable.
El individuo superdotado o con alta capacidad se caracteriza normalmente por “sentir mucho, pero sin saber lo que siente”, es decir, por no saber al mismo tiempo muy bien hacia dónde va dirigida esta sensibilidad, por no saber identificar el objeto de su sensibilidad.
Y una vez establecido el hecho y el término, llega la pregunta interesante: ¿qué viene primero: la inteligencia o la sensibilidad?. O dicho de otra forma: ¿se es sensible por inteligente o no será más bien que el superdotado es inteligente por sensible?. En definitiva. ¿inteligencia sensible o sensibilidad inteligente?.
Tampoco vamos ahora a transitar por el archifamoso discurso zubiriano (de profunda raigambre filosófica) de la “inteligencia sentiente” y viceversa, aunque no iríamos desencaminados por ahí tampoco. Pero dejémonos de graves filosofías; es algo más cotidiano y menos metafísico lo que nos ocupa.
Así las cosas, tenemos entre manos un nuevo dilema. Y yo trato de apostar por la tesis de que el superdotado no es sensible por inteligente, sino inteligente por sensible. Es decir, su sensibilidad (su capacidad de ver, de percibir, de ser esponja o caja de resonancia emocional de todo lo que le rodea) estaba ahí antes que su inteligencia.
La inteligencia, como capacidad, pasa a ser así subconjunto de algo más amplio. ¿Hablamos de “inteligencia emocional”?. No me atreveré a tanto y no está en mi ánimo entrar en tan arduo debate, pues opino que la inteligencia emocional (o lo que comúnmente así se denomina) posee otros componentes añadidos que habría que estudiar con mayor detenimiento. No vamos a enmendar la plana aquí al señor Goleman y otros autores. ¿Hablamos, entonces, de “sensibilidad”, de “consciencia”, “hiperconsciencia” o “metaconsciencia” como ese “algo” mayor y más englobante, omniabarcante si se me permite, que comprende la inteligencia como uno de sus componentes y se interrelaciona con ella?.
En mi propia experiencia como niño superdotado, recuerdo perfectamente que la imagen que se me presentaba de mí mismo nunca fue la de alguien muy inteligente. Yo siempre me definía más bien como “un chico despierto”, alguien “muy consciente de todo lo que le rodeaba”, hasta el punto de andar por la calle, cruzarme con la gente y captar casi al vuelo cómo se sentía, sus sentimientos, su estado emocional general. Las dotes de buen observador propias del superdotado también conjugan bien con esto que estoy diciendo. ¿Qué?, ¿a que se identifican ustedes con lo que les cuento?.
Así como la inteligencia no es unilineal, sino poliédrica o multidimensional, la sensibilidad y la consciencia también lo son, por su propia naturaleza, mosaico emocional de nosotros mismos. No pretendo, no obstante, que se me interprete mal por el uso del término “consciencia” que hago en este artículo, no se vaya a pensar que estoy hablando de algo esotérico o con olor a secta. Acabáramos. Simplemente me atengo al uso corriente del término en expresiones del estilo de “ser consciente de”. Todos nosotros somos “conscientes de”; nos ha pasado a todos, ¿a que sí?.
Pero, una vez más, está la otra cara de la moneda: la aparente (y digo bien cuando digo “aparente”, ahora verán porqué) opacidad emocional del superdotado en diferentes ocasiones. A este respecto, permítanme que les cuente una anécdota.
En una ocasión, un periodista conocido mío, superdotado a la sazón, había ido de acampada con unos colegas suyos, antiguos compañeros de la carrera. Estando en un albergue de montaña, a media mañana, uno de ellos tuvo una indisposición tan grave que se puso muy enfermo (no recuerdo ahora el problema, pero creo que se trataba de un problema de estómago o una hemorragia interna); tan es así que a las pocas horas falleció allí mismo. No se pudo hacer nada por él y se había llamado incluso al equipo médico de salvamento en montaña, a la cruz roja, etc…. Mi conocido me cuenta que le despertaron para referirle el problema de su colega cuando todavía vivía. Él se hallaba en una habitación contigua, y mientras duró todo el proceso, estando todo el mundo alborotado, él ni se inmutó. Un viejo compañero de facultad se estaba muriendo al lado de su habitación, casi delante de sus narices, y él se quedó quieto en la cama como si tal cosa. Más tarde dijo sentirse culpable por su “falta de sensibilidad” al no haber reaccionado.
¿Es esto así?. Examinemos detenidamente lo que pudo ocurrir. Muy grave, muy sospechoso y demasiado fácil me parece achacar a alguien falta de sensibilidad por algo así. Para empezar, se trata de una conducta muy extraña caracterizada por una clara falta de reacción (tanto emocional como ejecutiva) ante un hecho fortuito. Lo que creo que le pasó a mi conocido periodista es que tuvo un colapso emocional: es decir, simplemente, lo que estaba pasando le desbordó de tal manera que se bloqueó y perdió toda capacidad de reacción.
Aún hoy día cuando hablo con él tiene dudas y se siente culpable por no haber ayudado a su amigo en el albergue, pero me parece más plausible la explicación que le doy al hecho en base a su alta sensibilidad emocional: es decir, le estaba afectando tanto lo que estaba pasando, que no fue capaz de reaccionar. No es que no quisiese a su amigo, no es que le negase conscientemente la ayuda, le diese igual o fuese un cobarde: es que tenía tal estado de congestión emocional en ese momento, su sensibilidad estaba tan “atropellada” y confusa, digámoslo así, que fue incapaz de reaccionar, lo que da como resultado una “aparente” (y ahí iba yo) frialdad emocional, apatía o insensibilidad.
He traído a colación el ejemplo porque puede recordarnos esa clase de casos en que una persona llora por un gatito pequeño y luego es capaz de matar a alguien. No es exactamente lo mismo y no nos vamos a ir ahora por los derroteros de la psicopatología, pero sí es cierto que el superdotado aparentemente frío e insensible no es que verdaderamente lo sea, sino que probablemente no se hace cargo de sus estados emocionales, hasta el punto de que colapsan en él de tal forma que dan como resultado otra cosa en muchas ocasiones.
Con esto no quiero justificar perennemente al superdotado (ni yo justificarme como tal). Lo dije más o menos al principio del artículo: ojo con utilizar la alta sensibilidad como una suerte de victimismo actuante y ejerciente que nos sirva para ir de interesantes o de víctimas por la vida. Y cuidado no obstante con la otra cara de la hipersensibilidad (que también puede llegar a darse): las emociones negativas forjan psicópatas, asesinos, personajes con desequilibrios importantes, frialdad emocional real, falta real de sensibilidad, etc…Pero esto es harina de otro costal, alta psiquiatría, que no nos ocupa.
La sensibilidad ha de estar al servicio del equilibrio entre nuestras capacidades y nuestras expectativas (y no al revés: recuerden mi anterior artículo). La sensibilidad no bien canalizada es caballo desbocado, y sirva la inteligencia como rienda para sujetarlo. Que seamos sensibles antes que inteligentes (tesis en la que yo creo) no obsta para que esa inteligencia consecuente sea luego la que (inteligentemente) regule nuestra alta sensibilidad para conducirnos por la senda de la felicidad (si es que esta senda existe).
Así, ¿inteligentemente sensibles o sensiblemente inteligentes?. Una vez más, las dos cosas en justo término medio y equilibrio, sin irnos a disyuntivas innecesarias (aunque sí a debates necesarios y diálogos incesantes, en busca de la verdad).
No sé. He hablado de muchas cosas en este artículo y el tema daría para mucho más. He dejado muchas cuestiones abiertas pero no es mi intención cansar al lector, sino sólo abrir juego. Como pasatiempo, intenten localizar en el artículo todos los substantivos que llevan al lado el adjetivo “emocional” (que son unos cuantos) y traten de pensar sobre ellos, buscándoles una definición personalizada. Dije “abrir juego”; en definitiva, una vez más, sembrar para que todos podamos recoger.
Un saludo y feliz cosecha.
Francisco Miguel Mostazo Álava.
ciasgenta@gmail.com
Psicólogo y superdotado.