El descendiente directo, Nzinga Bemba, había sido bautizado en 1491 con el nombre de Alfonso; eliminó a Nzinga Mpangu y a sus partidarios, y tomó el poder bajo el nombre de Alfonso I. fue un soberano ilustrado y activo, que puso en marcha un programa de cristianización y de europeización destinado a consolidar su dinastía. La dinastía bantú cristiana durará hasta el siglo XVII.
Alfonso I da a su capital Mbanza el nombre de San Salvador; se construyen en ella una decena de iglesias, convirtiéndose en un hogar misionero. Llegará un momento en que varios millares de europeos residan en San Salvador. Quiere abrir una gran escuela destinada a la formación de los hijos de los jefes, donde se instruiría una nueva élite; pero los misioneros pelean entre sí y Alfonso debe renunciar a su gran proyecto. Entonces envía a los hijos de la aristocracia congolesa a hacer sus estudios en Portugal, donde son bien acogidos. Manuel I de Portugal envía en 1512 una misión de cinco navíos que lleva al Congo artesanos, planta de vivero y animales domésticos. Simón da Silva, jefe de la expedición, recibe el encargo de construir para Alfonso I un palacio de piedra con varias plantas, enseñarle a comportarse en la mesa, organizarle una corte, hacerle llevar una existencia digna de un rey muy cristiano. Crea títulos de nobleza, atribuyendo a los señores negros títulos como marqués de Pembe, conde de Sogno, duque de Bata o gran duque de Bemba. Se crea una especie de administración a la portuguesa, al menos en lo que concierne a los títulos y funciones. El hijo de Alfonso, Enrique, que ha estudiado durante largo tiempo en Portugal, va a Roma, donde es nombrado obispo de Utica por el Santo Padre; vuelve a su país en 1521 y muere allí en 1530.
La dificultad de la experiencia es doble: por un lado, no basta que los africanos adopten algunos signos externos de la civilización europea y de cristianismo para haber asimilado su contenido; por otra parte y sobre todo, los portugueses no aportan una asistencia técnica totalmente desinteresada. Quieren también hacer negocio. La orden de la misión de Simón da Silva tiene una contrapartida: se pide al rey del Congo que provea de marfil y esclavos; se espere de él que favorezca la actividad de los negros que viene a proveerse en su territorio. Sin duda, la esclavitud es normalmente porticada en el reino del Congo; cuando los soberanos instalan las misiones cristianas, les entregan no solamente tierras, sino también esclavos para trabajarlas. Pero lo que da al problema un nuevo aspecto es que la demanda de los negreros portugueses hace pasar la esclavitud de la limitada escala familiar a la escala comercial, que no conoce límites.
Alfonso I, que muere alrededor de 1541, pasa a la posterioridad; realizó un inmenso esfuerzo; luchó en varios frentes; debió aceptar a la vez el apoyo de los portugueses, pensando ser útil así a su pueblo, y defenderlo de la mejor forma posible contra las empresas de los portugueses traficantes de esclavos, desencadenados ante la perspectiva de hacer fortuna muy rápidamente, vendiendo en las Antillas siquiera unos centenares de negros, tan imperiosas eran las necesidades de las plantaciones españolas de Cuba, La Española y Nueva Granada.