En 1482 Diego Cao, en nombre de rey de Portugal, plantó en la desembocadura del río Zaire(el Congo) mojones de piedra, los padraos, grabados con inscripciones que proclamaban la toma de posesión. Al año siguiente remonta el río. Se entera de la existencia de un pueblo, de un soberano y de una organización política de los que hasta entonces ninguna otra fuente habían hecho mención: el Manicongo.
En una escala ve acudir muchos hombres muy negros y con los cabellos encrespados; se entera de que tienen un rey muy poderoso que se encuentra a varios jornandas de camino hacia el interior de país. Envía a este monarca dos de sus compañeros como embajadores pero parte sin esperar su regreso. En su segundo viaje visita el corte de Manicongo. Éste estaba sobre un estrado muy rico, con el torso desnudo, con una capucha hecha de hojas de palmera sobre la cabeza, con una cola de caballo adornada en plata le caía sobre la espalda, con la cintura ceñida por un paño de damasco que nuestro rey le había enviado, y con un brazalete de marfil en el brazo izquierdo.
En 1489, el Manicongo Nzinga Nkuwu, del que acabamos de ver dispensado buena acogida a Diego Cao, envía una embajada a Lisboa. Como consecuencia de esta misión comienza una cooperación concreta entre los dos soberanos. El rey de Portugal concede inmediatamente al rey de Congo una asistencia técnica y cultural; le envía albañiles, carpinteros y misioneros. El rey de Portugal insiste la necesidad de convertirse al cristiano que tenían sus amigos africanos. Nzinga Nkuwu se convirtió; una primera iglesia fue construída en su capital, Mbanza en 1490; los súbditos de Manicongo fueron bautizados en Mbanza. El soberano presta a los misioneros todo su apoyo para edificar iglesia y abriri escuelas. El mismo adopta al nombre de Juan I. A patir de él, todos los soberanos de Congo serán conocidos y pasarán a la Historia con su nombre cristiano.
La asimilación no se produce sin dificultades. Por una parte, los súbditos, bautizos en serie más que convertidos en su fuero interno a las creencias evangélicas, no supieron apreciar la largueza de miras de los sobranos portugueses, que otorgaban automáticamente la nacionalidad portuguesa y la igualdad racial a todo africano converso. Por otra parte, un cierto número de grandes no apreciaban ciertas disposiciones de la moral cristiana, sobre todo la monogamia impuesta por los misioneros. Además, un primo de rey, Nzinga Mpangu, sublevó a los descontentos; el soberano Juan I, atemorizado, abjuró de la religión cristiana. Sin embargo, murió algún tiempo después, en 1507.