Los intereses intervencionistas en África sobre el mundo islámico, se enfrentaba a los intereses otomanos, tanto políticos como militares.
La lucha del poder político en África se inicia a partir de una justificación, la religión, que respalda todas las acciones que elaboran.
Es por esta razón, la política y la religión están íntimamente unidas, de hecho, los monarcas y sultanes unían la doctrina religiosa con la potestad terrenal, aunque a los monarcas lo que les preocupaba realmente, era defender sus intereses y sus posesiones, más que tener un interés fehaciente por la religión.
En la teoría era ilícito acordar un pacto con el adversario, pero luego en la práctica el interés expansionista o defensivo contribuía a dirigir una acción completamente contraria a la estipulada.
Los dominantes, lo que si hacían, es que utilizaban la religión para afianzar su poder y para demostrar ante los demás, su dominio, sobre todo ante los enemigos.
En esta época, a los españoles se les presentaba dos problemas, el peligro del avance de los otomanos y las regencias de los berberiscos. Por este motivo, firmaron unas alianzas con los sultanes Marroquíes para poder crear una zona segura en torno a las costas peninsulares y por otra parte, frenar un posible intento de enfrentamiento musulmán.
Los Jerifes musulmanes se presentaban como un peligro para los hispanos y entonces, éstos buscaban su protección con algún aliado africano. Además, estas alianzas les permitían recoger los exiliados de las guerras civiles de Berbería e influir en la fidelidad de los sultanes de Marruecos.
Las colonizaciones también eran justificadas con la premisa de que los gobernantes de las tierras ocupadas no disponían de las cualidades idóneas para gobernar y no se adecuan a los comportamientos de un príncipe regido por los credos cristianos.
La ocupación de las tierras, daría el paso necesario para establecer el orden, la justicia y la racionalidad, todo unido al sometimiento de la verdadera religión. Les llevan a la salvación de sus almas, la cultura y el orden que hasta esos momentos las tierras africanas no disponían. Se antepone la legitimidad de los monarcas europeos a las anarquías de los marroquíes.
Pero el fin colonialista, se quedó en una serie de reinos que estaban aislados entre sí.
Dentro de la organización política un rasgo característico es la falta de la lealtad. Tanto gobernantes como gobernados desconfían unos de otros porque no sabían realmente cuando les iba a traicionar el otro. Este factor surge sobre todo, por la falta de estabilidad política de los reinos, de hecho los monarcas no confían de sus propios súbditos de los que temen que en cualquier momento les traicionen. La única forma como consiguen las autoridades la confianza es mediante dinero, dádivas ( es decir, regalos) y promesas. Los metales también son utilizados para hacer que cumplan los juramentos los infieles.
Los sultanes son gobiernos que basan su poder en la tiranía, con un régimen de poder absoluto y unipersonal e incluso en las propias familias o clanes sometidos a pactos de acatamiento, era frecuente la traición y la propia intranquilidad en los territorios.
Además, los clanes entre sí también tenían enemistades y los aduares, pequeñas poblaciones formadas por tiendas, chozas o cabañas, usual los enfrentamientos entre ellos ya que disponían de autoridades diferentes.
En los casos de Túnez, Argel y los Galbes, era frecuente el incumplimiento de los pactos y alianzas, de hecho, la religión musulmana era la que impedía que se cumplieran.
Los portugueses por su parte, incentivaron las rivalidades entre los aduares para que de esa forma se aliaran con los cristianos para poder defenderse.
Con la muerte de los capitanes más importantes de los aduares, los pactos se rompían porque temían que no fueran defendidos como anteriormente.
La sociedad del siglo XVI, es carente de valores morales motivados por la falta de estructuras de los grupos sociales, ya que las bases en que se asientan estos grupos no son duraderas. Los valores de lealtad, fidelidad, honor y honra y las relaciones propias entre gobernante y gobernado, no son propias de estos grupos.
Como factor antagonista al cristianismo, en África se extendió el Imperio Otomano a lo largo del Mediterráneo hasta Marruecos, englobando a Egipto, Tripolitania y Cirenaica (actual Libia), Argel y Túnez.