La fama de sanguinarios perseguía a los Barbarroja, y no es de extrañar: atacaban las naves, las saqueaban, mataban a sus tripulantes o los hacían prisioneros y añadían las naves conquistadas a su flota. Los sultanes otomanos ganaron muchos territorios con estos piratas, además del respeto y el temor de todos sus enemigos. Si los Barbarroja por separado eran peligrosos, los cuatro juntos eran indestructibles.