Todo el mediterráneo temía a Hayreddín Barbarroja, incluso los propios turcos. Algunos cronistas otomanos cuentan que las madres mencionaban su nombre para que los niños dejaran de llorar. Barbarroja tendía emboscadas en los puertos cristianos colgando en su barco la bandera del rey español. Pero los que más sufrían su furia eran los cristianos capturados. Cuenta la leyenda que, en una zona llana del campo de Argel, Barbarroja mandaba a los suyos a excavar hoyos bastante hondos, en los que metía a los prisioneros españoles vivos; les dejaba los brazos y la cabeza fuera de la tierra, y hacía pasar por encima a aquellos que fuesen a caballo.
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