Barbarroja, además de ser un hombre cruel y despiadado, también era muy ingenioso en el combate. En una ocasión, cuando Túnez fue tomada por el ejercito cristiano dirigido por el rey Carlos I, ideó una huída digna de un genio: de Túnez se dirigió a la ciudad de Bona, donde había dejado sus barcos, pero sus enemigos le pisaban los talones; Hayreddín ya había pensado en esto y ordenó a sus hombres que sumergiesen la flota. Cuando los cristianos llegaron al puerto de Bona vieron que estaba vacío, pero el pirata los reflotó y huyó a Argel, dejando a sus enemigos con la boca abierta.
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