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ORACIÓN

Señor, Dios de todos los hombres, en algunas épocas de la historia los cristianos a veces han transigido con métodos de intolerancia y no han seguido el gran mandamientos del amor, desfigurando así el rostro de la Iglesia, tu Esposa.

Ten misericordia de tus hijos pecadores y acepta nuestro propósito de buscar y promover la verdad en la dulzura de la caridad, conscientes de que la verdad sólo se impone con la fuerza de la verdad misma.

Con esta oración, Juan Pablo II (antecesor de Benedicto XVI, actual pontífice) pide perdón por los desmanes cometidos por la Iglesia

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La brujería en Francia del siglo XVI hasta el siglo XVII

En el siglo XVII, Europa entera y Francia en particular se verán afectados por la brujería. Hará falta la intervención de las Cortes de París y posteriormente la de Luis XIV, para que los abusos se acaben…

En los  siglos XVI y XVII,la brujería inunda Europa (algunos países más que otros) que toma acciones represivas. Francia, que ya se topó con las herejías y con las Guerras de Religión que ensangrentaron el país entre 1562 y 1598, va a vivir una dramática situación.

Lo que es nuevo, es la diabolización que, durante mucho tiempo, la Iglesia rechazó aludiéndolo a la superstición. Atendiendo a la “fragilidad de la mujer ante la tentación, su credulidad y su imaginación” la hacen presa del diablo que la ata. En consecuencia, la mujer, capaz de transgredir todos los tabúes, de atentar contra los hombres, contra las bestias y contra los frutos de la tierra, de metamorfosearse como de metamorfosear a otros, es ‘ un monstruo ‘. En lo sucesivo, disponemos de un procedimiento claro y neto para actuar.

No sólo todos los crímenes metódicamente son censados, sino que también sabemos cómo interrogaban y qué astucias utilizaban; sabemos, la tortura usada, cómo hacían reconocer al detenido su pecado y qué penas infligían: casi siempre la muerte. La sentencia, de todos modos, jamás habla de inocencia, sino que se ocupa de mencionar que no se pudo probar nada legalmente. Así, por poco que se tuviera algún enemigo, hay que esperarse un día u otro ser denunciado de nuevo, con la seguridad de acabar en la hoguera. Es el procedimiento inquisitorial aplicado al pie de la letra que, desde 1539, mediante la ordenenza de Villers-Cotterêts, es introducido en la jurisdicción francesa. Entre tanto, no sólo la amplitud tomada por el protestantismo sino también el mismo miedo del diablo que animaba a católicos y protestantes, trae como consecuencia directa la aparición de infinidad de brujas/os.

Si las grandes hogueras coinciden con la Reforma y las Guerras de Religión, no sabríamos sin embargo explicarlo todo por los conflictos religiosos, hasta si quedan omnipresentes del siglo XVI a la revocación del edicto de Nantes, en 1685. Si herejes y brujos permiten justificar siempre la represión, si siempre la represión sirvió para camuflar los intereses más diversos, esto tampoco sabría explicarlo todo. Todavía hay que tener en cuenta un sentimiento general de inseguridad hecho a base de miedos efectivos o difusos (guerras, hambres, epidemias), que, a la vez causa y consecuencia, contribuye engendrando una psicosis verdadera y colectiva y exacerba supersticiones muy profundamente ancladas en los espíritus que provocarán que los brujos y las brujas sean las víctimas totalmente encontradas. Es imposible por fin hacer caso omiso de la función de las convicciones que se hace ilustre en una justicia donde el bien, necesariamente, se opone al mal.

Las persecuciones tocan indiferentemente ciudades y pueblos, ricos y pobres, hombres y mujeres, con una mayoría aplastante de mujeres ( del 80% al 82 %). Una media de edad de 60 años para ambos sexos confirma el estereotipo de la bruja vieja y sola (son sobre todo viudas) y preferentemente fea. En cuanto al veredicto, obtenemos más o menos el  40 % de condenas a muerte, pero en las regiones de epidemias fuertes (Lorena, Labort), sólo el 5 % de los acusados llegan a evitar la hoguera. ¡ Eso es tanto como decir que todo el mundo es sospechoso! Por fin, en virtud del principio según el cual la brujería es hereditaria, los niños no se consiguen salvar : empujados a denunciar a sus padres, condenados por asistir al suplicio, incluso por mantener  la hoguera, cuando ellos mismos no son quemados. Todo esto deja una visión de los jueces de gran insensibilidad.

Desde finales del siglo XVI, las Cortes de París atenúan, repetidas veces, las condenas. En 1601, prohíben la prueba del agua; en 1624, instituyen la llamada con pleno derecho y decreta que todos los procedimientos que han concluido a una pena cualquiera y corporal deben ser transmitidos. En 1640, toma sanciones contra los jueces subalternos que no se someten. Por fin, se niega a reconocer el crimen de brujería para cogerse en lo que puede racionalmente ser probado. A partir de aquel momento, hecho revelador, los parlamentarios rompen sistemáticamente todas las decisiones de los jueces subalternos. Sin embargo, los efectos todavía quedan limitados más aun cuando precisamente es en los años 1640 que estalla una nueva epidemia de brujería.

Es en 1663 cuando el Consejo Real interviene por primera vez en un nuevo asunto de posesión donde los jueces partidarios se ven forzados a abandonar las persecuciones. Luego, la brujería rural que continúa causando estragos, interviene repetidas veces en los años 1670, en Normandía y en el Sudoeste para terminar las acusaciones en cadena. El 26 de agosto de 1670, por otra parte, las Cortes de París registran la ordenanza firmada por Luis XIV en Saint-Germain-en-Laye. El texto no habla de la brujería sino que apoya  inequívocamente los esfuerzos de los magistrados para decidir como último recurso. Tarda en vencer las últimas oposiciones de las que no se habla más, sino las que prevé ajustar por una ordenanza general que, dice, que es inminente. Hasta 1682, se multiplicarán las intervenciones.

Así, en julio de 1682, y gracias a los esfuerzos de Colbert, oficialmente será pondrá fin a los procesos de brujería. Pero, si el título del edicto real menciona bien que se trata del ‘ castigo de diferentes crímenes que son adivinadores, magos, brujos, envenenadores ‘, no hablamos apenas de brujos, si no es para asimilarlos a ilusionistas. No hablamos más de brujería, sino de ‘ magia pretendida ‘, e insistimos en las ‘ abominaciones detestables ‘ por las cuales las ‘ personas ignorantes o crédulas ‘ son engañadas. La lógica, pues, es respetada por la misma negativa de entrar en detalles que no existen. En consecuencia, no hay brujos, hay sólo brujos pretendidos. El siglo de la Ilustración termina de convencer estos hechos y, después de algunos últimos sobresaltos, las hogueras se apagan por todas partes en Europa.


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SOSPECHAS y TORTURAS

Jean Bodin decía, “ cuando juzguéis no temáis a nadie, pues el juicio es de Dios”

Un simple rumor público era suficiente para poner en movimiento todo un aparato judicial y su formidable arsenal. Las sospechas de bruja se daban por varios motivos, tanto si una mujer que daba a luz un niño muerto, como una caída de espaldas desde lo alto de una escalera, o el empleo durante una reyerta de expresiones como «el diablo te lleve», o mantener baja la vista cuando se habla de brujería, también por tener un rosario con la cruz roja rota, entre otras cosas. Todo ello era motivo de presunta brujería.

Por ello, cuando una mujer era condenada sospechosa de brujería, raramente era absuelta.  El interrogatorio comenzaba sin recurrir a medios de coacción física, y sin prisa a la hora de someter a una bruja a la tortura, así lo recomienda el Malleus Maleficarum[1]. Durante el interrogatorio, una de las preguntas más frecuentes era si creía en la existencia de brujos. Esta pregunta encerraba una trampa, ya que si respondía que no era como negar la existencia del Diablo, y por el contrario, si responde que si  daba paso a otra pregunta como, ¿A quiénes conoces y cómo?

Una vez terminado el interrogatorio, si el resultado no había sido el deseado, se proseguía a diferentes actos como podían ser, mantener a la presunta acusada de bruja en una habitación cercana a otra en la que se simularan gritos de horror, para tratar de atacar psicológicamente a la supuesta bruja y se declare.

Pero si el interrogatorio afirmaba las sospechas, se procedía a la tortura. Se llevaban a cabo torturas como, la acusada era atada de pies y manos y se le hacía beber más de nueve litros de agua, para empezar. También se procedía al calentamiento de los pies o se les introducían puntas de hierro entre las uñas y la carne, esta última estaba catalogada como, la más excelente de todas las molestias. Llegados a este punto destacaremos que, las formas de tortura varían de un lugar a otro.


[1] Probablemente el tratado más importante que se haya publicado en el contexto de la persecución de brujas y del nerviosismo brujeril del Renacimiento.

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LA CAZA DE BRUJAS

LA CAZA DE BRUJAS

 

“Deseo que se sepa que soy enemigo declarado de los brujos y que siempre los detestaré, tanto por sus execrables abominaciones como por su infinita cantidad, que sigue aumentando día a día”   

Henry Boguet, Execrable discurso sobre los brujos, 1602

 

Los brujos son heréticos y apóstatas. Sólo merecen la muerte.

Partimos de la base de que el crimen de brujería, es el más abominable que puede existir. Por ello, los brujos son condenables, ya que cometen un importantísimo delito religioso, abrazar la causa del diablo.

Estos brujos, son condenados porque han hecho un pacto con el diablo, en el que redactan suscritos con su propia sangre, en una sociedad en la que nadie negaba la religión cristiana.

 

El brujo, no sólo es un hereje si no que, al rechazar la religión de Dios cambiándola por la del Diablo, es también un apóstata. Por ello, el tribunal inquisitorial, no puede tener ninguna piedad con él, ni puede devolverlo a la Iglesia. Si el brujo confiesa sus crímenes, en condenado a la hoguera.

Destacamos también que, el crimen de brujería despierta gran interés entre las minorías privilegiadas del reino. Donde veremos como, los propios clérigos quedaron eclipsados ante los juristas laicos, cobrando importancia los señores «de horca y cuchillo» que como sabemos, en época moderna, la gran caza de brujos fue tarea de los tribunales laicos (esto se produjo a partir del siglo XV, cuando la inquisición dejó de tener responsabilidad en cuanto a la represión de brujería).

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EL AUTO DE FE DE LOGROÑO DE 1610 Y LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI

En este apartado, vamos a explicar el caso de las brujas de Zugarramurdi y el auto de Logroño que se inició como consecuencia de éstas.

En los primeros años del siglo XVII, la tormenta se desató en la pequeña aldea navarra de Zugarramurdi debido a, una vez más, de una caza de brujas habida en el país vasco-francés dirigida por el tristemente célebre Pierre de Lancre. En el otoño de 1608, volvía a dicha aldea María, una muchacha de veinte años que había emigrado a la localidad francesa de Ciboure pocos años atrás, donde tuvo la ocasión de presenciar dicha caza de brujas y movida, por su fértil imaginación, comenzó a contar a sus vecinas las extraordinarias cosas que habían presenciado entre ellas su asistencia a los aquelarres de Zugarramurdi. Al dar los nombres de otros asistentes, se desató la espiral, podríamos decir, brujomaníaca, por lo que en enero de 1609 llegaba a la aldea un comisario de la Inquisición y pronto se iniciarían las detenciones, que culminaron en el auto de fe celebrado en Logroño en noviembre de 1610, con siete brujas quemadas en persona y cinco en efigie (recordar que no siempre se quemaban a los herejes en persona, llegándose incluso a quemar sillas).

Consecuencia directa del caso de las brujas de Zugarramurdi, fue el inicio del auto de fe de Logroño de 1610 del impresor Juan de Mongastón, donde se detallaban exhaustivamente las acusaciones que pesaron sobre los brujos y sus ricos y ceremonias.

Las consecuencias que se derivaron del auto de fe celebrado en diciembre de 1610 fueron de enorme importancia en cuanto a la postura a adoptar por la Inquisición española ante la brujería, delimitándose claramente dos tendencias: la de quienes abiertamente negaban la existencia de brujas y brujos, y la de quienes se aferraban a su realidad. (Arturo Morgado García, 1999, pág. 129-138).

En definitiva, no existía en el seno de la Iglesia una opinión única acerca de la veracidad o no de la existencia de brujería, como quedó patente en el auto logroñés. De todos modos, la quema de brujas quedó de manifiesto en los numerosos documentos del Santo Oficio.

Finalmente, nos gustaría finalizar con un pequeño documento que trata algunos de los temas tratados anteriormente. Muy abundante es lo que se ha impreso acerca de los brujos y las brujas procesados por los inquisidores de Logroño; es decir, los que tenían sus juntas en Zugarramurdi y que fueron objeto de un auto de fe en 1610. El gran antropólogo y conocedor de la brujería vasca Julio Caro Baroja nos los describe:

La acción práctica del inquisidor Alonso de Salazar y Frías

Salazar parte de la idea de que la mayoría de las declaraciones y acusaciones son producto de la imaginación. Examinó, en primer lugar, a 1384 niños y niñas de seis a catorce años los varones y a doce hembras que fueron absueltos ad cautelam y cuyas declaraciones le parecían llenas de defectos. Sobres estos menores había hasta 290 personas más de todas edades incluidos los viejos decrépitos de más de ochenta años que fueron reconciliados amén de cuarenta y una persona con menores culpas, absueltas ad cautelam, también con abjuración, como levemente sospechosos de herejía. De estos hubo seis relapsos, que declararon haber vuelto a las absueltos y reconciliados juntas de las brujas. Más también ochenta y una personas que revocaron confesiones anteriores: sesenta y dos hechas ante el comisario del distrito y nueve en Logroño, otras en la visita.

El núcleo principal para sus averiguaciones, lo dieron 420 individuos que hubieron de testimoniar en un sentido u otro y que fueron interrogados sobre todos estos puntos esenciales:

1)      Forma de ir a los aquelarres y lugares donde estos se celebran

2)      Actos realizados en ellos.

3)      Pruebas externas de ellos.

4)      Evidencia que resultaba para declarar culpa o inculpabilidad.

5)      En la memoria, síntesis de otras anteriores prolijas en punto a la primera cuestión, dice Salazar de comprobación de los lugares de los aquelarres mandada realizar por un comisario del Santo Oficio, examinando treinta y seis testigos de los pueblos de Santesteban, Iraizoz, Zuibieta, Sumbilla, Dona María, Arrayoz, Ciga, Vera (y Alzate, que aún era señorío aparte), no hubo el menor acuerdo ni se llegó a conformidad, sino es en las ocho preguntas que se les hicieron referentes a dos lugares. Las declaraciones sobre el modo de ir y de volver resultaban también contradictorias o, por lo menos, sospechosas. La mayor parte de los inculpados decían que dormían antes de ir; que, en efecto, volaban incluso en la figura de mosca  o de cuervo, saliendo por los resquicios y agujeros más pequeños. Pero no faltaban los que parece que creían ir o iban de modo menos extraordinario. Pero, en conjunto, todos declaraban insistiendo en las notas de misterio. Ahora bien, habiéndose descubierto veintidós ollas y una nómina de ungüentos, polvos y cocciones. […]

Algunos animales a los que se administraron las sustancias terroríficas dieron excelente prueba de que todo era mentira, que aquellos potingues eran inoperantes.

Pero Salazar va más adelante y a los testigos y luego a los propios brujos, les demuestra que no han ocurrido las cosas que dicen. Una vieja, María de Echevarría, en una audiencia afirmó que veía a una porción de personas que los demás no pudieron ver. Un muchacho, Martín de Arraçum, sostuvo que había sido llevado a un aquelarre a dos leguas de distancia de donde estaba y nadie le echó en falta en aquel tiempo. Otro tanto le ocurrió a una tal Catalina de Sasterarena. A otra tocaya de ésta, Catalina de Lizardi, se le demostró que, después de haber tenido ayuntamiento carnal con el Demonio y de haber derramado mucha sangre, según decía, había quedado doncella y lo mismo comprobaron varias matronas sobre otras muchachas. Pero esto no fue todo. En Santesteban, algunos muchachos hablaron de un aquelarre famoso que se solía celebrar el día de San Juan, en determinado punto. Dos secretarios del Santo Oficio, comprobaron que no había nada en aquel lugar. […]

Tampoco creyó Salazar nada de lo que se dijo acerca de las asechanzas que le prepararon, echándole polvos, poniendo fuego a la sala donde estaba o volando sobre él en un viaje, a la entrada de San Sebastián.

El año de 1613 completó el inquisidor sus averiguaciones examinando los antecedentes en cuestiones de Brujería que constaban en los archivos de la Inquisición, y pudo comprobar que, desde 1526 a 1596, se registraron nueve complicidades y siempre se reconoció la ambigüedad de la materia. De cualquier forma, resultaba evidente que en el proceso de Logroño de 1610 se había procedido con ligereza. Salazar se acusa de no haber respondido en su voto a los argumento en su voto a los argumentos flacos de los oponentes y cree que no se actuó con la rectitud y cristiandad debida por todo esto;

1) Por haber coaccionado a los procesados a que declararan positivo y dándose por culpables, prometiéndoles libertad si lo hacían sugestionándoles de varias formas.

2) Por haber no consignado muchas revocaciones, incluso de gentes que en trance de morir habían pedido revocar por medio de su confesor

3) Por no haber acabado de averiguar la verdad.

Las violencias con los revocantes fueron tan escandalosas en casos que una pobre mujer, llamada Margarita de Jauri, al ver que se negaban a admitir su revocación se suicidio echándose al agua. Salazar, llevado de su prurito de exactitud, anota hasta 1672 perjurios y falsos testimonios levantados a inocentes tomando como base las ochenta revocaciones más conocidas por él y por otro lado se apoyó en principios completamente viciosos. […]

Una tesis tan radical no podía por menos de ser combatida por aquellos colegas de Salazar que en el proceso de Logroño, antes y después manifestaron credulidad absoluta. Así parece que hubo de escribir varios memoriales respondiendo a los que, por su parte, redactaban aquellos, irritados, según parece porque fuera Salazar el que salió responsable del edicto de gracia, que cada uno deseaba administrar. […]

Julio Caro Baroja, Las brujas y su mundo.