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LA CONQUISTA DE NAVARRA

A lo largo de esta nueva entrada vamos a estudiar con detenimiento el conflicto al que Carlos I tuvo que enfrentarse tras el levantamiento navarro.

El motivo de esta rebeldía venia desde principios del milenio, pero se agudizó a partir del siglo XV tras las incursiones castellanas en territorio navarro provocando una guerra civil. Fernando el Católico en el año 1512 preparó la invasión del reino de Navarra; tras esta toma se llevaron a cabo hasta tres revueltas con el fin de recuperar el reino e independizarse del poder castellano: la primera tuvo lugar en el mismo año de la conquista del rey católico, la segunda fue en el año 1516 y la tercera es la que vamos a estudiar a continuación.

En el año 1521 nos encontramos con una situación de lucha entre el rey español y Francisco I de Francia; en un contexto de conflictos continuos por diversos territorios en una “carrera imperial”. Francisco I apoya al rey navarro Enrique II, buscando reconquistar Navarra.

En el quinto mes de 1521 se produjo el temido levantamiento de ciudades navarras como Pamplona, Tudela, Olite, Tafalla y Estella sumándose a estas otras ciudades cercanas al corazón del reino navarro. André de Foix, un hombre de la confianza del rey francés, fue el valido fuerte de Francia en el alzamiento. Tras el éxito de esta campaña, el nuevo ejercito formado partió hacia Logroño con el objetivo de atacar la ciudad, mientras saqueaba y hacia caer cuantas ciudades apoyaban a Carlos I. El día 11 de junio, en pleno asedio a la ciudad logroñesa, De Foix se vio obligado a retirarse ante la cercanía del ejercito imperial ya organizado y listo para acabar con los rebeldes.

Se cifra al ejército formado para la reconquista de Navarra en torno a los 30,000 soldados, muchos de los cuales eran vencidos de la guerra de comunidades que acababa de finalizar. La superioridad del ejercito imperial se hizo notar inmediatamente y en la Batalla de Noáin el 30 de Junio, el ejército franco-navarro cayó derrotado siendo capturado y hecho preso André de Foix. El rey español confiscó todo aquello que perteneciese a los rebeldes, y repartió los castigos entre destierros y condenas de muerte.

Pero la rebeldía navarra no quedó aquí; cuatro meses después de la dolorosa y contundente derrota, los seguidores de Enrique II se reorganizan formando un numeroso ejército y ocupando diferentes plazas como el castillo del Peñón y Fuenterrabia. En 1523 Carlos I fue personalmente a Pamplona para acabar con la insurrección junto a 24,000 soldados. Finalmente la rebelión llego a su fin con un gran perdón a los rebeldes por parte de Carlos I aunque eso si manteniendo la confiscación de los bienes y condenando a muerte a alrededor de 125 insurrectos.

En la batalla de Pavia en el año 1525, fueron apresados Francisco I y Enrique II, siendo el primero obligado a firmar el Tratado de Madrid, mediante el cual renunciaba a prestar ayuda al rey navarro, renunciando así a su aspiración de controlar el territorio pirenaico y norteño español.

Nota:

Imagen 1: Escudo de Navarra, con cadenas, empleado tras su conquista.

Bibliografía:

Fernández Álvarez, Manuel (2003). Carlos V, el César y el Hombre. Espasa Calpe.

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CARLOS V EL DEFENSOR DEL CATOLICISMO

La historiografía ha presentado a Carlos V en facetas muy distintas. Para algunos ha sido el último representante del mundo medieval empeñado en luchar por la Universitas Christiana, para otros ha sido el último cruzado defensor de una Europa amenazada por el Imperio Otomano; finalmente, otros han visto en él un gobernante cosmopolita que rigió pueblos tan distintos en sus lenguas y costumbres como eran belgas, holandeses, alemanes, italianos, castellanos y aragoneses.

El gran especialista en Carlos V, Fernández Álvarez, ha resaltado también que era el hombre adecuado para la Europa del siglo XVI, una persona que soñaba con la paz de la Cristiandad, pero al que las circunstancias obligaban una y otra vez a tomar las armas.

La verdad es que junto al cruzado podemos encontrar un hombre muy propio del Renacimiento, y al lado del soldado hallamos al político habilidoso capaz de negociar con éxito los tratados de paz.

El Emperador de la cristiandad

Carlos V creía que como Emperador se debía al conjunto de la cristiandad y no a una parte de la misma. Esta creencia es precisamente la base de su europeísmo. Otros soberanos se sentían vinculados esencialmente a sus reinos respectivos. Es el caso de Francisco I de Francia y de Enrique VIII de Inglaterra. Sin embargo la concepción geopolítica carolina se desarrolla en un marco de ámbito continental.Ningún monarca de su tiempo tuvo un talante tan europeísta; lo cual, por otra parte, no es óbice para que diversos pueblos europeos lo reconozcan como una parte muy importante de su propia historia. Fue contendiente en numerosos conflictos bélicos muy encarnizados, pero a pesar de ello no suscitó en sus rivales los odios que llegó a engendrar la figura de su hijo, Felipe II.Ya hemos comentado que Carlos V se encontró con una herencia territorial gigantesca. Sin embargo, el título de Emperador no le llegó por herencia, sino por elección. El Sacro Imperio mantenía el principio electivo en la determinación del orden sucesorio. El colegio electoral estaba formado por el rey de Bohemia; los arzobispos de Colonia, Maguncia y Tréveris; y los príncipes electores de Brandeburgo, Sajonia y Palatinado. La muerte de Maximiliano impidió la elección del futuro Carlos V como «rey de romanos» con derecho a sucesión en vida de su abuelo. Era el heredero de la familia que había dado los emperadores desde 1438, sin embargo la elección de 1519 era complicada, porque Carlos de Gante no era alemán y los comicios estaban muy disputados a causa de la calidad y cantidad de los candidatos. Tanto Francisco I de Francia, como Enrique VIII de Inglaterra y el elector Federico el Sabio de Sajonia pretendían la elección con mayor o con menor fortuna del imperio.

Francisco I era el contrincante más difícil. Desde la muerte de los Reyes Católicos era la figura más famosa de Occidente. Sin embargo, llegado el momento decisivo, al soberano francés le falló el crédito. Los Fugger de Augsburgo, los banqueros más fuertes de Europa prefirieron apoyar al joven Carlos de Gante. Otros banqueros, como los Vivaldi de Génova y los Welser alemanes también hicieron importantes empréstitos al mismo candidato, el cual terminó alzándose con todos los votos a su favor. Como garantía del pago de esos créditos estaban las saneadas rentas de Castilla, pues en aquel entonces el tesoro americano no llegaba tan cargado como después de las conquistas de Hernán Cortés.

Al final se produjo la elección de Carlos V, pero dicha elección acabaría convirtiéndose en una fuente de preocupaciones y cargas. Ahora el nuevo Emperador se veía obligado a tomar una resolución sobre la disidencia luterana. Por otra parte, la anterior amistad con Francia se había transformado en una rivalidad manifiesta que acabaría desencadenando las guerras más costosas del reinado. Por otra parte, en Castilla continuaba la Revolución de las Comunidades, cuyo principal desencadenante había sido precisamente la negativa de las ciudades castellanas a sufragar los gastos de la elección imperial.

Enseguida Carlos V quiso dar al título imperial un mayor contenido. Sustituyendo el simple vínculo jurídico por un ideal común, al que bajo su dirección cada componente del Imperio aportaría su propia originalidad. Sin embargo, la fuerza de las circunstancias le obligó a transformar el primitivo plan de cruzada contra el turco en un proyecto exclusivamente dinástico.

Por otra parte, aunque desde muy pronto concibió la idea imperial como un proyecto pan-europeo, nunca logró constituir un imperio continental. Fue rey de muchos reinos y dominios diferentes sin más organismos administrativos comunes que la propia cabeza de la Monarquía Católica y alguna institución emanada de ésta, como el Consejo de Estado.

Para hacer funcionar tan complicada máquina política fue necesario nombrar una serie de personas que se encargaran del gobierno de los componentes de tan extensa y compleja herencia política. En el caso de los principales territorios se recurrió a familiares directos del rey-emperador para llevar a cabo este cometido: hijo, hermano, esposa, sobrino, tía, etc. Estas personas desempeñaban una doble función: por una parte representaban al soberano y por otra hacían cumplir sus órdenes. Las instrucciones que recibieron estos personajes fueron de dos tipos diferentes. En el nombramiento se acreditaba su condición de alter ego del monarca y aparentemente se le concedían todas las facultades de gobierno, pero en las instrucciones secretas se podía marcar una orientación política muy clara e incluso limitar las competencias legales y económicas del gobernador o gobernadora. Los ejemplos de la emperatriz Isabel, María de Hungría, Juana de Portugal o Fernando I de Austria son un buen paradigma de lo que venimos comentando.

La necesidad de ampliar los contenidos de la institución imperial, no fue una idea exclusiva de Carlos V, de ella participaban también numerosos humanistas imbuidos de cosmopolitismo y diversos sectores sociales en muchos países, siendo el Emperador la persona que a sus ojos mejor podía encarnar el ambicioso proyecto de la monarquía universal en tiempos del Renacimiento.

Acorde con esta concepción de Europa, el Emperador fue una persona cosmopolita. Llegó a dominar cuatro idiomas: flamenco, francés, castellano, e italiano. Viajó incansablemente por todo el continente, tanto para dirigir políticamente la solución de los problemas que hubo de afrontar en los distintos territorios, como para ponerse al frente de sus ejércitos en los numerosos conflictos bélicos en los que participó.

La rivalidad con Francia, un freno a la ejecución del proyecto político carolino

La acción europea carolina, basada en la combinación de la diplomacia y el ejército, chocó con dificultades insalvables que explican en parte, su fracaso final. Era aquél un imperio desproporcionado y lejano, que tras la aparente grandeza escondía no pocas miserias. Carlos V se entregó en cuerpo y alma a las tareas de gobierno. Fue tanta su dedicación a ellas que apenas dispuso de tiempo para la vida familiar y personal. A pesar de ello, con un sistema de comunicaciones que en la época era intrínsecamente lento, resultaba difícil atender urgencias en el momento preciso. Basten dos ejemplos para ilustrar este comentario: Su primera estancia en Alemania desencadenó un malestar en Castilla que favoreció la sublevación comunera; y cuando más tarde regresó a Castilla para atender el gobierno de los reinos hispánicos, se produjo la expansión inexorable del luteranismo alemán.

Por otra parte, la política imperial europea encontraría no sólo limitaciones y obstáculos internos, sino sobre todo externos al concurrir con la acción política de otros soberanos de aquel tiempo. Las confrontaciones con otras monarquías se hicieron inevitables y darían lugar a una serie de guerras, ya fuera con Francia, con los Turcos o con los príncipes protestantes.

Las rivalidades personales entre Carlos V y Francisco I se hicieron visibles desde el momento mismo de la pugna de los dos candidatos por el título imperial. Además, en aquel momento Francia se encontraba en pleno proceso de construcción de su conciencia nacional, lo cual parecía incompatible con la existencia de liderazgos europeos supranacionales, mucho más molestos en cuanto que todo el reino de Francia estaba prácticamente rodeado por territorios de los Habsburgo. Además, ambos soberanos se disputaban el control del Mediterráneo occidental.

Tal pugna duró dos décadas (1521-1541), y en ella se observan dos etapas claramente diferenciadas. La primera se desarrolló a lo largo de los años veinte de la centuria, y su característica más marcada fue la lucha por Italia. Durante esta etapa tuvieron lugar las dos primeras guerras hispano-francesas, que terminaron la primera con el tratado de Madrid (1526), y la otra con la paz de las Damas o de Cambray (1529).

Durante ellas se libraron algunas de las acciones bélicas más resonantes del siglo XVI, como la batalla de Pavía (1525), en la que calló prisionero el rey Francisco I y el saco de Roma (1527), en cuyo transcurso el ejército imperial saqueó la Ciudad Eterna durante una semana. La defección de la marina genovesa, pasada con su almirante Andrea Doria al bando imperial, acabó por completar la victoria carolina y consolidó el dominio Habsburgo sobre el Milanesado.

A la altura de 1530 se produce uno de los momentos cenitales del reinado del César. En aquel entonces fue cuando pudo pasar a Italia para recibir en Bolonia la corona imperial de manos del Papa Clemente VII y pacificar por completo la península, convirtiéndose en el árbitro de los destinos italianos.

En aquel momento le restaba una sola cosa para conseguir el control del Mediterráneo occidental: destruir el creciente poderío de Barbarroja en Argel. Pero detrás de los piratas argelinos estaba Constantinopla y el inmenso poderío de Solimán el Magnífico. A su vez, Francisco I buscaba el entendimiento con los turcos como un medio para continuar su lucha contra el Emperador en el Mediterráneo.

Para deshacerse de tales enemigos Carlos V desarrolla una serie de campañas con resultados desiguales. En 1532 logra sacudir la amenaza turca de las puertas de Viena y en 1535 desaloja a Barbarroja de sus peligrosas posiciones en Túnez. Pero, en contrapartida, sufre a continuación dos serios reveses. El intento de dominar Marsella terminó con la derrota de Provenza en 1536 y el asalto al cuartel general de Barbarroja en Argel, en 1541, no pasó de un intento fallido. Tras el desastre de Argel, Carlos V hubo de renunciar a sus sueños hegemónicos en el Mediterráneo occidental y conformarse con un equilibrio de fuerzas con la marina turca que era tanto como dejar la costa italiana y el levante de la península Ibérica a merced de los corsarios berberiscos, ayudados por los otomanos.

En atención a los resultados, podemos deducir que existe una línea de poderío ascendente hasta 1535, fecha de la conquista de Túnez. Hasta entonces todo fueron éxitos. La estrella del César no podía brillar más alta ni más intensamente. El lustro siguiente, en cambio, supuso un brusco descenso de su prestigio: la campaña de Provenza supuso un duro desgaste para el ejército imperial, y la tercera guerra con Francia sólo pudo terminar con unas treguas (Niza, 1538). Poco después la sublevación de Gante, su ciudad natal, puso al descubierto los defectos constructivos del edificio imperial. Finalmente, la desafortunada empresa de Argel de 1541, en la que se llegó a dar por perdido al propio Emperador, deterioró su prestigio militar. De ahí que todos sus enemigos, grandes y pequeños creyesen que había llegado el momento de caer sobre él.

A partir del desastre de Argel Carlos V abandona el escenario Mediterráneo y centra su atención preferente en el norte de Europa. Tal período va desde 1542 hasta el año de su abdicación (1555). Durante esta etapa se desarrollaron las dos últimas guerras con Francia, y entre una y otra la librada contra el protestantismo alemán. El centro de gravedad político se trasladó desde Italia al Rhin.

Durante casi un cuarto de siglo (1521-1544), Carlos V y Francisco I rivalizaron en una guerra constante sin que ninguno de los dos obtuviera una ventaja considerable. Sin embargo este forcejeo distrajo a Carlos V de sus empresas africanas, que no pudieron recibir las energías necesarias para alcanzar el control definitivo del Mediterráneo occidental. Tampoco le fue posible concentrar todos sus esfuerzos en la solución del problema protestante hasta la paz de Crépy de 1544, que puso fin a la cuarta guerra con Francia. Es significativo a este respecto, que su gran victoria sobre el protestantismo alemán en los campos de Mühlberg se produjera en 1547, el mismo año de la muerte de Francisco I.

La lucha contra el hereje y contra el infiel: dos frentes imposibles de atender simultáneamente

Carlos V era consciente de que su proyecto imperial pan-europeo debía asentarse sobre una base religiosa. El eje fundamental de esta política era la restauración de la Universitas Christiana. Su papel era convertirse en el alma de ese orden mundial y ello no implicaba la constitución de la monarquía universal dantesca, pero sí la posesión de un poder fuerte que se convirtiera en el centro de gravedad del orbe cristiano. Entendía

su misión como una tarea organizadora y en ningún instante proyectó Carlos V una política agresiva de conquista sobre los otros príncipes cristianos.

Se pretendía que la paz imperial de la cristiandad se basara en la posesión de Italia, en la adhesión francesa al sistema imperial y en la formación de una constelación dinástica europea que girase en torno a la casa de Habsburgo. La posesión de Italia como se ha indicado más arriba le llevó a frecuentes conflictos con Francia y con el pontificado. La adhesión francesa fue un perfecto fracaso y la constelación dinástica de los Habsburgo, Valois, Tudor y Avís, sólo obtuvo resultados parciales y sus beneficios fueron bastante efímeros.

Carlos V entendió desde muy pronto que la fe cristiana era el elemento aglutinador de todos sus territorios y en general de todos los pueblos de Europa. El Islam, por el contrario, era el enemigo secular, el cual por aquel entonces estaba muy bien representado en la persona del turco Solimán el Magnífico. Había diversos intereses que confluían en la acción contra el Imperio Otomano. Por una parte, en la Península Ibérica, castellanos y aragoneses poseían una larga tradición de lucha contra los musulmanes y soportaban de mal agrado las incursiones de los piratas berberiscos en las costas levantinas. Por otro lado, los intereses materiales de Alemania se veían amenazados también por los ataques turcos que llegaban hasta las puertas de Viena.

Pero aparte del enemigo turco, un enemigo exterior, los imperiales que deseaban constituir un fuerte Estado alemán veían las propuestas teológicas protestantes como una perturbación de la paz de la Iglesia. Así el Emperador, en tanto que defensor de la fe se veía obligado a corregir la herejía protestante. Pero también debía tener en cuenta que el luteranismo estaba arraigando entre muchos de sus súbditos y debía ser prudente en el tratamiento del problema porque de otra forma se consumaría la división de los estados alemanes, no sólo en lo religioso, sino también en lo político.

El mismo año en que Carlos V llegaba por primera vez a sus reinos hispánicos (1517), se iniciaban en Alemania las primeras manifestaciones de la Reforma luterana. El joven soberano no tardó en decidir su política al respecto. La dieta de Worms de 1521 fue testigo de su firme compromiso contra la herejía. En dicha dieta se desterró a Lutero, aunque las ideas que el fraile reformador representaba siguieron extendiéndose bajo la protección del duque elector de Sajonia hasta consumar la división de la cristiandad.

En un principio el Emperador no quiso precipitarse en el uso de la represión. Su estrategia se basó en el diálogo y buscó el acuerdo con ahínco. Esta fue la causa del retraso en la convocatoria del concilio, que finalmente se celebró demasiado tarde en Trento (1545-1563). Sin embargo la actitud de concordia empleada en las dietas de Worms (1521) y Spira (1526-1529); así como en la confesión de Augsburgo (1530) no dieron el resultado apetecido, por lo que finalmente en 1546, en un momento en el que el monarca no tenía ningún frente abierto contra Francia o contra los turcos, formó una alianza con varios príncipes alemanes como el duque Mauricio de Sajonia y declaró la guerra a la Liga de Esmalcalda, una asociación defensiva constituida por los príncipes protestantes.

Las fuerzas católicas tuvieron un éxito resonante al principio, derrotando a los protestantes en la célebre batalla de Mühlberg, inmortalizada por Tiziano en el célebre retrato de Carlos V montado a caballo, un cuadro que se conserva en el museo del Prado. No obstante, más tarde, el duque Mauricio de Sajonia se pasó a las filas protestantes, obligando así a Carlos V a firmar la paz. La guerra, que era al mismo tiempo, civil y religiosa, terminó con la Paz de Augsburgo de 1555. En este tratado se pactó que cada uno de los gobernantes de los Estados germánicos, que llegaban a ser casi 300, podrían elegir entre el catolicismo y el luteranismo como religión de su territorio, a la que deberían adscribirse todos sus súbditos. El luteranismo era por entonces la religión de cerca de la mitad de la población alemana y acababa de conseguir el reconocimiento oficial. Así fue desbancado el antiguo concepto de una comunidad cristiana unida en Europa occidental por vínculos religiosos.

Balance final: reconocimiento de un fracaso

Finalmente, Carlos V, consciente de su fracaso, inició una serie de abdicaciones. Su hijo, Felipe II, que ya era duque de Milán desde 1546 y rey de Nápoles desde su boda con María Tudor, heredó en 1555 los territorios de Borgoña, y en 1556 las coronas de Castilla y Aragón. La sucesión en el Imperio de su hermano Fernando I se formalizó en 1558, pocos meses antes del fallecimiento del César en Yuste (21 de septiembre). De este modo se quebraba definitivamente la unidad del sistema habsbúrgico.

Se ha hablado con frecuencia del fracaso de la idea europea, pero quizás convenga hablar más bien como indica Fernández Álvarez de una imposibilidad de realizar ese proyecto épico en las circunstancias del siglo XVI.

Bibliografía:

1.       FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. Carlos V, un hombre para Europa. Madrid : 1999.

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CARLOS V Y LAS GUERRAS CON FRANCIA POR EL TERRITORIO ITALIANO.

Cuando en 1519 el emperador Maximiliano muere, su nieto Carlos de Habsburgo es elegido para asumir el título imperial, en competencia con Francisco I de Francia quién también optaba al puesto. Francisco, en su ambición de llegar a ser Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, empujó a Europa a la guerra. Sostuvo diversas guerras con Francisco I de Francia y con su sucesor Enrique II.

Pero antes de que Carlos llegara a la corona española, las guerras entre los reinos españoles y Francia ya habían comenzado. Estas guerras, que comenzaron en 1494, se trataron en un principio de una disputa dinástica por los derechos hereditarios de Francia sobre el Ducado de Milán y el Reino de Nápoles, pero las guerras se convirtieron rápidamente en una lucha por el territorio y por el poder. Entre la monarquía española y la corona francesa hubo muchos enfrentamientos antes de que Carlos V accediera al trono español. Las Guerras de Italia se inician por la disputa del Reino de Nápoles, entre Aragón y Francia.Tras la designación de Carlos I de España como, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, España forma un estado que ocupaba casi la mitad del territorio europeo. Francisco I de Francia, que había optado también al trono imperial, con el pretexto de la invasión española de Navarra declaró la guerra a España. El conflicto comenzó en 1521 y finaliza en 1526 y en ella se enfrentaron Francia y la República de Venecia contra el emperador Carlos V, la Inglaterra de Enrique VIII y los Estados Pontificios.

La Batalla de Pavía, pintura del siglo XVI.

Las tropas francesas marcharon hacia Italia con el intento de desalojar a los españoles de Nápoles, pero los franceses no consiguieron su objetivo. El propio Francisco I dirigió a sus tropas en Lombardía en 1525, siendo derrotado en la batalla de Pavía, donde fue hecho prisionero. Francisco fue llevado a Madrid en donde firmó el Tratado de Madrid (1526). Desde su reclusión se vio obligado a conceder grandes concesiones a España sobre sus territorios en Italia, por el cual no volvería a ocupar ni el Milanesado ni apoyaría al rey de Navarra (pacto que renunció meses después por firmarlo bajo coacción) y entregaría Borgoña a Carlos, además de renunciar a Flandes e Italia. Después de algunas semanas de su liberación, sin embargo, rechazó los términos del tratado, comenzando de esta manera la Guerra de la Liga de Cognac.

El Papa Clemente VII convencido de que el poder de Carlos ponía en peligro sus posesiones en Italia, envió negociadores a Francia para estudiar una alianza contra él. Francisco y el Papa se aliaron en la Liga de Cognac. El papa también se alió con Venecia, Florencia y otros pequeños estados italianos. Inglaterra rechazó unirse a la Liga por no firmarse el tratado en Inglaterra, pero tras la firma del Tratado de Westminster, Enrique VIII se unió a la Liga.   Tras la retirada de las tropas francesas de Lombardía, las fuerzas españolas tomaron Florencia, y en 1527 saquearon Roma (Saco de Roma). El papa fue apresado por las tropas del imperio y retenido en el castillo de Sant´Angelo. La guerra terminó con la firma de la paz de Cambrai (Paix des Dames) en 1529, mediante el cual Francia se retiraba de la guerra. Francisco I renunciara a Italia, Flandes y el Artois, además de entregar la ciudad de Tournay. Venecia firmó la paz con España, mientras Florencia fue colocada bajo el gobierno de los Médici.

Con la muerte del duque de Milán comenzó la tercera guerra entre Carlos I y Francisco I. Cuando el hijo de Carlos, Felipe II,  heredó el ducado, Francisco invadió el ducado de Saboya, conquistando Turín, pero fracasando en su intento de tomar Milán. En respuesta a la invasión francesa Carlos invadió Provenza. La guerra terminó con la tregua de Niza debido al agotamiento de ambos contendientes. Un hecho significativo es que durante la firma del tratado los monarcas Francisco I y Carlos I rechazaron estar sentados en la misma habitación, muestra del odio mutuo que tenían. Así, las negociaciones se llevaron a cabo a través del Papa Pablo III.

Francisco I declaró la guerra una vez más contra Carlos V. La lucha, que comenzó en los Países Bajos, se vio agravada al año siguiente por la alianza franco-otomana en el asedio de Niza, Carlos I y Enrique VIII se unieron para invadir Francia, pero la fuerte resistencia encontrada impidieron una contundente ofensiva anglo-española. El conflicto, económicamente ruinoso para los contendientes, tuvo un resultado nulo.

Carlos, necesitado de fondos y preocupado por el creciente amenaza religiosa en Alemania. Por eso a finales de 1544 Carlos y Francisco firmaron la paz de Crépy. Según los términos del acuerdo Francisco y Carlos renunciarían a sus reclamaciones territoriales y establecerían el statu quo acordado en la tregua de Niza de 1538. Las causas originales de la guerra (principalmente la disputa de los derechos dinásticos en Italia) continuaron sin haberse resuelto, por eso en 1551 Enrique II de Francia volvería a declarar la guerra a Carlos V.

En 1547, Enrique II de Francia, que había sucedido a Francisco I, declaró la guerra a Carlos I con la intención de tomar Italia y asegurar Francia, intentando romper la hegemonía de la Casa de Austria en Europa. En principio Francia tuvo éxito pero luego estos fracasaron con su derrota en la batalla de Marciano. Carlos I abdicó en 1556, dividiendo el imperio de los Habsburgo entre Felipe II de España y Fernando I.

Al término de las guerras italianas en 1559, la Casa de Austria había conseguido asentarse como la primera potencia mundial, en detrimento de Francia. El imperio español se encontraba como la gran potencia en los campos de batalla europeos. Precisamente en las Guerras Italianas, se forjaron sus temibles tercios, una formación novedosa e invencible hasta el siglo XVII, donde nuevas técnicas de guerra probaron ser más eficaces. La era de la caballería pesada tocaba su fin y comenzaba una nueva forma de luchar, donde ganaba importancia la infantería equipada de picas y arcabuces. Además los estados de Italia que tenían un gran poder, vieron reducido su peso político y militar al de potencias secundarias, desapareciendo algunos de ellos.

Bibliografía:

  1. Martín Gómez, Antonio L., El Gran Capitán. Las Campañas del Duque de Terranova y Santángelo, 2000
  2. Ribot, Luís. Historia del Mundo Moderno. Ed. Actas, Madrid 2006.
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EL EMPERADOR CONTRA LOS TURCOS OTOMANOS

A lo largo del reinado de Carlos I de España, éste estuvo viajando por todos los territorios de su reino y enfrentándose a todos sus rivales. Un importante frente abierto tuvo como escenario el Mediterráneo por cuyo dominio se enfrentan cristianos y musulmanes.

Cuando en el año 1516 muere el rey de España, Fernando el Católico se produce una situación de inestabilidad de la corona española. Esta situación es aprovechada por un vasallo de España, el sultán de Argel, que quería liberarse del sometimiento de Castilla y para ello el sultán pidió ayuda al corsario Baba Arudj, también conocido como Barbarroja que acudió con sus corsarios para ayudar al sultán contra los españoles.

Baba Arudj

Pero Arudj, deseoso de un reino acabó asesinando al sultán y se autoproclamó sultán de Argel. Otras fuentes dicen que Barbarroja sólo se aprovechó de la situación que se produjo al morir de forma natural el sultán. Cuando la ciudad de Argel cayó en manos de Arudj, los españoles que vivían allí huyeron para refugiarse en un fuerte construido en el Peñón de Argel. Éstos refugiados pidieron ayuda a España y el regente de la corona de España en ese momento el cardenal Cisneros, envió un ejército de unos 8.000 soldados al mando de Diego de Vera para recuperar la ciudad.Esta ofensiva española fue rechazada por los corsarios de Barbarroja.

En 1517, Arudj decidió que el mejor medio para proteger Argel y los territorios del norte de África de España era, renunciar a su título de sultán y cederle Argel al sultán del Imperio Otomano, Selim I, y pasar a estar subordinado a este para estar bajo su protección contra España. Por otra parte el sultán otomano, lo nombró Gobernador de Argel.

Inmediatamente Arudj puso la mirada en la ciudad de Tlemecén, ciudad tributaria y bajo dominio español. Al año siguiente, en 1518 Carlos I envió un ejército para recuperar la ciudad que había caído bajo poder turco.  Arudj contaba con inferioridad numérica pero defendió la ciudad con todas sus fuerzas, hasta que los españoles acabaron recuperando la ciudad, incluso en ese asalto, Aruj fue herido de muerte.

Su hermano, JJeireddín Barbarrojaeireddín asumió el mando de los corsarios y se pone bajo la protección del sultán del Imperio Otomano. Al mando de un ejército turco enviado por el sultán otomano, Barbarroja reconquistó Tlemecén en diciembre de 1518.

Al este de Europa el sultán Solimán, el Magnífico, quiso intentar de nuevo la conquista de la ciudad de Viena en 1532, tras el fracaso de 1529, pero encontró a unos defensores apoyados por un gran ejército bajo el mando el emperador Carlos V, y no pudo acercarse a ella. Mientras que la iniciativa naval corresponde a Barbarroja.

Sus corsarios atacan una y otra vez los navíos y costas españolas, mientras que los compromisos del Emperador en Europa retrasan una y otra vez las expediciones al norte de África.

En 1534, Barbarroja tomó Túnez y, ante esta situación, Carlos organizó dos operaciones con diferente fortuna. La primera fue llevada a cabo en 1535 y fue conocida como la Jornada de Túnez, con la que se le arrebató Túnez a Barbarroja.

Mapa de la ciudad de Túnez (siglo XVI)

En 1541, Carlos V pone por fin en marcha la tan esperada operación hacia Argel. La ciudad resiste el cerco mientras una tempestad dispersa la flota. La retirada debe hacerse en pésimas condiciones y con grandes pérdidas, para evitar un desastre todavía mayor.

Esta campaña es la conocida como la Jornada de Argel. A partir de aquí, la situación en el Mediterráneo ira empeorando progresivamente y el Mediterráneo se irá convirtiendo en casi un lago otomano hasta 1571 cuando la flota otomana fue derrotada por las fuerzas combinadas de la Liga Santa.

Bibliografía

  • Tercios de España. La infantería legendaria. Fernando Martínez Laínez y José María Sánchez de Toca. EDAF. 2006
  • Belenguer, Ernest (1995). El Imperio Hispánico 1479–1665. Grijalbo Mondadori
  • Ribot, Luís. Historia del Mundo Moderno. Ed. Actas, Madrid 2006.
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GERMANÍAS

Reino de ValenciaA lo largo de esta nueva entrada vamos a comentar el conflicto de las germanías, el cual fue simultáneo al problema de los comuneros de Castilla, pero que nada tuvo que ver uno con el otro, dado que las germanías fue un conflicto que surgió en Valencia y Mallorca y que tuvo como motivos la crisis económica y las epidemias que sufrieron estas zonas, a lo que hay que unir el descontento de las clases mas bajas formadas por artesanos y pequeños comerciantes enfrentados a los grandes comerciantes y a la nobleza, por lo que fue un conflicto mas social que político.

Agermanados es una palabra proveniente de la traducción al valenciano de hermano. El conflicto tuvo su inicio en 1520, en la ciudad de Valencia; los gremios de esta ciudad habían conseguido de Fernando el Católico la autorización de armarse y organizarse militarmente buscando hacer frente a los ataques berberiscos. Carlos I, buscando ganarse el apoyo de estos gremios y limitar el poder de la nobleza valenciana, ratificó dicho privilegio. En este momento se desató una rebelión aprovechando que la nobleza había huido por la peste.

Las clases populares aprovecharon esta circunstancia para formar la Germanía, y una Junta formada por 13 miembros que representarían a los agermanados; hasta el momento solo tenían representación en el Consell General, un organismo sin trascendencia. El movimiento revolucionario se extendió por muchas ciudades, llegando incluso a Palma de Mallorca ademas de a Sagunto, Elche, Segorbe y Orihuela.

Los nobles valencianos se refugiaron en Peñiscola y Morella. Carlos V reaccionó ordenando al virrey que acabara con la rebelión, dando inicio a una lucha entre agermanats y la nobleza valenciana. Una vez llegó a su fin el conflicto de los comuneros de Castilla, en 1521 comenzó la guerra entre ambos bandos. La derrota de los agermanados en Orihuela fue sin duda un duro golpe para el movimiento, siendo el punto de inflexión a partir del cual fueron perdiendo poder y apoyos.

Biografía:

Germanías – Historia

Fernández Álvarez, Manuel (2003). Carlos V, el César y el Hombre. Espasa Calpe.