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De bolsas caca y algunas cacas más
ÁNGELES CÁCERES
No seré yo quien me descuelgue poniendo a parir a esa cadena comercial que, a su vez, se ha descolgado con la encomiable iniciativa (publicitada a bombo y platillo, por supuesto) de ir suprimiendo una parte de esos plásticos que, bajo las más diversas formas, contribuyen poderosamente a envenenar un poco más nuestro sufrido planeta, a punto ya o casi de reventar definitivamente de una indigestión de mierda enconada.
Y no la voy a poner a parir (a la cadena comercial, digo), porque siempre es de agradecer que alguien empiece a plantearse ir suprimiendo porquería, sobre todo si es de las que tardan la friolera de 400 años en desintegrarse; que parece ser que es lo que viene tardando en desaparecer una bolsa de plástico de esas que nos dan cuando compramos algo, lo que sea, en cualquiera de las grandes (o pequeñas) superficies comerciales sin las que ya no somos capaces de vivir.
Y siempre es de agradecer, digo, aunque se antoje meridianamente claro que semejante decisión tan ecológicamente beneficiosa no ha sido tomada basándose en parámetros de ética medioambiental, por así decir, sino más bien sujetándose a criterios estrictamente económicos. Vamos, que no suena mucho lo que se dice a casualidad que sea justamente ahora, coincidiendo con la crisis que aprieta a las empresas comerciales amenazando con mermar el capítulo de sus esplendorosas ganancias, cuando se les haya despertado una aguda conciencia ecológica a los mandamases de sus consejos de administración, llevándoles a decidir de un plumazo que hay que quitar de la circulación, pero ya mismo, esas bolsas tan contaminantes que se venían proporcionando al cliente (de forma gratuita, téngase bien en cuenta ese detalle) a la hora de pagar la compra en las cajas registradoras de los establecimientos. Que si a eso vamos las dichosas bolsicas tampoco nos salían gratis, porque su precio ya se nos cargaba por otra parte y bajo otros conceptos en lo que comprábamos, lo mismo que se nos cargan las pérdidas (mejor dicho, las no-ganancias) fruto de hurtos, deterioros y demás, que así son las leyes del comercio; pero ésa es otra historia.
Decía, y digo, que no seré yo quien vaya en contra de la supresión, siquiera sea mínima, de guarrísimos elementos altamente contaminantes; pero digo al mismo tiempo que no se nos pretenda vender esa iniciativa como consecuencia directa de un acto de concienciación medioambiental, ni se nos presente a los "padres" de la idea como ángeles benefactores, sinceramente preocupados por la salud de nuestro muy martirizado y preagónico planeta. (Por cierto: no se me tache de tremendista por llamar preagónico al estado de salud de la Tierra. Nada menos que Miguel Delibes, hace ya bastantes años, fue más lejos que yo titulando un estremecedor libro suyo (que debería ser de lectura obligatoria) así: "El mundo en la agonía".
Decía que iniciativas del tipo de la de las bolsas siempre tienen recámara; en este caso, suprimir gastos y, ya que estamos, forzar al público a que se deje las perricas comprando otro tipo de bolsas mucho más ecológicas; que pone a la venta, faltaría más, la misma cadena que retira las gratuitas. Cadena que sigue vendiendo, faltaría más también, cientos, si es que no miles, de productos de plástico tan contaminantes, o si me apuran hasta más, que las repajoleras "bolsas caca" que con tanta alharaca publicitaria uno de estos días se van a empezar a retirar de la circulación.
Y es que a mí, con perdón, desde que empecé a recibir el machacón mensaje publicitario de la "caca" bolsífera no se me va de la cabeza esa frase típica que estamos todos hartos de oír, poniéndola más o menos metafóricamente en boca de los angelitos en edad infantil, y que encadena ingenuamente las palabras feas que jamás debe decir en público un@ niño@ como Dios manda. Ya saben, aquéllo tan archiconocido de: caca, culo, pedo, pis. De manera que, me parece a mí, si queremos ser medianamente consecuentes no podemos quedarnos en las bolsas caca sino que hay que arremeter también contra todos los otros productos culo, y pedo, y pis que emponzoñan el medio ambiente y nos envenenan cada vez que abrimos la boca para respirar, y que no es que tarden 400 años en desintegrarse sino que muchos ni se sabe si llegarán a desintegrarse nunca, léase los residuos nucleares, sin ir más lejos.
Bienvenida sea pues la iniciativa de retirar bolsas de plástico, pero sin hacerles el juego a las cadenas comerciales. Sin comprarles después a ojos cerrados lo que ellos quieran vendernos. Porque, por si ustedes no habían caído en ello, somos los compradores los que tenemos la última palabra. Sólo hace falta tener claro cuál es, y pronunciarla. Pero, eso sí, juntos. Y, a poder ser, todos.