El rápido aumento en la escala de las operaciones militares en Europa después de 1530, transformo el tamaño y la composición de los ejércitos y obligo a todos los gobiernos que se hallaban en guerra reclutar el doble de hombres que antes. Una respuesta al problema era mantener un ejército permanente. En los Países Bajos de los Habsburgo prestaban servicio permanente en las fortalezas que hay a lo largo de la frontera francesa 3.200 hombres, apoyados por 15 bandes d´ordennance (compañías de caballería pesada, integradas exclusivamente por caballeros y nobles, a los que estaban adscritos soldados de a pie y escuderos. Estas bandes eran de una dudosa utilidad militar a finales del siglo XVI, pero representaban una pequeña ayuda adicional y ofrecían un empleo tranquilo y honorable a la nobleza de los Países Bajos. El remedio a estas deficiencias fue una de las primeras preocupaciones del duque de Alba a su llegada a los Países Bajos.
Salvo 1577, en que el Ejército de Flandes fue desmovilizado totalmente, siempre hubo un servicio en los Países Bajos españoles un ejército permanente de entre trece y quince mil soldados.
El número total de tropas que podían ser movilizadas en un momento dado, y la duración de los trámites estaban en función de tres factores variables: la extensión de la zona en que se autorizaba el reclutamiento, las disponibilidades de hombres en aquel momento en estas zonas, y el mínimo aceptable de edad y cualidades de recluta. En el siglo XVI era frecuente que los gobiernos reclutasen parte de sus soldados en el extranjero. Las tropas extranjeras formaban preferentemente la elite, sirviendo en la vanguardia de todas las acciones de guerra. El Ejército de Flandes estaba integrado por tropas de hasta seis “naciones” diferentes: españoles, italianos, borgoñas, alemanes y británicos. Rara vez las tropas extranjeras el Ejercito de Flandes eran simples mercenarios como las tropas auxiliares españolas. La inmensa mayoría eran a la vez súbditos y soldados del rey de España. El interés de todos los gobiernos por reclutar hombres que hayan de servir no solo como soldados sino también como vasallos en donde se les ordena. Esas tropas eran más de fiar, más comprometidas. Era una fuerza de unión que las tropas fueran de distintas regiones. En cambio el reclutamiento de la población nativa era reducido ya que no se concedía un gran valor militar y era fácil desertar.
Para encontrar armas y armaduras para los reclutas del Ejército de Flandes no hacía falta tanto ingenio. Muchas de las tropas extranjeras ya estaban perfectamente equipadas cuando llegaban a los Países Bajos. Las españolas e italianas recibían sus armas de los depósitos del gobierno en Milán; las tropas alemanas eran armadas bien por los asentistas que las reclutaban o por las armerías de Innsbruck u otra ciudad. Los armeros de los Países Bajos, podían proporcionar sin dificultades todo el equipo militar que necesitaría el Ejército. Pero había que pagarlo. La gran limitación experimentada por el Ejército de Flandes en el siglo XVI en punto a equitación fue financiera: una pica y una armadura costaban 30 florines en los años de 1590, un mosquete costaba 10 florines, un cañón de 24 onzas costaba 1.000 florines. Con precios así, nunca había dinero suficiente para armar a todos los soldados de una vez.