El breve pontificio del 26 de enero de 1585 denegaba la entrada en China y Japón a todos los misioneros que no fueran jesuitas, reservando a la Compañía la evangelización de estas tierras. Las reticencias de la orden de San Ignacio a tratar con las restantes órdenes religiosas en el campo misional de Asia respondían en parte, a razones de índole política, pues los jesuitas se hallaban bajo el patronato portugués, y los dominicos, franciscanos y agustinos, con su sede en Filipinas, bajo el español.
No obstante, los principales reparos de la Compañía residían en la poca estimación en que tenían a los frailes. Les consideraban carentes del tacto y pericia diplomáticos necesarios para calmar las suspicacias de los chinos y japoneses. Cummins destaca la confianza de los jesuitas en su habilidad para manejar los delicados problemas que caracterizaban a la misión china, al tiempo que creían que los otros regulares, con su ignorancia y celo imprudente, harían otra cosa que complicar la situación. Dado el rigorismo y actitud inflexible que de habían hecho gala en las Indias Occidentales, los jesuitas temían que si se permitía a las órdenes mendicantes la entrada en el Imperio, “they would upset and confuse the converts there, would stir up persecution and destroy the mission”. Sánchez Fuertes, por su parte, juzga que el breve de 1585 muestra los miedos y complejos de los jeguitas ante la irrupción en la zona de religiosos más susteros que podrían poner en evidencia su conducta menos evangélica, y ejercer una mayor atracción sobre los indígenas.