Monopodio en las misiones de las Indias Orientales (I)

En 1581, Alessandro Valignano sentó las bases de lo que Carvalho denominaba “plan de monipodio”, calificándolo de “diabólico sistema”. En esa fecha, el visitador de las misiones extremorientales elaboró “la gran consulta del Japón”, a raíz de una serie de preguntas que le fueron planteadas por sus hermanos de regla.

A partir de las resoluciones dadas por Valignano, Carvalho resumía en cuatro las principales máximas del plan general de la Compañía para las miciones de China y Japón.

a) No era conveniente invitar a otras órdenes religiosas a que ayudasen a los jesuitas en la empresa de catequizar estas tierras. Sólo supondría “grande escándalo, confusión y perturbación para esta nueva Iglesia”, ya que su distinto modo de actuar desbarataría los lentos progresos que los jesuitas estaban logrando. De modo que “el clero y todas las órdenes regulares [quedaron] privadas de trabajar en estas vastísimas viñas del Señor”.

b) Como complemento de la pauta anterior, Valignano se mostraba contrario a la creación de obispados en Japón, y tampoco era partidario de que el diocesano de Macao realizase visitas en aquel país. El motivo: “los japones son diversísimos de todas las gentes del mundo”; su lengua, costumbres y comportamientos característicos hacían desaconsejables que se les pusiera bajo la jurisdicción y el gobierno de obispos, y muchos menos extranjeros. Cuando el número de convertidos fuese mayor, quizá llegara el momento de permitir la entrada a los prelados, pero para prevenir “desórdenes e invonvenientes”, habrían de salir de las filas de los propios misioneros. Carvalho concluía que de esta manera quedaron los jesuitas “estableciendo a favor de su codicia una secta exclusiva de todas las gerarquías y órdenes religiosas de la Iglesia universal”.

c)El visitador consideraba que los japoneses no debería leer otros libros que los porporcionados por la Compañía, protegiéndoles así de entrar en contacto con “heregías, controversias, y errores de filósofos que los puedan perjudicar”. El jesuita Francisco de Sousa añade que en China el peligro era el mismo, y que allí no pudo evitarse que penetraran religiosos de otras órdenes con ideas “muy contrarias a las nuestras”. El historiador juzgaba que la única solución era no enseñar el latín entre los nativos, y utilizar solamente “libros compuestos en sus propias lenguas, que de ningún modo traten argumentos ni questiones de donde se les puedan originar dudas contra la fe”.

d)Por último, Valignano expresaba su parecer de que era más ventajoso para la Compañía que los convertidos al cristianismo fuesen “muchos y poderosos”.


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