La lucha por el poder entre el rey y la nobleza, tuvo su reflejo en las ciudades y villas donde la oligarquía local estaba dividida en bandos, cada uno de los cuales, se adhirió a una u otra de las parcialidades nobiliarias para defender los intereses de su grupo y conservar el poder. A esto, se añadían los conflictos locales, es decir, peleas, muertes, inseguridad de los caminos por estar infectados de malechores, abusos de todo tipo, etc. , que sólo una fuerte autoridad central podía solucionar. Surgió así la figura del corregidor, un representante del poder real en villas y ciudades, cuyos orígenes se sitúan en el reinado de Alfonso XI, aunque no se generalizó e institucionalizó hasta los años de Enrique III, Juan II y Enrique IV.
Al nombramiento de los corregidores se opondrían los nobles y los dirigentes urbanos, que temían ver recortadas sus atribuciones y poder, pues la figura del corregidor era un símbolo del poder monárquico, manifestado igualmente en el nombramiento real de regidores, alguaciles, jueces y escribanos, contra los usos y costumbres de los concejos.
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