Enrique IV, ha pasado a la historia con el sobrenombre de “el Impotente”, una acusación que tiene su punto de partida en el fallido matrimonio con Blanca de Navarra, en cuya anulación se alegó esa impotencia parcial de Enrique, debido a un maleficio, por el cual no podía mantener relaciones sexuales con Blanca, pero sí con otras mujeres.
Uno de los cronistas que más han atacado a Enrique, es Alonso Palencia, quien, desde las primeras páginas de su crónica, ya destaca su impotencia. En su segundo matrimonio, según Plasencia, Enrique tampoco tuvo éxito y, aunque todos conocían su impotencia, se aceptó el matrimonio y se reconoció heredera a su hija Juana en 1462. Las dudas sobre la legitimidad de Juana surgieron en 1464, cuando los nobles se rebelaron por la pérdida de poder a favor de Beltrán de la Cueva y se extendió el rumor de que Juana no era hija de Enrique, sino de Beltrán. Esto suponía aceptar, no solo la impotencia del monarca, sino el adulterio de la reina, que según Plasencia y otros cronistas, estaría estimulado y provocado por el propio monarca. Las acusaciones de adulterio de la reina eran imprescindibles para negar los derechos de Juana y justificar los derechos de Alfonso e Isabel y, se hicieron creíbles, porque en el tiempo en que la reina permaneció en Alaejos, custodiada por el arzobispo de Sevilla, Alfonso de Fonseca, Juana quedó embarazada de su sobrino, Pedro de Castilla, con el que tuvo dos hijos y con el que vivió a partir de 1468.
A pesar de las acusaciones de impotencia de Enrique, suele aceptarse, que Juana sí era hija de Enrique y su mujer, ya que el semen de Enrique pudo haber fecundado a la reina por medios artificiales (inseminación a través de un tubo portador del semen).
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