Biografía

Erasmo de Rotterdam

Erasmo nació en Róterdam  el 28 de octubre de 1466 y falleció en Basilea el 12 de julio de 1536.  Es conocido como Desiderius Erasmus Rotterdamus, pero fue bautizado como Geert Geertsen, también llamado Gerrit Gerritszoon. Fue un humanista, filósofo, filólogo y teólogo holandés, autor de importantes obras en latín, de ahí que sea considerado por muchos como “El príncipe de los humanistas”. Fue hijo de un sacerdote de Gouda y  una mujer de procedencia burguesa. Entre 1478 y 1483 estudió en la escuela de Saint Lebwin, en Deventer, donde conoció a personajes como Alexander Hegius y entro por primera vez en contacto con el humanismo (devotio moderna). Después de ser ordenado sacerdote a partir de 1492 en la orden de San Agustín, Erasmo estudió en la Universidad de París, lugar donde en el que estaba radiando con fuerza el Renacimiento de la cultura de Grecia y Roma. de ahí que sea en esta etapa donde se encuentren los comienzos del pensamiento humanista de Erasmo, que convirtieron al joven en un pensador libre y profesor de ideas independientes para su tiempo.

LOS COMIENZOS DE SU FORMACION

Erasmo viajó a Londres entre 1499 y 1500, donde tuvo la oportunidad de conocer a John Colet Universidad de Oxford, que le enseñó muchas cosas sobre la vida de San Pablo entre otras muchas cosas,  manteniendo con él una larga conversación sobre el modo de efectuar una lectura verdaderamente humanista de la Biblia, lo que marcaría profundamente su forma de pensar.

 

En ese mismo año de 1500, Erasmo, con la colaboración de Publio Fausto Andrelini, escribió sus “Adagios” (fábulas), que son más de 800 refranes y moralejas de las tradiciones de las antiguas Grecia y Roma, junto con comentarios sobre su origen y su significado. Algunos de esos refranes se siguen utilizando en el día de hoy. Erasmo trabajó en los “Adagios” durante el resto de su vida, hasta tal punto que la colección había crecido y ya contenía 3.400 en 1521, siendo 4.251 en el momento de su muerte. El libro se vendió con éxito, y llegó a contar con más de 60 ediciones, una cifra sin precedentes para el año 1500. (Se recogen algunos de los Adagios más conocidos en una de las entradas de este blog)

Erasmo empezó a dictar una cátedra como profesor titular de Teología en la Universidad de Cambridge en Inglaterra, donde conoció a importantes amistades que mantuvo durante toda su vida como son Tomás Moro o Thomas Linacre. Se le ofreció un trabajo vitalicio en el Queen’s College de la Universidad de Cambridge y es posible que, de desearlo, hubiese podido pasar el resto de su vida enseñando Ciencias Sagradas. Sin embargo, su naturaleza inquieta y viajera y su espíritu curioso, lo hicieron declinar ese cargo y todos los que se le ofrecerían en adelante. realeza y la nobleza inglesas. Sin embargo, su naturaleza inquieta y viajera y su espíritu curioso, junto a un incontrolable rechazo a todo lo que significara rutina, lo hicieron declinar ese cargo y todos los que se le ofrecerían en adelante.  Erasmo vivió en Italia entre 1506 y 1509, la mayor parte del tiempo trabajando en una imprenta. A partir de estas conexiones con universidades y con escritores que iban a la imprenta, Erasmo comenzó a rodearse de quienes pensaban igual que él y rechazaban los abusos de la Iglesia.

LA FAMA DE ERASMO

La fama de Erasmo se extendió progresivamente por toda Italia, y sus ideas sobre la elevación intelectual y religiosa comenzaron a conocerse y discutirse; sin embargo, no todos simpatizaban con Erasmo, pues había quienes rechazaban las ideas que tenía, y estos opositores comenzaron a criticarlo tanto en público como en privado. Puede que esta fuera la causa por la que el erudito abandonó Italia y se trasladó a Basilea. No sabemos cuál de las tres instituciones educativas en las que estuvo internado Erasmo fue la causante del profundo rechazo que sintió toda su vida hacia la autoridad. Pudo ser la escuela primaria en su juventud, el convento agustino en su adolescencia o la Universidad de París, a mediados de la década de 1490.

LAS CRÍTICAS DE ERASMO

Como resultado de todas sus reflexiones y pensamiento formado por las diferentes instituciones  y personajes con los que tuvo contacto Erasmo desarrolló un sentimiento de rechazo frente a la Iglesia Católica y llegó a la conclusión de que tanto los colegios como las Universidades y, en general, la misma Iglesia, impedían pensar libremente. Desde entonces se opuso a cualquier tipo de autoridad y buscó mayor libertad leyendo a escritores clásicos, puesto que ellos vivieron en los tiempos en que todavía el cristianismo no había triunfado. Lo que nadie podía prever era que la voluntad de Erasmo se resistiría a ser “quebrada” hasta el mismísimo día de su muerte. Por otra parte, se enfurecía al ver la “disciplina” que se aplicaba con los niños, mientras los monjes disfrutaban relajadamente contrariando los propios principios que enseñaban. En la universidad se dio cuenta de que, en vez de enseñarse allí las nuevas ideas, lo que se enseñaba eran teorías anticuadas de los primeros siglos del Medievo, y que en vez de avanzar y estar más adelantada que el resto de la sociedad, andaba obsoleta e inmutable,  recibiendo siempre sus ataques y críticas.

ERASMO Y LA IGLESIA

Erasmo decidió pronto que podía hacer algo para revertir la situación: con las ideas de sus amigos de los monasterios agustinos y algunas otras ideas de John Colet, comenzó a analizar detenidamente los libros más importantes de las antiguas civilizaciones griega y romana, tratando de modernizar sus contenidos e intentando aplicarlos a la vida de la sociedad en la que él vivía, tratando de extraer lo más significativo de esos textos antiguos pero brillantes, para que cualquier persona pudiera entenderlas, penetrar en su significado. Nunca dejó de luchar contra la cárcel espiritual que él observaba en todas partes, en todas las instituciones educativas, intelectuales, políticas y sociales de su época. Esto le acarrearía numerosos problemas a lo largo de su carrera.

Fue en Basilea donde, según escribió, se vio obligado a retirarse a causa de las “persecuciones” a que se le había sometido, Erasmo sintió la calidez de ese país que lo recibió con hospitalidad y cordiales atenciones, y una vez más se rodeó de amigos y seguidores que habían comenzado a creer en él y en sus ideas. Fue allí donde empezó a escribir a una edad ya madura y tardía para lo normal en aquella época, porque consideraba que quien no sabe escribir bien, siempre se equivoca al expresarse o transmitir un mensaje. Por eso, se preocupó primero de convertirse en un verdadero maestro en el uso de la prosa en lengua latina. Fue el idioma más claro que encontró, el más apropiado para transmitir ideas complejas, y el más útil para trasmitir sus ideas a toda Europa. Sólo después se atrevió a poner por escrito sus creencias.

Las polémicas de Erasmo contra la Iglesia han sido malinterpretadas con frecuencia. Erasmo estaba de acuerdo con la doctrina católica  y con la forma de organización de la Iglesia. Lo que le molestaba eran la rutina, las supersticiones, la ignorancia. Pues Erasmo quería utilizar su formación universitaria y su capacidad para transmitir ideas, para aclarar las doctrinas católicas y hacer que la Iglesia permitiera más libertad de pensamiento. Estos dos objetivos no eran compartidos por los obispos del siglo XVI. Aun así, desde su trabajo de académico versado tanto en la doctrina como en la vida monacal, Erasmo creyó su obligación liberar a la Iglesia de la parálisis a que la condenaban la rigidez del pensamiento y las instituciones de la Edad Media, ya que él creía que el Renacimiento era una manera de pensar fundamentalmente nueva. La tradición y las ideas de la Edad Media no tenían ya lugar en el mundo, y él debía ser el encargado de cambiar el estado de cosas.

Si se considera que la convicción de Erasmo era educar, para que el estudiante pudiese dudar de la administración y los asuntos públicos de la Iglesia y del gobierno, sus aparentes contradicciones desaparecen y comienza a visualizarse con claridad la enorme coherencia de su obra, mantenida con firmeza a través de los años y las décadas.

A través de toda su vida, Erasmo había sido consecuente en sus críticas a los poderes establecidos y a los abusos que los malos religiosos hacían de ellos. Al verse involucrado en la trampa de tomar partido, tuvo que dar explicaciones y decir públicamente que sus ataques jamás se habían dirigido contra la Iglesia como institución ni menos contra Dios como fuente de inteligencia y justicia, sino sólo a los malos obispos y frailes que ganaban dinero vendiendo el paraíso y cometían otros delitos religiosos como la simonía.

Erasmo pudo salirse con la suya y le creyeron, principalmente porque su brillante trabajo con la Biblia confirmaba su fe y su enorme difusión pública lo había convertido en un personaje querido y admirado por católicos y protestantes por igual.

Sin embargo, en general Erasmo estaba de acuerdo con las ideas de Lutero,  especialmente en las críticas sobre el modo de administrar la Iglesia. Además, Lutero y Erasmo se hicieron amigos personales, y el reformador Lutero fue una de las pocas personas a las que Erasmo reconocía públicamente admirar. El alemán, por su parte, siempre defendió las ideas de Erasmo argumentando que eran el resultado de un trabajo limpio y de una mente superior. Pero la situación no podía durar: Lutero empezó pronto a presionar a Erasmo para que éste se presentara como la cara visible de los reformistas, a lo que el holandés se negó completamente. Por su parte, el Papa también presionaba a Erasmo para que atacara a los protestantes. La negativa de trabajar para uno u otro bando fue interpretada por ambos como cobardía y deslealtad. La Iglesia lo acusó con una frase célebre: “Usted puso el huevo y Lutero lo empolló”, a lo que el teólogo respondió con la no menos conocida ironía: “Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase”.

Las cartas de Erasmo son interesantes: hay en ella 500 hombres de los más destacados del mundo de la política y el pensamiento que le escribían para pedir su ayuda, su apoyo o su consejo. Muchos de ellos respetaron la palabra de Erasmo, pero no todos.

A pesar de su magnífica variedad, cantidad y calidad, lo más interesante de la correspondencia de Erasmo es su interminable intercambio con el líder protestante Martín Lutero.

Desde el mismo inicio de su relación, Erasmo y Lutero intercambiaron multitud de cartas, que se conservan y arrojan una importante luz sobre sus caracteres y el tipo de relación que los unió.

En los primeros mensajes, el reformador no se cansa de alabar exageradamente el trabajo realizado por Erasmo a favor de una mayor y mejor Cristiandad, pero sin hacer mención a la Reforma que él mismo pensaba emprender. Más adelante, comienza a rogar y luego a exigir a Erasmo que abandone el catolicismo y que se una al recién formado bando protestante.

Erasmo responde con palabras de comprensión, respeto y simpatía hacia la causa reformista, pero —como era habitual en él— se negaba amablemente a comprometerse con ningún tipo de actitud partidista. Explica a Lutero que el hecho de convertirse en un líder religioso a su lado, destruiría su reputación como estudioso y pondría en peligro sus obras de pensamiento puro, un trabajo que le había llevado décadas y que era su único interés y el objetivo de su existencia.

Lutero le responde que, al revés de lo que opina Erasmo, la única manera de poder efectuar una reforma real y completa de la Iglesia es abandonando los libros y convirtiéndose de hecho en un líder espiritual del pueblo.

Erasmo reconoce que el gran aporte de Lutero ha sido reunir y organizar los hasta entonces desparramados intentos de reforma, le agradece sus desvelos y su valentía pero se niega definitivamente a unirse a él en su tarea.

Sin que lo quisiera, el apoyo de Erasmo al desarrollo del Luteranismo tuvo en la religión un efecto contrario al que él deseaba. Al revivir los ideales de el santo fundador de la orden de los agustinos, el protestantismo daba un gran impulso al interés y compromiso personal de los fieles en la religión. Esta fe vivida íntimamente, personalmente, sigue siendo, hasta hoy, el pilar fundamental del pensamiento protestante.

Pero Erasmo siempre había luchado por cambiar los abusos que los católicos hacían de las ideas cristianas, pero no las ideas mismas. Él afirmaba que la reforma podía hacerse perfectamente sin recurrir a cambios doctrinales. Sólo dos veces en su vida permitió que se lo involucrara en polémicas sobre asuntos de doctrina, ya que las consideraba ajenas a la verdadera tarea de su vida. Uno de los temas que trató en profundidad fue el de la libertad. Los protestantes creían en la libertad, y decían que no hacía falta una Iglesia para alcanzar la salvación. Por su parte, los católicos, prácticamente negaban la capacidad humana de ser libres.

En uno de sus libros publicado en 1524, Erasmo reconoce y ataca las exageraciones de Lutero acerca de la libertad humana. Pero, con el ansia de verdad científica que guiaba su obra, poco después analiza los argumentos contrarios de los católicos y termina concluyendo que ambas posturas contienen partes de verdad.

Erasmo afirma que, en verdad, el hombre nace atado al pecado, pero que también dispone de las formas adecuados para solicitar a Dios que le permita desatarse. La forma adecuada de pedírselo la ofrece solamente la Iglesia Católica, y depende del pecador saberlos aprovechar. Esta fue su gran aportación acerca del gran problema de su época, que enfrentaba a protestantes y católicos.

Erasmo pasó los últimos años de su vida acosado tanto por católicos como por reformadores. Esos tiempos fueron amargados por duras disputas con hombres a los que Erasmo había querido y respetado en el pasado pero que no le perdonaron el hecho de no haber querido tomar partido e intentaban desprestigiarlo en su ancianidad.

La más notable disputa de palabras fue la que sostuvo con Ulrich von Hutten un estudioso brillante pero de carácter inestable, que se había volcado al luteranismo con toda la fuerza de su corazón. Hutten dijo que “Erasmo, si le queda algo de decencia, tiene que hacer lo mismo”. En su libro de 1523, acusa a Hutten de haberlo malinterpretado acerca de su apoyo a la Reforma y reafirma su férrea determinación de no tomar partido en la disputa, cualesquiera que fuesen los argumentos que las partes en pugna intentaran utilizar para convencerlo.

La ciudad suiza de Basilea, donde residía Erasmo, se adhirió oficialmente en 1529 a la Reforma, por lo que el sabio se alejó de allí y estableció su residencia en la ciudad imperial de Friburgo. La poblaban muchos católicos, y parece ser que resultó más fácil para Erasmo mantener su independencia intelectual allí que en Basilea.

Erasmo continuó en Friburgo con su incansable actividad literaria, llegando a concluir su obra más importante de este período: el “Eclesiastés” paráfrasis del libro bíblico del mismo nombre, en la cual el autor afirma que la labor de predicar es el único oficio verdaderamente importante de la fe católica.

Erasmo se desplazó poco después de la publicación de este libro a la ciudad de Basilea una vez más. Hacía seis años que había partido, y de inmediato se acopló a la perfección con un grupo de estudiosos que ahora analizaban detalladamente la doctrina luterana. Fue esta la última ruptura con el catolicismo, que Erasmo mantendría hasta el fin. Murió en Basilea en 1536.

Las obras de Erasmo produjeron una verdadera revolución intelectual en toda Europa, inluenciando a autores contemporáneos y posteriores. La consecuencia más importante fue que por primera vez se tradujo la Palabra de Cristo al alemán y al inglés. Por otra parte, la increíblemente difundida popularidad de sus obras, traducidas del latín a las lenguas vernáculas y escritas en un lenguaje simple y directo, puso los más complejos problemas religiosos al alcance de todos los lectores del continente, universalizando y haciendo accesibles numerosas cuestiones que hasta ese momento habían sido exclusivas de una pequeña élite intelectual eclesiástica.

Erasmo hizo pensar a los sabios de su tiempo, y también, gracias a su lenguaje sencillo y agradable, a la gente común de aquellos años. Pero en los últimos años de su vida, el mundo se había vuelto muy ingrato. Católicos y evangélicos se enfrentaban unos contra otros, se mataban, torturaban, quemaban, y además, a veces se peleaban entre sí con tanto odio como si se tratara de los peores enemigos y no de compañeros de religión.

 

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