Las ruinas del Alcázar Real de Guadalajara se encuentran en las inmediaciones del palacio del Infantado, frente a la iglesia del desaparecido convento de monjas jerónimas de Nuestra Señora de los Remedios. Su emplazamiento siempre estuvo condicionado por el camino de Madrid y por el barranco del Alamín; su adaptación al borde del cauce de este último es la clave que explica su planta trapecial.
Sabemos que el alcázar cristiano de Guadalajara al menos desde finales del siglo XIII, lo rodeó la villa por sus frentes meridional y occidental; el septentrional limitaba con el arrabal de la Alcallería, situado entre el propio alcázar y el puente dobre el río Henares, mientras que el frente oriental bordeaba el barranco del Alamín sin contacto alguno con la ciudad.
Nuestro desconocimiento llega hasta el extremo de no poder asegurar que bajo el alcázar castellano se encuentre el andalusí.
Julio Navarro Palazón afirma que todas las estructuras hasta ahora identificadas son cristianas, pertenecientes a tres fases constructivas diferentes:
La primera es un edificio de planta trapecial casi cuadrado con torreones ciruculares en sus esquinas de los que sólo dos se han mantenido parcialmente en pie en el frente meridional. Se trata de una obra unitaria que podría fecharse a finales del siglo XIII.
La segunda es una importante ampliación del alcázar que exigió la demolición de todo el frente septentrional de la antigua fortaleza, diferenciándose de la primera por ser en su totalidad una obra de tapial; como hipótesis proponemos que fue Alfonso XI su promotor.
La tercera fase sólo la hemos identificado en un segundo recinto fortificado que, a modo de antemuro, protegía los frentes meridional y occidental de la residencia real que daban al interior de la villa. Lo conservado es una obra de tapial de hormigón. La documentación textual permite atribuirla con bastante seguridad a Enrique IV.
No tenemos datos precisos que permitan asegurar con exactitud la cronología de esta fortaleza, aunque pensamos que se trata de una obra de finales del siglo XIII o principios del XIV, pues es a partir del reinado de Sancho IV (1284-1295) cuando percibimos que Guadalajara empieza a ser utilizada más asiduamente como residencia real, especialmente por sus hijos la infanta Isabel y su hermano el futuro rey Fernando IV.
En relación con Sancho IV, Torres comenta que “El año de 1289 tubo el Rey D. Sancho mucho tiempo su corte en Guadalajara…”, para más adelante afirmar que en 1291 “D. Jaime 2º Rey de Aragón vino a Guadalajara, donde estaba el Rey D. Sancho…”. Layna concreta que en “octubre de 1289, estando de temporada en Guadalajara (…) recibió a los embajadores de Felipe el Hermoso rey de Francia…”. Las estancias de Sancho IV que en una primera búsqueda documental he podido probar son tres:
La primera tuvo lugar en una fecha imprecisa entre 1289 y 1290; la conocemos gracias a su crónica en la que se da noticia de la estancia del rey a raíz de los conflictos surgidos en Badajoz. La segunda se produce en 1293 y la prueban tres documentos allí firmados: el primero tiene fecha de 31 de enero “…en enero de 1293 los reyes fueron a Guadalajara donde pasaron gratos días con su hija la Infanta Isabel a quien acompañaba su desposado Jaime II de Aragón…”, Núñez comenta que “…en esta venida del rey don Jaime a Guadalajara, dexó un hijo bastardo, que se crió en Bujes, como labrador…” y los otros dos de febrero, lo que permite proponer una estancia de al menos 5 días. De la tercera solamente podemos decir con seguridad que “…estuvo algunos días…”, poco antes del 25 de abril de 1295; el dato lo transmite Jofre de Loaysa en su crónica, cuando relata el itinerario que siguió el rey hasta llegar a Toledo donde muere; antes señala el cronista que había estado en Guadalajara, Alcalá de Henares y Madrid.
Acerca del periodo en que la Infanta Isabel, primogénita de Sancho IV y de su mujer María de Molina, habitó en Guadalajara -entre finales del siglo XIII y principios del siguiente-, contamos con la valiosa obra de Layna Serrano, donde utiliza una abundante documentación referida a la Infanta, a María Fernández Coronel, su aya, a varios conventos de la villa y, sobre todo, a la información aportada por dos de los historiadores más importantes de la ciudad en el siglo XVII, Alonso Núñez de Castro y Francisco de Torres.
La infanta nacía en 1283 y se casaba con el rey de Aragón Jaime II, el 1 de diciembre de 1291, cuando contaba con ocho años de edad. En 1295, tras la muerte de su padre Sancho IV, era repudiada por el monarca aragonés. En 1296 su madre la reina la envió a “…la infanta doña Isabel á Guadalajara…”, siguiendo un criterio de distribución estratégica de sus hijos por el reino; la intención de la reina era que “..por ella (la infanta) fue guardada toda aquella tierra,…”. Torres comenta que tras la muerte del rey, “…la Reina Dª Maria para asegurar sus hijas, las Infantas Dª Isabel y Dª Beatriz (…), las tenía en los Alcázares Reales de Guadalajara…”. Será nombrada señora de Guadalajara, Hita y Ayllón. Gracias a un privilegio, firmado en Guadalajara, sabemos que el 11 de mayo de 1297 está ya en la villa alcarreña confirmando los privilegios concedidos por sus antepasados al Cabildo de Clérigos de Guadalajara. El 7 de agosto de 1299 y el 15 de abril de 1300, Doña María Fernández Coronel, aya de la infanta, se encontraba en Guadalajara comprando tinas casas a favor del convento de Santa Clara, mientras que el 8 de febrero de 1300 es la infanta la que está haciendo donación a los frailes mercedarios de Guadalajara de una casa.
En 1310 se promete al duque de Bretaña y en 1311 se casa con él en Burgos; tras la muerte de su marido regresa a Castilla, pero no a Guadalajara, desmintiendo Layna Serrano a quienes consideran que pasó sus últimos días allí.
Con los datos expuestos se puede aformar, sin temor a equivocarse, que Guadalajara fue su residencia habitual durante 15 años, desde 1296 hasta 1311; la elección de esta villa no le impidió que, en ocasiones, la abandonara para reunirse con sus familiares, así lo prueba la crónica de Fernando IV y dos cartas firmadas por ella, en Valladolid, el 5 de julio de 1305 y el 28 de abril de 1306.
La Infanta Isabel realizó una importante labor edilicia en Guadalajara. Se le ha atribuido la reconstrucción de los conventos femeninos de San Bernardo y de Santa Clara la Real; fundó los masculinos de franciscanos y mercedarios, y erigió el puente del Alamín frente a la puerta del Postigo, conocido como “puente de las Infantas”, debido a la participación de su hermana Beatriz. Lo más interesante es que al parecer estas activas fundadoras residieron en el alcázar, según testimonio transmitido por Núñez de Castro: “Vivió esta Infanta muchos años en esta ciudad, en compañía de su hermana la Infanta doña Beatriz (…) su casa era el Palacio Real de los Reyes…”, más adelante aclara que el alcázar “..entonces era el Palacio Real”.
Según la crónica de Fernando IV (1295-1312) sabemos que este monarca pasó en Guadalajara un día del mes de enero de 1301. Esta información aparece en el relato del viaje que emprende el monarca desde Burgos, enviado por su madre con el fin de evitar que el rey de Aragón tome Lorca: partió el “…miércoles cuatro dias de Enero,…, é non se detovo fasta Alcaraz, salvo un dia en Guadalhajara é otro dia en Huepte,…”.
En septiembre de 1304 volvía a residir en Guadalajara durante el viaje que realizó desde Córdoba para reunirse con su madre en Valladolid. Según la crónica, tras pasar por Toledo se desvió hacia Guadalajara, probablemente porque su hermana se encontraba allí, pues el camino más corto para llegar a Valladolid hubiera sido Madrid y Segovia.
Al año siguiente se produce otra visita que conocemos gracias a un documento firmado allí por el rey con fecha de 29 de enero de 1305; en este caso, la estancia parece que se prolongó hasta el mes siguiente, como así lo semuestran otros documentos de los días 6, 8 y 12 de febrero. Posteriormente partirá camino de Almazán, para después volver a Guadalajara el 14 de marzo según lo prueban dos cartas:; no sabemos cuanto tiempo permaneció en la ciudad, aunque no pudo ser mucho pues el 20 de ese mismo mes ya está en Buitrago. Todo parece indicar que el monarca estuvo en Guadalajara dos veces: la primera fue de cinco días al menos, entre los meses de enero y febrero, siempre que aceptemos la hipótesis de una estancia continuada entre las dos fechas más distantes (29 de enero y 12 de febrero); de la segunda sólo podemos asegurar que estuvo el día 14 de marzo.
Entre los meses de enero y abril de 1306 se produjo otra estancia que no hay que entenderla reducida a la villa de Guadalajara, pues más bien se trata se una más amplia por tierras alcarreñas. Sabemos de este viaje con varios meses de antelación, pues estando el rey en Toro en noviembre de 1305 lo visita su madre rogándole “…que quisiese llegar a Guadalhajara, é esto era el mes de Enero, é llegó y el Rey á pocos de días.”. Una vez establecido el rey en Guadalajara relata la crónica que “…fabló con la Reina é con el infante don Juan…”. Tal y como estaba previsto se presentan en Guadalajara los nobles que en Salamanca quisieron hablar con él: “…É estando el Rey en Guadalhajara, llegaron y don Diego é don Juan Alfonso, é non quiso el Rey que posasen en la villa, é posaron en unas aldeas…”.
En tiempo de los Trastámara permaneció en uso, pues sabemos que allí se celebraron Cortes del Reino en 1390 con Enrique III y en 1408, durante la minoría de edad de Juan II.
En 1444 el rey Juan II hace merced a Don Íñigo López de Mendoza de la tenencia del Alcázar de Guadalajara, que en 1462 Enrique IV convertirá en hereditaria. Posteriormente, ciertas estancias del antiguo Alcázar quedarán empleadas como sede de la milicia concejil, o destinadas a otros usos públicos, como el caso del torreón que los Reyes Católicos dedicaron a pósito de cereales en 1498, llamándose desde entonces Peso de la Harina. Sabemos que en 1579 estaba ya en estado ruinoso, según se desprende de la descripción contenida en la Relación que la ciudad envió a Felipe II.
Pese a su mal estado, en 1670 el Alcázar era utilizado como cárcel, al menos nobiliaria, según acredita una carta que el Marqués de Castrofuerte remite al Duque del Infantado sobre su prisión allí.
Cerrado desde el siglo XVI, una vez el Palacio del Infantado se construyera como nueva residencia de la realeza, entra en un proceso de deterioro que se prolongará hasta 1778, cuando Felipe V decide instalar en él la ampliación de la Real Fábrica de Paños con el nombre de Fábrica de Sarguetas de San Carlos; para cumplir con esta finalidad se derribó todo el interior del edificio construyendo dependencias interiores de nueva planta. Tras el cierre de la fábrica en 1822 fue ocupado sucesivamente por los cuarteles de San Carlos y Santa Isabel (1840-1860), a partir de 1860 permanece sólo el de San Carlos; luego Hospital de Coléricos y finalmente en 1898 el Colegio de Huérfanos del Ejército de Tierra hasta que fue bombardeado y quemado en 1936 durante la guerra civil.
De la fortaleza medieval sólo permanecen hoy en pie sus muros perímetrales, que presentan numerosas alteraciones, fruto de su larga historia constructiva. Su planta es de tendencia claramente rectangular y mide 72 por 62 m. Tanto las estructuras emergentes de mampostería como las de tapial son obra cristiana.
Todo el perímetro del recinto interior presenta fábrica de mampostería careada. La muralla oriental es la más gruesa y la única que ha llegado hasta nuestros días conservando sus forros. Su excepcionalidad radica también en las cinco ventanas que la perforaban, delatando que este lado, a pesar de no abrirse a la ciudad, fue la auténtica fachada del palacio.
Al mismo momento constructivo corresponde también el bastión de puerta meridional que, situado en el centro de ese lateral, tiene su frente de 13,50 m. y se proyecta unos 8,40 m. hacia el sur. El muro que lo conforma tiene un espesor de 3,10 m., es una obra de mampostería con esquinas reforzadas con sillares de piedra.
El recinto tendría por puerta principal de ingreso la estructura denominada Peso de la Harina, cuya planta recoge el trazado de una puerta de acceso directo, flanqueada al exterior por dos cubos gemelos.
La muralla oriental que da al barranco del Alamín es la única que recibió cierto tratamiento de fachada y prueba de ello es que se le abrieron seis vanos y que al menos dos de ellos presentan un importante tratamiento ornamental. Esta crujía contó con una planta más a modo de criptopórtico abovedado, que se construyó con la finalidad de salvar el desnivel natural de la ladera del barranco del Alamín.
Alcázar real dando al barranco del Alamín. (Guadalajara, Guadalajara). Fuente: CEFIHGU.
Puerta del Sol. Tuvó un arco de herradura apuntado al igual que la concatedral de Santa María de la Fuente, según Pedro J. Pradillo y Esteban. (Guadalajara, Guadalajara). 27 de marzo de 2010, Cristina Gonzalo Herreros.
En la torre central se la fachada norte se aloja una sala tipo qubba (8,70 por 8,80 m.). Precediendo a la qubba encontramos el salón principal que adopta la habitual planta oblonga con alhanías en sus extremos.
Actualmente, está declarado Bien de Interés Cultural (BIC) por la Disposición Adicional Segunda de la ley 16/1985 de 25 de junio del Patrimonio Histórico Español, que ratifica el Decreto de 22 de abril de 1949, en virtud del cual se dotaba a los castillos y murallas españoles del máximo grado de protección.
Se realizaron campañas arqueológicas cortas en junio de 1998, 2000, noviembre 2004-abril 2005, agosto 2005-diciembre 2005, julio 2006-febrero 2007.
Navarro Palazón, Julio: El alcázar real de Guadalajara. Un nuevo capítulo de la arquitectura bajomedieval española. Escuela de Estudios Árabes de Granada, CSIC.