Durante la primera mitad del siglo XVI, podemos observar, como ya hemos comentado en otras entradas, una etapa de prosperidad económica. Sin embargo, esta estabilidad afectará principalmente a los vecinos de clase media en detrimento de los más necesitados. En cualquier caso, la mejora fue evidente.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XVI y especialmente a principios del siglo XVII, será evidente un proceso degenerativo que evidenciará una clara bipolarización social. La distribución desigual de la tierra reflejaba la entrada de un nuevo siglo caracterizado por las enormes diferencias en el reparto de la riqueza.
Destacamos el enfrentamiento teórico entre los propietarios de regadío y los no propietarios. Al parecer, 10 propietarios únicamente ocupaban el 50% de la superficie regada. Ginés Jordi y los frares del colegio eran los dos únicos dueños de las tahúllas, teniendo en su poder 2996, las cuales suponían una quinta parte de la huerta, en manos de dos grandes propietarios. Aunque también debemos destacar un amplísimo número de minifundistas, hecho que debemos comentar. El 50% de vecinos no disponían de terreno de regadío, pero eso no significaba que no tuvieran disponibilidad de terrazo de secano; en cualquier caso la calidad de la tierra no quedaba en manos de la mayor parte de la población. Además, los no propietarios, que comprendían la otra mitad de la población, carecían de tierras y por tanto su condición se reducía a la de meros jornaleros, sin posibilidad de emanciparse social o económicamente.
La polarización social podemos verla claramente en la estructura de la propiedad y en la parcelación de la huerta, así como en la forma de pago de los impuestos, los cuales estaban muy mal distribuidos.
Nos encontramos por tanto, ante una sociedad heterogénea que pretendía cabalgar hacia el progreso renacentista de la edad moderna, pero carecía del equilibrio suficiente en sus modos de actuación.
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