En la segunda mitad del siglo XVIII, la casa de Medinaceli ocupaba el tercer lugar entre los principales linajes nobiliarios en el País Valenciano. De sus extensos dominios, destacaba el Marquesado de Denia, del que se tenía un conocimiento preciso gracias a las diversas visitas que se realizaban y que tenían como fin comprobar los derechos y regalías de la casa ducal. En este punto, en concreto, señalaremos algunos de los aspectos más relevantes de la visita señorial al Marquesado que tuvo lugar en el año 1766.
En primer lugar, no obstante, es necesario decir que las rentas que percibía el duque de Medinaceli en el Marquesado de Denia no diferían en exceso de las otras grandes casas nobiliarias en tierras valencianas. A pesar de eso, lo que sí defería respecto de los otros grandes estados nobiliarios valencianos de la época, incluso propios de la misma Casa de Medinaceli, era la distribución entre los diferentes ingresos. Mientras que lo habitual era que los derechos dominicales constituyeran las entradas fundamentales (a veces, las únicas), en el Marquesado de Denia la partida generada por el derecho de las almadrabas llegó a representar en algún momento cerca de la mitad de los ingresos totales. Y es que los privilegios otorgados por el V Marqués de Denia y Duque de Lerma, D. Francisco Gómez de Sandoval y Rojas –cuando fue valido de Felipe III- y la importancia de la actividad pesquera, marítima y comercial del Marquesado (sobre todo de Denia y Jávea) se convirtieron en fundamentales. En este sentido, es oportuno indicar que al final del siglo XVI el V Marqués de Denia consiguió el monopolio para la explotación de las almadrabas, desposeyéndose del Real Patrimonio; y que en el año 1603 redondeó la concesión obteniendo el privilegio de exclusividad para calar las almadrabas en todo el Reino de Valencia.
De lo comentado deducimos, por tanto, por qué la visita señorial de 1766 se centró en todo lo relacionado con la actividad comercial marítima, y, en concreto, en la mala situación del puerto, centro fundamental de todo este comercio.
En este sentido, y a pesar de que se indica en el texto que narra la visita que el puerto de Denia era “uno de los mejores y más seguros del Mediterráneo”, este distaba mucho sin embargo de ofrecer una explotación óptima, detallándose las razones:
- El muelle era un puente de madera que se encontraba a menudo inutilizado y requería una conservación muy costosa, por lo que se sugiere que debería hacerse de “piedra cantería labrada”.
- Se advierte de la suciedad del mismo, lo que provocaba dificultades de calado e impedía su buen funcionamiento. En este sentido se dice que:
Al presente se halla muy sucio y perdido, por manera que si no enfrente su canal principal, que está al oriente, en todo él no ay fondo para ancorar embarcaciones. […] Y estando limpio, como en lo antiguo, es capaz de rezivir qualquier embarcación, por mayor que sea, estando tan seguros en el canal los nabíos y galeras por el resguardo que en él logran de todos vientos […]. Y por esta razón se comprende peciso e indispensable el que se limpie el referido canal, resultando de ello el mayor benefizio tanto a Su Magestad, a su excelencia muy ilustre, dueño y señor de dicho puerto, como a todo el comerzio y navegazión.
En resumen, de la visita señorial de 1766 a Denia se puede extraer que el puerto debía ser reformado urgentemente para que la casa de Medinaceli pudiese obtener de él el máximo partido.
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