Desde mediados de los años 30, y prácticamente hasta final de la guerra de Cataluña, Valencia vivió unos años difíciles. Diferentes virreyes se sucedieron en el gobierno sin que ninguno fuera capaz de resolver uno de los mayores problemas que afectaba al reino, el bandolerismo, conectado con las ramas oligárquicas de la capital. La situación se agravó con el paso de los años, desatándose grandes tensiones entre las oligarquías municipales, polarizadas en torno a dos facciones o parcialidades y aglutinadas por Guillem Ramón de Anglesola y Juan Sabata, cuyo enfrentamiento no hizo sino acentuar el caos que asolaba la Ciudad. A ello se sumaría la terrible peste de 1647-48, sumiendo a los valencianos en una de las peores crisis de su Historia. Solo un virrey enérgico, como el conde de Oropesa, pudo hacer frente a esta situación, eso sí, con la ayuda del arzobispo Aliaga.
En la década de los 1635-45 las facciones de la capital valentina dirimieron sangrientamente sus diferencias sin que la corona pudiera impedirlo. Especialmente hablamos del enfrentamiento mantenido entre dos de las facciones más famosas del momento, que acogían en su seno desde aristócratas hasta simple bandoleros, los Anglesola y los Minvarte. La adscripción a uno u otro bando venía determinada por las relaciones familiares o por la influencia de algunos grandes nobles sobre otros menos influyentes, lo que convertía estos bandos en verdaderas clientelas políticas.
Los Anglesola, gente de la nobleza, eran favorecían a Francisco Folch de Cardona, almirante de Aragón, marqués de Guadalest, y baile general del reino. La facción contraria, integrada en su mayoría por ciudadanos miembros de las oligarquías urbanas, estaba dirigida por Jerónimo Minvarte
El arzobispo de Valencia mantenía una relación con los Minvarte desde que estos entraron a su servicio en algunos puestos clave de la diócesis. Precisamente debió de ser la influencia del prelado sobre esta facción lo que llevó al rey Felipe IV a pedirle en 1636 que, ante el fracaso de las sucesivas medidas dispuestas por la monarquía para acabar con las parcialidades, colaborara con el virrey, Fernando de Borja en la desarticulación de las mismas. El prelado se comprometió a hacerlo y en verano de 1637 habría logrado junto al lugarteniente general, que ambas facciones hicieran aparentemente las paces. Sin embargo se había tratado solo de una tregua ya que el asesinato de Jerónimo Minvarte a finales del 38 desató una nueva oleada de crímenes y asesinatos, sumiendo a Valencia en un nuevo caos.