El mando de Carlos V
Carlos V gobernó territorios muy diversos. Su formidable imperio no tenía ni capital fija ni un verdadero cuerpo de Estado que agrupase a todos sus miembros: su único vínculo de unión era la propia persona del Príncipe.
El Emperador tenía bajo su mando un doble imperio: por una parte, la Monarquía Católica supranacional, que había heredado de los Reyes Católicos, con su núcleo hispano, sus piezas italianas, sus enclaves norteafricanos y su proyección en el Nuevo Mundo, a la que él mismo había aportado los Países Bajos; y por otra, el Sacro Imperio Romano Germánico, con un poder sobre el mundo germánico más nominal que real, pero que al menos le daba el título de emperador de la Universitas Christiana. Estaban, además, los señoríos de la Europa central de la Casa de Austria, con sus dos territorios principales: la propia Austria y el reino de Bohemia.
Su autoridad efectiva quedaba circunscrita únicamente a sus territorios patrimoniales. En el resto del Imperio las distintas casas principescas eran las que, de hecho, gobernaban sus territorios. Así, mientras en Castilla, Aragón, Sicilia, Nápoles, Países-Bajos o en el Franco-Condado actúa siempre como soberano absoluto, sólo atado por los privilegios locales, en Alemania, Carlos debe la corona no a la herencia, sino a una elección basada en un pacto frente a los Príncipes Electores. Estos Príncipes son verdaderas potencias en sus Estados y muestran unos aires fieros de independencia, y su pacto con Carlos incluyó un gran número de capitulaciones que condicionaban el mando del emperador. Esa circunstancia hace que Carlos se mueva siempre con menor libertad en las tierras del Imperio.