Colaboradores que alimentaron el ideal imperial de Carlos V
Suele atribuirse al grupo de los erasmistas españoles servidores de Carlos V el sueño de la monarquía universal. Sin embargo, en la práctica, nadie pensaba en un real sometimiento de las tierras de toda la Cristiandad a una sola cabeza. Se trataba más bien de un ideal inalcanzable, en el que se unía el afán de reforma de la sociedad con el de reforma de la Iglesia por medio del Concilio.
Los políticos y escritores del Renacimiento que más inmediatamente influyeron sobre Carlos quisieron hacer del Emperador un sabio y él mismo quiso serlo: un sabio en el sentido moral de los humanistas.
Quizás el colaborador que más intervino en este proyecto imperial fue el piamontés Mercurino de Gattinara. Había accedido al cargo de canciller en 1518, tras el fallecimiento del flamenco Sauvage. Durante más de doce años llevó en sus manos la política del rey, que muy pronto sería emperador. Muy influenciado por Dante, formuló la idea de una monarquía universal, con referencia y apoyo en la figura de Carlomagno. En este sentido, el 12 de julio de 1529 dirigió una memoria al Emperador, en la que sostenía su preeminencia sobre todos los reyes y príncipes, y refería su poder comparativamente a Carlomagno y al Imperio romano.
El preceptor flamenco de Carlos, Adriano de Utrecht (futuro Adriano VI) fue otro de los personajes claves. Era un humanista cristiano educado en la devotio moderna, una nueva espiritualidad que se desarrolla a principios de la Edad Media. Esta espiritualidad se acerca al protestantismo en su defensa del acceso a las Sagradas Escrituras, del contacto directo con Dios, pero, a diferencia del mismo, sí plantea el acercamiento a Dios a través de las buenas obras.
Otro humanista, Alfonso de Valdés, tuvo también un destacado papel. Había sido ascendido de secretario de Gattinara a secretario de cartas latinas del Emperador. Era considerado por algunos colaboradores de Carlos V, entre ellos el propio Gattinara, como el teórico del grupo y por ello le encomendaron, ante hechos tan graves como el saqueo de Roma (1527) construir sus razones doctrinales. En El diálogo de las cosas ocurridas en Roma (1527), trata de defender la inocencia del Emperador y busca la verdadera causa del desastre, que encontrará en los designios de Dios, que así castigaba las iniquidades de Roma. Este documento es una fuente única para el conocimiento de los entresijos de la diplomacia carolina. En el Diálogo de Mercurio y Carón (1529), su obra maestra, Alfonso de Valdés trata acerca del desafío de las Reyes de Francia e Inglaterra, y no sólo comenta el estado presente de la Cristiandad, sino que contiene un esquema de perfección cristiano-política. El humanista plantea sustituir la guerra de los pueblos por el combate personal de sus príncipes.
Las ideas del obispo de Badajoz, Pedro Ruiz de la Mota (conocido como doctor Mota) también sirvieron para alimentar este proyecto. En su discurso de las Cortes de la Coruña de 1520, en las que consiguió financiación para confirmar su elección como emperador, planteó que el Emperador es Rey de Reyes y, además, con un carácter único, puesto que él posee el “Imperio del mundo”. Ese Imperio no es otro que el de Roma, y por eso puede considerarse que su primer antecedente es el de la antigüedad romana. Entonces, como ahora, el papel de España ha consistido en dar Emperadores a Roma, en tener un puesto relevante, ya que mientras las demás partes del imperio enviaban tributos, España enviaba Emperadores.
Por último, también tenemos que tener en cuenta a Fray Antonio de Guevara y su obra, El reloj de los príncipes (1529). El modelo para Emperadores que presenta es el de Marco Aurelio, con el que compara a Carlos V. En el título de esta obra ya va implícito el motivo final de la misma: servir para advertir al gobernante de las dificultades que se encontrará en su gobierno, de “reloj” que lo despierte y avise. Parece ser que en 1524 el Emperador tuvo ocasión de leer la fábula del “Villano del Danubio”, que se encuentra dentro de la misma, y que se le había oído elogiarla. Esta fábula plantea un utopía en la que los pueblos sencillos, que son justos, iguales y pacíficos, no necesitan de príncipes, viven en libertad. Es el esquema de la existencia que se gobierna por la pura y recta razón.
Fray Antonio de Guevara sigue, por tanto, la línea de pensamiento utópico de Valdés, la de la época dorada cuya culminación es la utopía del Gobierno pastoril, en cuya fórmula se resume la imagen política del Imperio de Carlos V que trazaron los escritores de tipo utópico y reformista. Y estos ideales no son para Valdés ni para Guevara incompatibles con la exaltación caballeresca de Carlos V, pues el caballero, con su protección armada, hace posible esta sociedad.