Dentro del ámbito político, en lo que respecta a la formación y composición territorial del Imperio de Carlos V, con las Italias, constituye un caso particular en la Europa del siglo XVI. Es sin duda alguna, junto con los Países Bajos, la región más rica y más evolucionada de Europa. Pero, a partir de 1520-1530 se convierte en un «satélite» político de este imperio y varias de sus regiones se ven sometidas directamente a la autoridad de los representantes del emperador. En efecto, no hay en absoluto paralelismo entre el desarrollo demográfico, económico y cultural de Italia y su fuerza política.
Así pues, se da el caso de que esta Italia, adolece de una gran debilidad política, a pesar de estar adornada de todo el prestigio posible. De ahí que los italianos sean tan poco conscientes de la debilidad que está pasando, que no puedan llegar por sí mismo a resolver estas controversias, que se vieron obligados a resolverlas pidiendo ayuda al extranjero (vamos como está pasando actualmente, en mi caso, con España). Comprende una veintena de Estados soberanos que han roto todos sus vínculos de dependencia respecto al Sacro Imperio romano-germánico. Los estatutos de estos Estados son muy diversos: repúblicas (como Florencia, Siena, Luca, Génova, Venecia…), ducados (como Saboya, Mantua, Ferrara, Mirandola, Milán…), marquesados (como Massa, Saluzzo, Montferrato…). A pesar de los estatutos, y con la única excepción de Venecia como república, la realidad política de Italia estaba dominada por el «príncipe» que era el verdadero beneficiario de los conflictos o por lo menos a sus oligarquías. La división de Italia, y la costumbre de los patricios urbanos de recurrir a ejércitos de mercenarios para arreglar los conflictos, unían la debilidad política a la debilidad militar. Este fue quizás el profundo origen de las guerras internas en Italia, durante las cuales este país se convirtió en el objetivo de las potencias vecinas.
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