PAVÍA, 1525
Francisco I, rey de Francia desde las Navidades de 1.514, había logrado nada más comenzar su reinado, la victoria de Mariñano (1.515).
En 1.519 fue candidato al trono imperial, al que como sabemos, fue elevado Carlos I. Su prestigio quedó mermado y se dio cuenta que Francia podía ser estrangulada por sus fronteras en el sur con España, y en este por el Sacro Imperio Romano Germánico. Recupero parte de su prestigio tras el acuerdo con Enrique VIII de Inglaterra, y aunque en 1.522 sufrió una derrota en Bicoca y el cambio de bando de Carlos, III duque de Borbón, Condestable de Francia, uno de los artífices de la victoria en Mariñano y uno de los hombres más poderosos del reino, se sintió con las suficientes fuerzas para reclamar el ducado de Milán, una de las zonas más ricas de Europa
Las tropas francesas al mando del Señor de Bonnivet, Almirante de Francia, penetraron en Italia, con un ejército de casi 20.000 hombres.
Bonnivet, era el mejor amigo del Rey, y este tenía en gran estima sus consejos.
Por España combatía Prospero Colonna, que con 9.000 hombres retrocedió inicialmente, mientras recibía refuerzos, 15.000 lansquenetes alemanes y 6.000 más bajo pago del Borbón. Colonna murió y fue sustituido por el Virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy. Era de nacimiento italiano, pero de origen español. No estaba bien situado socialmente, pero sus habilidades militares y políticas le situaron en lo más alto del reino de Nápoles y del ejército.
Los imperiales, ya reforzados, dirigieron acciones contra la retaguardia francesa, hostigando sus vías de comunicación con Francia.
Disensiones en el mando francés, llevaron a la retirada de 13.000 mercenarios suizos, con lo que Bonnivet, se retiró hacia Novara.
En una escaramuza contra las tropas al mando de Borbón, Bonnivet fue herido y tomó el mando el caballero Bayardo, “el caballero sin tacha”, famoso caballero francés, temible y legendario guerrero, con mentalidad, todavía medieval. En una escaramuza, el valiente Bayardo, que cubría la retirada de sus hombres, fue abatido por un certero disparo de un arcabucero español. Curiosa muerte la de alguien, que años atrás, en las campañas del Gran Capitán, había ordenado que fueran ejecutados todos los arcabuceros españoles que fueran hechos prisioneros.
La retirada francesa continuó hasta Briancon, en Abril de 1.524, mientras los imperiales, con los españoles como protagonistas, ocuparon el Piamonte. La primera ofensiva francesa, había fracasado, tanto en dominar el norte de Italia, como en capturar al Borbón.
Se organiza un ejército de unos 12.000 hombres y 26 cañones, que bajo el mando de Borbón y de Pescara, penetran en Francia. Al llegar a Aix-le-Provence, Borbón reclama el título de conde de Provenza e intenta recabar el apoyo de Enrique VIII. Las fuerzas francesas se atrincheran en Marsella, donde 4.000 y otros tantos miembros de la milicia resisten el asedio hispano-imperial. Francisco I se reúne en Lyons con Bonnivet donde se reagrupa y recibe refuerzos, avanzando a continuación hacia Avignon. Los sitiadores intentan tomar la ciudad al asalto pero son rechazados, y ante la disyuntiva de verse atacados por un ejército, ahora superior en número, se repliegan hacia Italia, siendo hostigados por la vanguardia francesa al mando del Condestable de Francia Anne de Montmorency. Francisco I libera Marsella y castiga a los que apoyaron a su enemigo Borbón. Los imperiales se retiran maltrechos a Italia.
Francisco I tiene dos opciones, permanecer en Francia e incluso apoyar los combates, en un frente secundario como el de Bayona, o entrar en Italia, persiguiendo a los exhaustos imperiales. El objetivo final, vuelve a ser Milán, lo que le permitiría recuperar todo lo perdido. Siguiendo el consejo de Bonnivet, Francisco se decide a entrar en Italia.
Los franceses dividieron sus fuerzas en tres columnas para atravesar los Alpes. La vanguardia, bajo el mando de Montmorency, perseguía a los imperiales por la ruta costera, en dirección Génova. El Rey con el grueso bajo el mando de Michel-Antoine, marqués de Saluzzo, reclutaba mercenarios italianos en la zona de Briancon, y una columna central mandada por el mariscal Jacques de Chabannes, señor de la Palice, atravesaba el Col de Larche.
A mediados de Octubre, el Rey se encontraba en Vercelli, a mitad de camino entre Turín y Milán (el objetivo de esta fase).El duque de Turín, tío del Rey, Carlos duque de Saboya, se unió a su sobrino, junto con 14.000 mercenarios suizos. Contaba el rey con 24.000 hombres. El señor de la Palice, con 7.000 infantes franceses y 2.000 caballeros (gendarmes) perseguía de cerca a los menos de 9.000 imperiales (la mayoría españoles) que se habían retirado hasta Alba. La columna al mando de Montmorency, con 5.000 jinetes ligeros italianos y lansquenetes alemanes, intentaban rodear y copar a las fuerzas enemigas.
Pero no era fácil la coordinación de estas fuerzas con los medios de la época. Los imperiales forzaron la marcha y lograron escapar del cerco, lo que hubiera supuesto, posiblemente, el fin de la campaña y de las aspiraciones españolas en la zona. Pescara y Borbón llegaron a Pavía (quedando al mando de la ciudad Leiva), quedando en la ciudad de Alessandria, una guarnición de 2.000 españoles. El mal tiempo ayudó a los imperiales, ya que retrasó la persecución que daban los franceses.
El 26 de Octubre de 1.524 el rey francés entra en Milán. Los imperiales se refugian en Alessandría, Lodi y Pavía. A esta ciudad ponen sitio los franceses. Ante el riesgo de que el ejército, por falta de pagas, se deshaga, los imperiales se ven obligados a avanzar contra el ejército sitiador.
Los oficiales de Francisco le recomiendan levantar el sitio, para no quedar aprisionado por las fuerzas que defienden la ciudad y aquellos que intentan levantar el sitio, pero confiado de la calidad y del número de sus fuerzas, y conocedor de los problemas monetarios del enemigo, decide mantener la posición.
Pescara llega el 7 de Febrero a Pavía e instala su campamento, próximo al del enemigo. Desde el primer día, se dedican a hostigar, en aquel tipo de guerra, incómodo y tan poco “heroico y noble” que poco gustaba al francés. Así en la noche del 19 al 20, una encamisada en el campo francés causa graves bajas al enemigo, 2.000 hombres y 9 cañones ligeros.
Para el sitio el ejército francés se dividió en tres cuerpos:
Vanguardia, al mando de La Palice y la Flourance.
Retaguardia, a las órdenes de Carlos, Duque de Alençon.
Cuerpo principal, con el Rey.
Así quedaron los franceses alrededor de la ciudad, defendida por 9.000 hombres. El principal problema para Leiva era el pago a los mercenarios. Hubo hasta que coger la plata de las iglesias para pagarlos. Pero no era suficiente, así que Leiva pidió a los españoles, no solo combatir sin paga, sino que prestaran el dinero que tuvieran para pagar a los mercenarios alemanes. Y aceptaron, ¡este era el carácter de estos soldados!
Antes de la llegada de los refuerzos, hubo varias embestidas y escaramuzas contra la ciudad.
En una de ellas, 40 españoles que defendían una pequeña posición en la orilla sur, se defendieron valientemente y los franceses los colgaron por orden de Montmorency. Leyva protestó y el rey, pidió disculpas por el hecho. En una de esas escaramuzas, cayó en poder de la guarnición el estandarte de los guardias reales escoceses, una de las banderas más preciadas del ejército francés.
Según a los autores que se lea, como es habitual, las fuerzas de cada bando aumentan o disminuyen. Entre 35.000 hasta 20.000 hombres, hay todo un margen de cifras. Las cifras para la guarnición de Pavía, van desde 6.000 hasta 11.000, con la mayoría de lansquenetes y en menor número, aunque decisivos, españoles.
Si parece ser que estaban igualados en números totales, con superioridad en caballería pesada y artillería por el lado francés. Al bando francés había pasado la banda de mercenarios “della Bande Nere” y distintas fuerzas de varias ciudades italianas, incluso más de 10.000 hombres pagados por el Papa. Los imperiales habían reclutado lansquenetes, entre otros al famoso Jorge von Frundsberg, señor de Mindelheim, que a pesar de ser luterano, su fidelidad al emperador Carlos era absoluta.
Uno de los mayores problemas para ambos ejércitos era la falta de pólvora, sobre todo para los defensores de Pavía. Se logró introducir un envío, que Leyva, aprovechó para organizar una arriesgada salida contra el campo francés que se cobró numerosas bajas. Leyva se encontraba enfermo y se hacía transportar en una litera para supervisar los combates desde la muralla.
Finalmente, y ante el riesgo de que los mercenarios abandonaran la campaña, los imperiales decidieron atacar el 22 de Febero de 1.525.
El plan, preveía atacar el ala izquierda francesa, apoyada en el muro del parque.
En el medio del parque, había un edificio, llamado Castillo de Mirabello. Había sido elegido por Francisco I como su cuartel general. Los imperiales decidieron ocupar el castillo, hacer prisionero al rey y enlazando con una fuerza que saliera de Pavía, traspasarles, comida, pólvora y sobre todo dinero para poder mantener la defensa. Preveían que de lograrlo, los franceses deberían levantar el sitio, ya que ellos también comenzaban a notar los efectos del alquiler de tanto mercenario.
Una parte del ejército se mantendría en reserva, mientras una pequeña fuerza haría una maniobra de distracción frente a la Torre del Gallo.
El problema de introducirse en el parque, era el muro. Esto, hoy en día puede parecer un detalle menor, pero en una época en la que las formaciones eran rígidas y el mantener o no, la formación adecuada podía resultar la causa de la victoria o la derrota, era un asunto trascendental. El que una unidad de lansquenetes, por ejemplo, pica al hombro, manteniendo las filas y las columnas su orden, atravesara el muro por la brecha del tamaño de un hombre, podía llevar horas.
Por lo tanto, desde el día 19, los gastadores españoles (el término proviene de “desgastar” el terreno) realizaron patrullas de reconocimiento, e introduciéndose en el parque, sostuvieron pequeñas escaramuzas. El sitio elegido (aunque no sé conoce con total precisión) estaba al oeste del arroyo Vernavola, alejado del campamento imperial situado enfrente de la torre del Gallo y relativamente cerca del supuesto alojamiento del rey francés.
La fuerza de distracción debería mantener el fuego toda la noche con sus arcabuces y pequeñas piezas de artillería, para mantener entretenidos a los enemigos, justo antes del amanecer cesaría el fuego y 3 cañonazos seguidos en el momento en que saliera el sol, serían la señal para que el valiente Leyva, saliera con sus tropas para enlazar con la fuerza de rescate. Durante la noche, las tropas, se desplazarían hasta las brechas y entrarían en el parque.
A las diez de la noche, las tropas comenzaron la marcha, rodeando el muro por el norte. Se ordenó guardar silencio y para distinguir a las tropas, se les ordenó que portaran sus camisas (algunos lo hicieron con papeles) por encima de sus vestiduras, para ser reconocidos en la oscuridad (encamisada).
En ese momento, los gastadores españoles comenzaron la tarea de demoler el muro. No era una tarea sencilla, medía 5 metros y debían hacerlo en silencio. Se había desechado el uso de la pólvora por tal motivo, por lo que hubo que hacerlo con herramientas. Inmediatamente comenzó el fuego realizado por la unidad encargada de distraer la atención.
Con todo, el movimiento de las tropas fue detectado por una unidad de caballería ligera francesa, encargada de la custodia de la valla en la zona norte. Pero su jefe, Charles Tiercelin, señor de la roca del Maine, debió creer que comenzaba la retirada de la fuerza sitiadora o que se trataba de un redespliegue, pues tan solo alertó a la guarnición de torre del Gallo, pero no tomó ninguna medida más.
Hacía las doce de la noche, las tropas imperiales, al mando del virrey Lannoy llegaron a la altura de los afanados gastadores, que todavía no habían podido terminar la obra, por lo que se ordenó a los soldados que los apoyaran en su trabajo. Cuanto más tardaran, más riesgo corrían de ser descubiertos.
Esto ocurrió hacia las cuatro de la mañana. Las patrullas de caballería alertaron de ruidos a su jefe, Tiercelin, y ahora sí avisó a su rey.
Hacia las cinco de la mañana, el señor de la Flourence, al mando de 3.000 piqueros suizos y Tiercelin con unos 1.000 jinetes, se dirigían hacia el norte, hacia los ruidos que habían avisado los jinetes.
Poco antes, los gastadores terminaron de abrir las brechas. La primera unidad en el parque, estaba mandada por el marqués del Vasto, según algunos formada por 3.000 arcabuceros y según otros, mitad arcabuceros y mitad piqueros. No es seguro, pero lo más probable es que los arcabuceros fueran españoles. Su misión, capturar al rey francés, en el castillo de Mirabello, pero esto se había trasladado, días antes al campamento, al oeste del parque.
Tras ellos, entran por las brechas unos cuantos cañones ligeros, para apoyar el asalto a Mirabello. A continuación, caballería ligera española e italiana. De este modo, los hombres de del Vasto, las piezas y los jinetes se dirigen hacia el sur y hacia el norte se dirigen los mercenarios suizos y los jinetes franceses. La noche era oscura, limitando la visibilidad a poco más de 100-150 metros.
De repente, ambas unidades de jinetes se encontraron, y comenzó a librarse un duro combate, a corta distancia y entre la oscuridad. Los arcabuceros a las órdenes del Marqués del Vasto, pasaron a 100 metros de los suizos sin ser detectados. Estos, sin saber lo que tenían al frente, se toparon con la batería de cañones ligeros que estaban siendo transportados. Inmediatamente los atacaron y logaron capturar las piezas, las fuentes varían entre 12 a 20. Los artilleros huyeron y a su vez, los franceses comenzaron a disparar con 4 piezas que habían traído, contra los ruidos que provenían de la muralla y contra la melé de caballería.
Francisco I envió a Bonnivet, que llegó con 50 “gendarmes”. Se unió a la refriega, logrando rechazar a los jinetes ligeros imperiales, que huyeron hacia los bosques cercanos y hacia las brechas por las que habían entrado. Tras ello, los jinetes de Tiercerlin y los gendarmes, se reagrupan tras las piezas capturadas y las propias y se manda aviso al rey que el asalto al parque ha sido rechazado. Son las 6 de la mañana.
En ese momento se dio la señal para la salida de las fuerzas de Pavía. En las posiciones francesas, habían quedado según algunos historiadores las Bandas Negras de Juan de Medici, según otros, mercenarios suizos. El caso, es que preveían un ataque, desde las posiciones desde las que se les hostigó toda la noche y lo que sufrieron fue un terrible asalto desde la ciudad de Pavía, cogiéndolos por la retaguardia. Los imperiales, con los españoles a la cabeza deshicieron al enemigo.
Mientras, del Vasto, con sus hombres, llegó al castillo de Mirabello, y lo asaltó con rapidez. La pequeña guarnición fue reducida y el castillo tomado. Los historiadores franceses han explicado siempre, que tras el asalto se produjo una orgía de asesinatos y saqueos sobre la enorme cantidad de mercaderes, prostitutas y acompañantes de lo que había sido la corte.
Saqueos debió haber, pero no en la medida que se ha dado a conocer, pues poco después, del Vasto, fue capaz de volver a participar en la batalla con sus tropas. Esta tarea hubiera sido particularmente difícil de realizar, si los soldados se hubieran sumergido en la vorágine del saqueo. Basta recordar uno de los casos más famosos, el del saqueo del rey José I, tras la batalla de Vitoria, donde gran parte de los franceses, entre ellos el hermano de Napoleón, escaparon debido al “retraso” sufrido por los soldados ingleses, al convertirse en una horda deseosa del botín.
Mientras, en las brechas abiertas, Borbón, supervisa el paso de las fuerzas. Los siguientes en entrar en el parque, son los lansquenetes alemanes, la mayoría piqueros reforzados con arcabuceros (españoles e italianos). Son unos 8.000 hombres, al mando de Sittlich y de von Frundsberg.
Los alemanes, formados en dos grandes cuadros, se topan de repente con los piqueros suizos al servicio francés. Los mismos que han pasado al lado de las tropas de del Vasto sin verlos. Hay que hacer notar, que los mejores hombres de los cantones suizos, habían muerto en la batalla de Bicoca (1.522), donde los españoles ganaron esta batalla con tal facilidad, que su nombre, ha pasado al castellano, como sinónimo de algo ganado sin esfuerzo ni dificultad. En esa batalla, comenzó a declinar la fama de los hasta entonces, invencibles piqueros suizos. Los mercenarios que luchaban por Francia, no eran de la calidad que habían tenido sus antecesores. De este modo, los piqueros de ambos ejércitos, se toparon de repente con sus enemigos, y en la oscuridad, comenzó una porfiada lucha entre los piqueros.
Mientras, más tropas penetraban en el parque, 4.000 españoles y 4.000 alemanes, cubiertos por unos 400 caballeros españoles y jinetes ligeros. Los infantes al mando del Marqués de Pescara y los jinetes, a las órdenes del propio Lannoy. Los imperiales habían logrado superioridad local en el norte del parque, y la posición central de del Vasto, impedía la comunicación entre los distintos cuerpos franceses.
Pero la principal fuerza francesa es la que está con el rey. Más de 900 gendarmes, que junto con sus jinetes de apoyo, dan más de 3000 jinetes junto con infantería alemana y gascona. Las tropas de Pescara, iban cubiertas en su flanco oeste por la caballería ligera española y algunos jinetes pesados italianos. En el campamento francés se habían ya desplegado las tropas.
Una batería francesa (se cree que 12 cañones) comenzó a disparar a los imperiales. Se encontraba en una inmejorable situación, pues al sorprenderles de flanco, los cañones cogieron a las formaciones de enfilada. Los historiadores franceses siempre han aducido que este fuego logró causar muchas bajas a sus enemigos. Las descripciones de cabezas, brazos y piernas volando son bastante descriptivas. Tanto Pescara como Frundsberg siempre negaron este extremo, diciendo que habían sufrido bajas pero no muy extensas. Los lansquenetes y los españoles, eran soldados experimentados, que al recibir el fuego, abrieron distancia, logrando reducir los efectos del fuego.
Una opinión personal mía, es que se intentó “maximizar” los daños de la artillería para dejar en mal lugar, la carga que posteriormente dará Francisco, y aducir que con el fuego se hubiera podido ganar la batalla. La cifra que más se aproxima a la realidad, podría acercarse a las 600 bajas como máximo (posiblemente menos).
Para entonces los jinetes franceses ya se habían equipado (llevaba una media hora el equipar a un caballero y a su montura con todo el metal que solían llevar encima). Se organizó un enorme cuerpo de caballería, en cuatro filas, formada por los gendarmes, archeros (jinetes pesados) y jinetes ligeros, más de 3.600 jinetes. La nobleza francesa no había aprendido la lección de la guerra de los 100 años ni de las campañas de Italia con el Gran Capitán.
Esta gran masa de jinetes se lanzó a la carga contra los jinetes imperiales, unos 2.000 jinetes, italianos y españoles, la mayoría caballería ligera.
El resultado del choque solo podía ser uno, dada sobre todo, la diferencia entre blindajes de unos y otros. Lannoy, al ver lo que se le venía encima exclamó: “No queda más esperanza que Dios”.
En unos 5 minutos, la caballería imperial fue rechazada y obligada a retirarse, mientras que los infantes, buscaban cubierta entre los árboles.
Francisco I entusiasmado gritó al Mariscal de Foix: “Ahora si soy el Duque de Milán”. Tras lo cual ordenó perseguir a los jinetes en retirada. El rey se veía así mismo como el protagonista de una de las novelas de caballería a las que era aficionado y pensó que había ganado la batalla.
Pero no contaba con la flexibilidad táctica de los españoles.
A la derecha del despliegue (al sur) ha quedado la infantería gascona y los mercenarios alemanes, prestos para apoyar al rey en caso necesario.
Pero la carga ha separado en exceso a la caballería de la infantería y ahora, Francisco y sus jinetes se encuentran parados por su frente por el bosque en el que se refugian los imperiales y sus caballos se encuentran muy fatigados tras la galopada.
Pescara se hizo cargo de la situación, y mandó mensajes a del Vasto para que regresara hacia el norte y atacara por el flanco derecho a la masa de caballería francesa, ya que la carga se había dada a escasa distancia del castillo de Mirabello. Del mismo modo, avisó a Frundsberg y a Borbón pidiendo refuerzos.
Frundsberg y Sittlich, llevaban una hora combatiendo contra los suizos y finalmente habían logrado imponerse. Según algunos historiadores, los suizos huyeron y según otros, tan solo se retiraron.
Como fuera, la mitad de los lansquenetes, bajo el mando del propio Frundsberg se dirigieron hacia la zona de la carga francesa. Pescara desplegó mas arcabuceros en el bosque, frente al cual se hallaba detenida y reorganizándose los gendarmes franceses. Según algunas fuentes, el terreno fangoso no ayudó en exceso a los pesados jinetes franceses.
Mientras Borbón, con más lansquenetes alemanes y 100 “lanzas” llegó por el flanco izquierdo francés, así, con Borbón por el norte, Frundsber con sus lansquenetes y los arcabuceros españoles por el este, y del Vasto por el sur, la gendarmería francesa está rodeada por 3 sitios. Con los jinetes sin espacio para maniobrar y separados de su infantería.
Son las ocho de la mañana. Los arcabuceros españoles tomaron el protagonismo de la batalla. Comenzaron a disparar a la masa de caballería, apuntando preferentemente a los caballos, ya que un jinete con armadura, al caer al suelo era víctima fácil de los infantes.
La carnicería fue horrible. Los certeros disparos españoles diezmaron a la nobleza francesa. Los principales señores del reino, rodeaban al rey y comenzaron a caer bajo los disparos: el señor de la Palice, Mariscal de Francia (según las crónicas es descabalgado y al rendirse a un arcabucero español lo mata “encarándole un grueso harguebuse á la coraca”; el bastardo de Saboya, Gran Maestre de Francia; señor de la Tremoille; Galeazzo Sanverino, señor de las caballerizas reales; Bussy dÁmboise; el conde de Tonerre… Los peones españoles y los lansquenetes rematan la carnicería, acercándose y cebándose en los jinetes caídos, inmovilizados por el peso de sus armaduras, apenas pueden defenderse, son muertos y despojados en el saqueo subsiguiente.
Bonnivet, que se siente responsable de lo que está presenciando por haber aconsejado al rey presentar batalla, alza la celada de su casco y se lanza contra un bloque de picas buscando la muerte, que encuentra al ser ensartado.
La infantería francesa al mando del duque de Suffolk (exiliado inglés) y de Francisco de Lorena, se lanzan a intentar rescatar a la caballería. Cuentan con 4.000 lansquenetes alemanes (las bandas negras) y 2.000 franceses. Pero se enfrentan al temible von Frundsberg con sus alemanes, que consideran traidores a sus compatriotas que luchan contra el emperador. Comienza una terrible lucha entre los bloques de piqueros en la que no se hacen prisioneros.
Mientras, algunos de los jinetes menos acorazados dan la vuelta y logran huir, mientras la mayoría de los nobles son acribillados a quemarropa por los arcabuceros. El rey se da cuenta de la carnicería y exclama: “Dios mío, ¿qué es esto?”. Sin duda era algo más salvaje que las novelas que acostumbraba a leer.
Se defiende bien pero su caballo es derribado, y es el propio Lannoy el que debe protegerle de la furia de los españoles, incluso la escolta del virrey debe matar a algunos de los hispanos que tratan de acabar con el rey prisionero.
Los piqueros al mando de Lorena son derrotados por sus contrapartes imperiales, que logran imponerse en la lucha entre piqueros. En la persecución del enemigo, numerosos franceses y alemanes son muertos y las piezas de artillería tomadas.
Mientras en el otro lado del campo de batalla, los piqueros suizos son perseguidos por los hombres de Sittlich. Los jinetes ligeros, españoles e italianos se unen a la persecución, mientras los jinetes nobles franceses, divididos en pequeños grupos son muertos y despojados de sus pertenencias.
Resultados de la batalla
Los franceses tuvieron unos 10.000 muertos, cifra que sin dejar de ser importante no era excesiva, pero donde si era importante era por la “naturaleza” de esos caídos y de los prisioneros. La nobleza de Francia quedó prisionera y los mejores mercenarios alemanes y suizos muertos.
Con esta victoria, Italia quedó por España y allí se mantendría hasta el siglo XVIII, con los naturales altibajos.
Borbón aconsejó a Carlos V invadir Francia, ya que su rey estaba prisioneros. La alianza con Inglaterra parecía resucitar y Enrique VIII ordenó disparar fuegos artificiales en honor de los imperiales.
Pero como se demostraría a lo largo de la historia, el patriotismo francés recuperó rápidamente las defensas del reino, con la madre del rey a la cabeza. Se recaudó dinero, se pagaron más mercenarios y se aumentaron las defensas. ¿Qué hubiera ocurrido en el caso de una invasión? Difícil saberlo.
Carlos V sabía todo esto y por el motivo que fuera no quiso una invasión: “porque viesen todos que no era mi fin conquistar ni tomar lo ajeno, sino solamente recobrar y conservar lo que era mío propio”. Del mismo modo prohibió celebrar la victoria.
Lannoy comentó: “Dios envía a todo hombre en el curso de su vida, un buen otoño; si entonces no cosecha, pierde su oportunidad”.
Algún comentario sobre los protagonistas de la batalla:
El Borbón sería nombrado posteriormente general en jefe de los ejércitos imperiales y moriría en el “saco de Roma”, en el año 1.527, por un disparo de arcabuz, según dice la leyenda, del escultor Benvenutto Cellini.
Antonio de Leyva. El heroico defensor de Pavía. Contaba con 45 años de edad y había participado ya en 32 batallas y 47 asedios.
Combatió con el Gran Capitán y Colonna, participó en Ravenna y Bicoca. Su fama era tal que en una ocasión el Emperador Carlos, llegó a desfilar delante de él, con una pica en la mano y diciendo: “Carlos de Gante, soldado del valeroso don Antonio de Leyva”. Esto puede parecer intrascendente, pero en la época era un honor increíblemente elevado. Falleció en 1.536 durante la expedición a la Provenza.
Fernando Francisco de Avalos, marqués de Pescara, su puesto preferido era delante de sus hombres, como en Vicenza (1.513), “dexando el cavallo, á pie, con una pica en la mano”.
En el cruce de Sessia fue a la cabeza de sus hombres cruzando el rio y llegando a las posiciones enemigas.
Está considerado como uno de los precursores de las “encamisadas”, de la guerra a “disgusto” del enemigo en suma. Falleció en 1.525.
En Pavía participaron cuatro coronelías de españoles. Junto con los mandos imperiales, habían demostrado nuevamente, que ya eran un ejército moderno, que habían dejado atrás las tácticas y el pensamiento militar medieval.
La flexibilidad que demostraron los arcabuceros de Del Vasto, de volver sobre sus pasos para acribillar a los jinetes franceses, la veteranía para abrir filas ante la artillería enemiga y la capacidad de reaccionar ante lo imprevisto, eran una clara muestra de la profesionalidad de estos soldados.
Así se van perfilando ya, las características militares de la nueva escuela militar que dominará Europa durante los próximos años: la escuela militar española.
http://www.youtube.com/watch?v=u0yvMyCSLpY
ROCROI , 1643
La batalla de Rocroi o Rocroy aconteció el 19 de mayo de 1643 entre el ejército francés al mando del joven Luis II de Borbón-Condé, por aquel entonces Duque de Enghien y más tarde Príncipe de Condé, y el ejército español a las órdenes del portugués Francisco de Melo, Capitán General de los tercios de Flandes. El enfrentamiento, que comenzó antes de amanecer, duró cerca de seis horas y terminó con la victoria francesa.
Durante mucho tiempo la batalla de Rocroi ha sido considerada como el ocaso de los tercios españoles, el momento en el que dejaron de ser el mejor ejército del mundo. Sin embargo una visión mas actual ha demostrado que pese a tan importante derrota los tercios aún mantuvieron un alto grado de eficacia y operatividad, y su aportación militar en las campañas contra Francia proporcionó algunas victorias significativas, si bien es cierto que su esplendor y brillo nunca alcanzaron cotas pasadas.
Un año antes de la batalla, el 26 de mayo de 1642, prácticamente las mismas tropas que mandó el Capitán General Melo en Rocroi habían derrotado al ejército francés en Honnecourt, y posteriormente, el 23 de noviembre de 1643 un ejército imperial aniquiló a otro galo en la batalla de Tuttlingen. Estos dos ejemplos pueden ilustrar que en sí misma la batalla de Rocroi no tuvo un peso decisivo en las operaciones militares. La derrota de los invencibles tercios se produjo en el momento en que Francia tomaba protagonismo en Europa de la mano de Luis XIV, al mismo tiempo que la hegemonía española decaía. Por ello suele ser habitual tomar Rocroi como punto de inflexión en los acontecimientos militares de la época.
Es el año 1643. Francia y España está enfrentadas por el dominio de Europa en el marco de lo que se ha denominado Guerra de los Treinta Años. Por un lado España resiste ante el empuje holandés y francés y por otro tiene que hacer frente a revueltas en Cataluña y Portugal. A pesar de todo la agotada maquinaria militar española soporta la presión ejercida por todos sus enemigos.
El portugués Francisco de Melo es el capitán general de los tercios de Flandes desde diciembre de 1641. Con el fín de aliviar la presión que ejercían los franceses que apoyaban las revueltas en Cataluña, diseñó una campaña militar para atraer sobre sí a los ejércitos galos. Las tropas francesas las manda Luis II de Borbón, Duque de Enghien, un joven de 21 años y con escasa experiencia militar.
Melo y Enghien reunieron a sus respectivos ejércitos. El portugués ordenó el sitio de la villa de Rocroi sita en lo que hoy es la frontera franco-belga, y dirigió hacia el lugar a todas las tropas disponibles, que fueron llegando y ocupando posiciones con vistas a un inminente asalto. Mientras tanto Enghien, avisado de las intenciones españolas, dirigió sus efectivos para romper el cerco de la ciudad y provocar una batalla en campo abierto. Para hacerlo debía atravesar un desfiladero, que Melo imprudentemente no ocupó, permitiendo a los franceses tomar posiciones en la llanura con relativa facilidad. Quizás el portugués pensó que Enghien solo quería dar socorro a la plaza y no forzar la batalla en campo abierto. Lo cierto es que este error fue decisivo en el transcurso de las operaciones posteriores.
Franceses y españoles disponen de un número similar de fuerzas. La presencia en las cercanías de un cuerpo de ejército al mando del general barón de Beck podía haber desequilibrado la balanza a favor de los imperiales, pero su presencia fue tardía en el campo de batalla y no pudo aportar nada, salvo recoger los restos del desastre.
El día 18 de mayo ambos ejércitos formaban en orden de combate uno frente a otro. El general galo Gassión hizo una tentativa fallida por socorrer la plaza. Al caer el día el francés barón La Ferte también lo intentó con la caballería. Enghien le ordenó volver rápidamente viendo que quedaba el flanco izquierdo desguarnecido. Si Melo hubiera tomado en ese momento la iniciativa podría haber puesto en serios aprietos a los franceses, pero su inmovilidad pudo ser un nuevo error a la lista de despropósitos de aquellas aciagas jornadas.
En las fuentes que he consultado se refleja la dificultad por conseguir información veraz del despliegue de la infantería española. ¿Dos líneas? ¿Tres? ¿O cuatro?. Lo que si es cierto es que los tercios españoles ocupaban la posición más expuesta en la vanguardia, “privilegio” que tenían por ser verdaderas tropas de élite y por el carácter orgulloso de quienes las componían. El honor y la honra tenía casi más valor que la propia vida. A tal punto se llegaba que oficiales y tropa tenían auténticos conflictos por ver quienes eran los que se pondrían al frente del tercio. Incluso estaba tipificado un castigo para aquél que se saltara el orden de combate preestablecido. Sin duda eran otros tiempos. Era de lo más frecuente ver a los oficiales y a gente particular ocupar la primera línea con una pica o un mosquete en la mano o encabezando el asalto a una brecha.
Los tercios españoles eran los de Velandia, Castellví, Garcíes, Mercader (ex -Alburquerque) y Villalba. El nombre respondía al del maestre de campo correspondiente. En posiciones menos expuestas estaban los tres tercios italianos junto con uno borgoñón, cuestión que tuvo su importancia como veremos más adelante. Los tercios valones y alemanes formaban en la reserva. Estas eran las tropas de infantería mandadas por el Conde de La Fontaine, hombre anciano que tenía que moverse en el campo de batalla en silla de manos por padecer gota.
El ala izquierda de la caballería imperial estaba mandada por el Duque de Alburquerque y estaba integrada por los jinetes de flandes, y el ala derecha por el Conde de Isemburg con escuadrones alsacianos. La artillería la mandaba Don Alvaro de Melo, hermano del Capitán General, y se reparte por el frente del despliegue español.
Los franceses también se presentan con la caballería en las alas como era habitual en la época. En el ala izquierda dos líneas mandadas por La Ferté Senneterre y L’Hopital. En la derecha Gassion y el propio duque de Enghien. En el centro la infantería forma en dos líneas, la primera mandada por Espernan y la segunda por Valliere. En reserva se situa Sirot con tropas mixtas de infantería y caballería. La diferencia entre el planteamiento español y francés es que este último intercalaba entre las unidades de caballería a tropas de infantería, principalmente mosqueteros. Esta táctica ya había sido introducida años atrás por Gustavo Adolfo de Suecia con muy buenos resultados
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Durante la noche Melo ordena que 500 mosqueteros elegidos tomen posiciones en una arboleda cercana situada a la izquierda del despliegue español, con el fín de tomar alguna ventaja en el campo de batalla. En el devenir de la batalla esta decisión no tuvo ningún peso y los mosqueteros fueron sacrificados inutilmente.
Con las primeras luces del día 19 los franceses atacan con su caballería el flanco izquierdo español. Son rechazados por los de Flandes que manda Alburquerque y los escuadrones de caballería se reagrupan al amparo de las unidades de mosqueteros que las acompañan. Al mismo tiempo Enghien, que ha recibido noticias de la presencia de los españoles en la arboleda cercana envía unidades que los sorprenden y desalojan de sus posiciones.
Entre tanto una segunda línea de caballería francesa rodea la arboleda tratando de sorprender a los jinetes de Alburquerque. El duque realiza una contracarga pero se ve atrapado por el fuego de los mosqueteros franceses que acompañan a la caballería y por los disparos de las unidades que han tomado la arboleda. El resultado es que la caballería española del ala izquierda se rompe y se deshace.
En el ala izquierda La Ferte, sin autorización de Enghien, carga con la caballería. Isemburg, viendo la maniobra envía a sus jinetes que desarbolan el ataque francés. En su empuje la caballería alsaciana arrolla algunas unidades francesas y toma varias piezas de artillería. En este punto parece que los imperiales toman ventaja, pero los jinetes de Alsacia se dedican al saqueo pese a las protestas de Insenburg. ¿Era el instante para que la infantería española avanzara y decantara la batalla a su favor? Es posible. Lo cierto es que La Fontaine no hizo nada.
Volvemos a la izquierda del despliegue español. Enghien, después de derrotar a Alburquerque, arroja a sus jinetes contra los tercios que forman a la izquierda de la vanguardia española. Son los del Conde de Villalba y Don Antonio de Velandia. El combate debió de ser encarnizado. La prueba es que los dos maestres de campo citados anteriormente perdieron la vida en este lance. Es posible que también La Fontaine muriera en ese momento. En cualquier caso los tercios se mantuvieron firmes y no cedieron la posición.
Hasta ese instante la contienda está igualada. Y es cuando Enghien, con una sorprendente maniobra desequilibra el combate del lado francés. Reorganiza sus unidades de caballería del ala derecha y se lanza contra los tercios de retaguardia valones y alemanes, los desorganiza y los derrota. Aprovechando el éxito de la maniobra los jinetes franceses sorprenden por la retaguardia a Isenburg, que de repente se ve atacado por dos lados, ya que La Ferte ha reorganizado en la retaguardia francesa a lo que queda de su caballería y la ha vuelto a lanzar contra los alsacianos. El resultado es desastroso para los imperiales. En poco tiempo lo único que queda firme son los tercios españoles e italianos.
En una situación tan delicada los italianos comienzan a retirarse. Según parece fue Melo quien dio la orden, aunque a los italianos no les costó mucho obedecerla, ya que desde el comienzo de las operaciones se habían sentido muy molestos por no haber formado en vanguardia. Con sus banderas desplegadas abandonan a su suerte a los tercios españoles que quedan solos en el campo de batalla.
Cinco tercios es el único escollo que le queda por salvar a Enghien para certificar su victoria. Pronto son rodeados por todo el ejército francés, que se ceba en ellos diezmándolos poco a poco. Haciendo un frente de picas la vieja infantería resiste con valor y entereza. Durante dos largas horas los hombres se agrupan en torno a sus banderas sabiendo que están solos en el campo de batalla. Rechazan hasta tres cargas. La última resistencia es la del tercio de Mercader, en esos momentos prisionero, mandado por su tambor mayor y que ha recogido a los maestres de campo Garcíes y Casteví. Los franceses, ante la tenacidad española, les ofrecen una rendición digna, que finalmente es aceptada a cambio de que se respete la vida al puñado de supervivientes y derecho de paso hasta Fuenterrabía. La única forma que tuvo Enghien de sacar a los tercios del campo de batalla fue ofreciéndoles una capitulación como si se tratara de una fortaleza, tal era la determinación y coraje de aquellos hombres, a pesar de que muchos de ellos estaban heridos, exhaustos y sin munición.
Las bajas entre los imperiales se podrían cifrar en unos cuatro mil muertos, la mayoría españoles, y entre dos mil y dos mil quinientos prisioneros. En el bando francés hablaríamos de unos dos mil quinientos muertos. Los que consiguieron escapar fueron recogidos por el barón de Beck, que con su presencia consiguió evitar la persecución de todas aquellas tropas dispersas.
Varias pueden ser las causas de la derrota española. Por un lado quizás Melo infravaloró al ejército francés, al cual había batido un año antes en Honnecourt, y no tomó las decisiones acertadas para frenar el despliegue enemigo. También se ha comentado la deficiente puesta en escena de la infantería que diseñó La Fontaine y la falta de iniciativa en los momentos clave. La caballería imperial luchó bravamente, Alburquerque e Isemburg resultaron heridos, pero una cierta anarquía en su funcionamiento provocó que se dispersara por el campo de batalla y no se reorganizara en los momentos clave. Esto contrasta con el buen orden y disciplina de los jinetes de Enghien, que después de las cargas rehacían sus escuadrones, siendo de nuevo operativos. Sin duda las tropas más sacrificadas fueron los tercios. Valones, alemanes y borgoñones lucharon valientemente. Pero los que llevaron la peor parte fueron los españoles.
Sea como fuere el mérito de la victoria la tiene Enghien, que supo aprovechar los errores de sus rivales y, con una brillante maniobra rodeando la retaguardia imperial desarboló al ejército de Melo, dejándolo en una situación desastrosa. Hay algunas fuentes que atribuyen a Gassión el mérito de esta maniobra, pero la historia hasta el momento se la ha atribuido al entonces futuro Condé.
Desde mi óptica de modelista y curioso de la historia poco más puedo aportar sobre Rocroi después de revisar la escasa documentación existente al respecto. Lo que si ha avivado mi imaginación de modelista es la imagen de unos hombres aferrados a la honra, agrupados en torno a sus enseñas, desangrándose poco a poco en medio de estallidos y disparos. Parece el retrato de una España decadente y agotada, atada a un pasado glorioso y pendiente de un futuro incierto. Los grandes ejércitos también jalonan su historia con derrotas épicas. Esa impresionante maquinaria militar que fue el tercio tuvo en Rocroi su inevitable capítulo trágico y memorable a la vez.
(Recreación de La Batalla de Rocroi en la película Alatriste, de Agustín Díaz Yanes)
http://www.youtube.com/watch?v=dO2AepdNgUc