El apogeo del sistema del Tercio se sitúa entre 1567 y1598 (año en que se firma la Paz de Vervins con los franceses) y se asocia a fuerzas expedicionarias. El inicio de las Guierras de Flandes motivó el traslado a los Países Bajos de tropas procedentes de los Tercios de Italia, convertidos en germen y vivero de los restantes Tercios repartidos por los distintos escenarios de operaciones de la monarquía. En el verano de 1567, el duque de Alba llegó a Bruselas al mando de varios miles de infantes españoles organizados en Tercios, identificados por su unidad de procedencia. En Flandes se concentraron soldados veteranos, cuyo largo entrenamiento y experiencia de servicio los convertitía en una verdadera élite militar. Su movilización se había efectuado a través de una serie de valles que comunicaba el norte de Italia con los Países Bajos, corredores militares conocidos como camino español pos su asidua utilización para el traslado de tropas hasta la década de 1630. Estos corredores adquirieron una importancia vital en el sistema militar de los Austrias españoles, en el que era primordial el intercambio constante de soldados entre los alejados teatros de operaciones y la colocación de combatientes veteranos en los frentes más comprometidos, como Flandes. Los profesionales daban mejores resultados que los soldados de leva: tenían una mayor destreza en el manejo de las armas; dominaban las maniobras y los despliegues tácticos; contaban con espíritu de cuerpo, orden y disciplina. Por eso, los Tercios de infantería española se convirtieron en un modelo y un mito en la Europa de su tiempo.
La preponderancia manifestada por los Tercios en combate se apoyó en bases administrativas y financieras sólidas. Mantener semejante sistema de expatriación militar representaba gastos adicionales que Felipe II sufragó con un eficaz sistema de crédito y transferencia de recursos dinerarios que se alimentaba de los cargamentos de metales preciosos llegados a Sevilla desde las Indias y de las incesantes aportaciones fiscales de la corona de Castilla. A cuenta de estos ingresos, los banqueros del rey adelantaban fondos a las plazas de cambio más estratégicas y pujantes, singularmente las del norte de Italia y la de Amberes.