Durante más de un siglo, los Tercios debieron tener una fama similar a la que en su día pudieron tener las legiones romanas. Roland de Guyond, un famoso capitán que luchó contra ellos, escribía que cuando atacaron la ciudad de Amberes, el 4 de noviembre de 1576, la dio por perdida, pues “yo conocía bien a toda aquella gente, soldados, generales y sabía de lo que eran capaz”. Razón tenía. Amberes estaba defendida por 22000 hombres, y se resguardaba tras muros de cinco metros. Sobre ellos cayeron 5000 españoles y los arrollaron.
Sus victorias se basatabn en una técnica mil veces ensayada, en un ánimo sin desmayo para soportar los sufrimientos y privaciones de la guerra, en un valor sereno para afrontar la muerte y en un afán de honor, reputación y mértio que les movía a acometer las mayores empresas y correr los más atrevidos riesgos.
Raffaele Puddu escribe: “Para fomentar el mérito y los servicios de los soldados españoles y la oportunidad de que el soberano les favoreciese con respecto a sus otros súbditos que también le servían con las armas, se les recordaba que ellos constituían el principal nervio sobre el que reposaba el poderío y la seguridad del Imperio”.
La pobre soldada suscitaba el alistamiento, como decía la coplilla:
A la guerra me lleva mi necesidad;
Si tuviera fortuna, no fuera en verdad.
Pero también la búsqueda de oportunidades fuera de las peleadas tierras mesetarias, el afán de conocer otros lugares y correr aventuras prodigiosas, tal como prometían quienes realizaban las levas, muchos de ellos veteranos capitanes de los Tercios. Una vez alistados, difícilmente se abandonaban las filas, salvo en caso de muerte, heridas o enfermedad graves.
Los soldados permanecían por costumbre, falta de perspectiva o ambición de hacer carrera militar.
Prestigio, honra, ascensos fueron el gran motor de los Tercios, a cuyos soldados ha querido asimiliar la Leyenda Negra bravuconería, matonismo y violencia. Habría casos, sin duda, pero no era ni mucho menos la tónica general. Por el contrario, según François de la Noue, el famoso general francés conocido como Brazo de Hierro, que disputó varias batallas a los Tercios y fue prisionero suyo: “Entre los españoles , en seis meses, no asistimos ni a un litigio, ya que estos desprecian a los pendencieros y se vanaglorian de ser moderados. Y si se suscita una lid, hacen todo lo posible por componerla, mejor, hasta cuando es necesario dirimirla por las armas, salen de ella con honor”·
Los Tercios no eran lugar para espadachines y matones. Según observa Miguel de Cervantes a través de su personaje el Licenciado Vidriera: “tales tipos, cuando llegan al campo de batalla olvidan de repente un arte que han ostentado con orgullo en cien duelos y riñas de taberna.