En 1522 Lutero ya había perdido su fe en la vida monacal y en el celibato. Consideraba que las mujeres que se habían hecho monjas desobedecían a Dios porque no engendraban hijos y a los hombres porque no contribuían a cumplir una de las primeras premisas de Dios “creced y multiplicaos”.
El 17 de junio de 1525 contrajo matrimonio con Catalina von Bora. Catalina había sido una monja católica que tras la abolición de la jerarquía eclesiástica en Alemania escapó junto con un grupo de monjas y fueron traídas por Lutero hasta Wittenberg. Se convirtieron en miembros de la corte del duque Federico de Sajonia. Su boda fue más una casualidad que un acto previsto, puesto que Lutero tenía pensado casarla con otros pretendientes.
El impacto que causó la noticia fue enorme desde todos los ámbitos. Tanto sus partidarios como sus enemigos criticaron el nuevo enlace. Sus enemigos lo consideraban una aberración puesto que atentaba contra el voto de castidad pronunciado por ambos contrayentes durante su anterior vida monacal, y sus seguidores lo veían como una muestra de debilidad en unos momentos en los que la Reforma no pasaba por su mejor momento.
Lutero, que en principio no se había casado por amor, pronto descubrió un amor hacia su esposa que lo desconcertó, llegando a afirmar que se preocupaba más de ella que de Dios. Ella ocupó un lugar clave en su vida. Influyó muchísimo en su vida organizando su vida e incluso modificando sus costumbres. A Catalina se la concibe como la figura clave de la constitución del concepto familiar en la doctrina reformista. Con ella tuvo seis hijos: Johannes, Elizabeth, Magdalena, Martín, Paul y Margarete. Además criaron a cuatro niños huérfanos y a Fabián, sobrino de Catalina.
Se fueron a vivir a un antiguo convento convertido en una gran casa en la que además de ellos dos y sus hijos albergará a amigos, seguidores y que actuará como hospicio temporal para los más necesitados. Martín, con ella desarrollará una faceta de su vida que antes no había experimentado, la de pertenencia a una familia. Los habitantes de la casa comían en una gran mesa redonda presidida por Lutero y tras la comida durante la sobremesa los invitados escuchaban las largas conversaciones del Reformador sobre los más variados temas. En una de ellas hizo referencia al matrimonio contando de forma divertida lo que los santos hacían para curarse de sus tentaciones y que sólo San Agustín ofreció una clara solución a estas tentaciones citando a San Pablo, el matrimonio: era mejor casarse que quemarse.