Tras el concilio Tridentino se impuso la idea de colocar la causa de la insatisfacción de los individuos en la imperfección de la naturaleza humana; la codicia y la ambición eran las causas del desgarro social, el dinero en particular, considerado un peligroso corruptor de la armonía social centraba buena parte de las críticas.
Aun así las voces que denunciaban el estado decadente de la sociedad no pretendían, ni mucho menos acabar con la desigualdad reinante, sino simplemente purificar el sistema de factores externos que habían modificado los papeles sabiamente otorgados por la Providencia.
La metafísica adjudicaba también, la insatisfacción del individuo con el estado que le correspondía, a la codicia inherente a la naturaleza humana.
Así, respaldada por la ley divina y por los principios filosóficos, la armonía social dependía de que todos conservasen el estado que les había correspondido.
En el Fondo subyace una concepción pesimista de la naturaleza humana y su capacidad de vivir en sociedad. Bernardino de Escalante asemeja al hombre y la bestia y asegura que al igual que pasa con los segundos, entre los hombres, a los valerosos les tocó gobernar a lo inferiores, convirtiéndose de esta manera en reyes y nobles “ Por providencia divina fue ordenado para refrenar y castigar los pecados y maldades de los hombres y conservarlos en justicia y concordia dando principio a ello en que lo es de todas las cosas, cuando desterró del Paraíso de la tierra a Adán y Eva por no haber guardado su mandamiento comiendo del árbol vedado, obligándoles a que con el trabajo de sus manos granjeasen y sustentasen la vida. Y con el mismo rigor reprehendió a Caín la muerte de Abel y le castigó, y a Lamech por el homicidio, y a todos los demás hombres y criaturas que había en el mundo, anegó con el diluvio general por sus maldades, y abominaciones, reservando a Noé, que era justo, y a los otros que en su navío escaparon, ordenando de ahí en adelante, porque la comunidad engendra discordia, que los hombres más valerosos gobernasen a los inferiores, concediéndoles la administración y señorío de las cosas del mundo. Pues para ello le había criado. Y lo mismo ordenó por la ley de naturaleza a los animales irracionales que se guían y gobiernan por otros de su mismo género”.
Otra visión igualmente pesimista basaba las diferencias sociales en la aparición de la violencia; así según Marcos de Isaba, y denotando algo más que ligeras inspiraciones clásicas, tras la Edad Dorada, la ambición de algunos provocó la guerra y la necesidad de que los “buenos“eligieran entre los más “suficientes y dispuestos para la defensa de la patria, haciéndolos libres de algunos trabajos y cosas”
Finalmente hacia finales del siglo XVI cerrando un siglo de escritos en torno al tema y realizando una vuelta de tuerca sobre los argumentos clásicos, pero sin salirse de la tónica dominante, encontramos a Marco Antonio Camos y su Microcosmia. No consideraba natural el derecho de algunos a ejercer el señorío sobre otros “No se les dio [a los hombres] potestad […] sobre las criaturas racionales, hombres como ellos” , el sometimiento de unos a otros era, según él, el resultado del derecho de los hombres, no del derecho divino. Muy al contrario Dios repugnaba al desigualdad por ser el reflejo de la miseria humana, más la toleraba para “refrenar la malicia de los hombres y para conservar a cada uno en su justicia”
Desde el punto de vista político, el Jesuita Pedro de Rivadeneyra, fundamental en el monarquismo contrarreformista, explica la existencia de diferencia entre los hombres como una cuestión de practicidad, relacionada con la adjudicación de honores y mercedes. El Rey es el responsable de mantener la armonía social y generar eficacia política mediante la preservación del orden estamental, entre otras cosas, mediante el reparto congruente de honores a los nobles, codificado por la significación de sus antepasados (su importancia de sangre) y por sus méritos propios.