La Guerra de Granada es considerada por muchos analistas como la primera guerra moderna. Las razones de tal afirmación provienen de las novedades técnicas y tácticas que en ella se dieron. La caballería, fundamental en las contiendas medievales, tuvo aquí una menor relevancia. Se creó una nueva formación militar mixta compuesta por unidades de artillería e infantería que utilizaban picas y espingardas junto con arcabuces.
Se incorporaron un gran número de soldados mercenarios, sometidos a una disciplina militar diferente del código de honor feudal. Novedad fue la incorporación masiva de contingentes no combatientes, utilizados para mermar al enemigo arruinando o arrebatándole las cosechas (talas). Para el año 1483 se calcula que intervinieron un total de 30.000 obreros.
Por otra parte el contingente militar empleado superaba el hasta ahora empleado: 10.000 caballeros y 50.000 infantes. Acudieron milicias concejiles y miembros de la recién creada Santa Hermandad. Se construyeron 200 piezas de artillería para la ocasión, empleadas en el asedio de las plazas (la guerra se basó, prácticamente en el el asedio y la toma de ciudades; hubo muy pocas intervenciones en campo abierto).
La guerra fue declarada como cruzada por el papa Sixto IV. Así, la Iglesia participó activamente a través de la propaganda religiosa. Se concedieron bulas para la recaudación de dinero a cambio de prebendas espirituales ( absolución de los pecados, indulgencia plenaria, exención de ayunos). A los soldados se les vendía su cruz de cruzados por sólo dos maravedíes. El dinero que los padres trinitarios recogían para la liberación de esclavos cristianos, fue entonces empleado para sufragar la guerra. Otra importante aportación de la Iglesia fue la décima con la que gravaba las rentas de todos sus estamentos. Las ordenes militares más importantes, la de Santiago, la de Alcántara y la de Calatrava tuvieron también su aportación en el conflicto.
Otra forma de financiación de la guerra fueron los préstamos que la nobleza concedió a los reyes castellanos, principalmente los prestamos de el duque de Medinasidonia y el conde de Benavente. La cooperación vino también por parte de los ricos comerciantes del país o de instituciones como La Mesta. Los voluminosos gastos de la guerra afectaron a las minorias judias y mudéjares que vieron subir sus impuestos.
Terminada la guerra algunos nobles fueron recompensados con la entrega de tierras, si bien, la corona no pudo devolver le deuda por entero a los prestamistas. El papado también reclamó su parte.