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… pero hecha la ley, hecha la trampa

En la entrada anterior podíamos observar como Adam Smith, idealiza el reparto de la riqueza de manera en la que el intercambio de mercancías y de dinero se realizaba de una manera natural y en el que todas las capas sociales salen beneficiadas. Pues bien, en el capítulo III de su primer libro, en el mismo comienzo del capítulo, observamos de que esta postura… parece que no está tan clara como en el anterior capítulo de su obra nos intentaba hacer creer.

Afirma que toda persona es rica o pobre según el grado en que pueda disfrutar de las cosas necesarias , convenientes y agradables de la vida. Pero una vez que la división del trabajo se ha consolidado, el propio trabajo de cada hombre no podría proporcionarle más que una porción insignificante  de esas tres cosas. La mayoría de ellas deberá obtenerlas del trabajo de otros hombres, y será por tanto rico o pobre según sea la cantidad de ese trabajo que pueda llegar a comprar o adquirir por otros métodos, aunque a veces esos métodos no sean éticamente correctos o sean perniciosos para una parte de la población.

Es aquí el momento en el que se crean los conceptos actuales de rico y pobre, y además de estos, el concepto de plusvalía que Marx definirá unos años más adelante en el tiempo. En definitiva es ésta la base del sistema económico actual, sistema que crea desigualdades  y que a través de esos métodos el 90% de la riqueza mundial está en manos del 10% de la población; algo nada justo, ni en términos económicos ni morales.