Desde antes de sus primeras cnferencias en torno a 1746, Adam Smithhabía desarrollado ya, su más célebre idea en cuanto al trabajo de los hombres se refiere, la idea de la “buena competencia” o el papel benéfico del provecho individual.
Ésta dice que “los intereses individuales, cuando funcionan en libertad sirven al bien público y esto se da gracias a la competencia, la cual, “en una sociedad bien ordenada” asegura que “cada hombre trabaja para los demás mientras cree que está trabajando para sí mismo”.
Así lo expresó en su famosos aforismo: ” No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que esperamos nuestra comida, sino de su preocupación por sus propios intereses. Apelamos, no a sus sentido humanitario, sino a su autoestimación, y nunca les hablamos de nuestras propias necesidades, sino de sus ventajas”.
Sin embargo, para afirmar esta teoría, no se apela a ninguna demostración lógica de que así debe ser, sino a los “principios de la armonía económica”, concedidos al mundo por la benevolencia divina.
Pero Adam Smith se equivocó.
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