Evolución del órgano en el siglo XVI

Por lo que respecta a la música, y en la España de la época, reviste un doble carácter profano y religioso, pero destacadamente lo segundo. Los géneros destacables son la polifonía y la policoralidad. Entre los instrumentos sobresalen el órgano y la guitarra, con vacíos notables en el género instrumental secular, que en la Península no adquiere la brillantez italiana. De este modo, en medio de la religiosidad ambiental, continúa la polifonía clásica establecida desde la segunda mitad del XVI en iglesias, conventos y catedrales.

El gran órgano puede tener miles de tubos, divididos en filas o hileras (“juegos”) y registros. Cada tipo de tubo produce un sonido característico, dependiendo del tamaño, de si está hecho de madera o de metal, estaño o aleación, y de si se trata de un tubo labial o de lengüeta. En los órganos más antiguos los tubos eran labiales, pero durante el siglo XVI se añadieron los tubos de lengüeta con resonadores de metal o de madera. Se usan varios tipos de lengüetas para replicar los sonidos de diversos conjuntos instrumentales o de las voces humanas. Aparte de eso, en el siglo XVI se aumentó el tamaño de los órganos, se los encerró en una caja, tal como hoy los conocemos y se inventaron los teclados sobrepuestos.

En el Barroco el órgano estuvo en su auge, tanto en intérpretes como en compositores y organeros. En España hay bastantes figuras destacables durante todo el periodo, desde Francisco Correa de Arauxo, Juan Cabanilles hasta Antonio Soler (1729-1783), donde su producción organística es la más importante del siglo XVIII a nivel nacional.

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