El 31 de agosto de 1558, Carlos, que estaba en el jardín, quiso ver tres cuadros de su galería: Cristo en el Huerto, el retrato que Tizian había hecho de su mujer y el Gloria. El médico vino porque tenía fiebre, era el principio de su última enfermedad. Se preparó para la muerte, tomó consigo las cosas que predominaban en su fuero interno que eran Dios, la fe y la Iglesia. El 17 de septiembre expresó sus últimos deseos con respecto a sus exequias, ordenó su enterramiento. Después se calló, su silencio duró veintidós horas hasta que volviera a hablar. Sus fuerzas menguaban a ojos vista, recibió los santos óleos. El 20, por la noche, empezó su agonía. Más tarde, después de medianoche, pidió que fueran a buscar las velas y el crucifijo. Su última palabra fue un grito: “¡Ay, Jesús!” Vivió sus últimos instantes acompañado por su mayordomo Quijada, el Doctor Mathys, la gente de la Corte y los monjes, el arzobispo Carranza de Toledo, el Conde de Oropesa. No quiso la presencia de sus parientes directos durante su agonía.
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