Los últimos momentos de su vida

El 31 de agosto de 1558, Carlos, que estaba en el jardín, quiso ver tres cuadros de su galería: Cristo en el Huerto, el retrato que Tizian había hecho de su mujer y el Gloria. El médico vino porque tenía fiebre, era el principio de su última enfermedad. Se preparó para la muerte, tomó consigo las cosas que predominaban en su fuero interno que eran Dios, la fe y la Iglesia. El 17 de septiembre expresó sus últimos deseos con respecto a sus exequias, ordenó su enterramiento. Después se calló, su silencio duró veintidós horas hasta que volviera a hablar. Sus fuerzas menguaban a ojos vista, recibió los santos óleos. El 20, por la noche, empezó su agonía. Más tarde, después de medianoche, pidió que fueran a buscar las velas y el crucifijo. Su última palabra fue un grito: “¡Ay, Jesús!” Vivió sus últimos instantes acompañado por su mayordomo Quijada, el Doctor Mathys, la gente de la Corte y los monjes, el arzobispo Carranza de Toledo, el Conde de Oropesa. No quiso la presencia de sus parientes directos durante su agonía.

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Sus enfermedades

Carlos I de España sufría de una enfermedad genética que producía una amplia o prominente mandíbula inferior, fue una deformidad que se puso mucho peor en las generaciones posteriores de los Habsburgo, dando origen al término mandíbula de Habsburgo . Esta deformidad fue causada por varios años de endogamia en la línea familiar de los Habsburgo, práctica muy común en las familias reales de la época. Carlos I de España lucharía para masticar la comida adecuadamente y, en consecuencia le traería muchas indigestiones durante gran parte de su vida. Su respiración también pareció haber sido dificultada por la relativa estrechez de sus conductos nasales y quizás por cierta amigdalitis. Estas anomalías podrían explicar los numerosos desmayos de su juventud. Carlos I de España tambien sufría de epilepsia y fue afectado seriamente con gota. Esto fue causado probablemente por una dieta que consistía principalmente en carne roja. Pero la gota, de la que sufría desde 1530, empeoró cada vez más su estado. Ni los baños ni las sangrías le producían ningún alivio duradero.

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Su retiro

Tras haber abdicado en su hijo y en su hermano, Carlos desembarcó en Laredo, en la costa norte de Castilla, el 28 de septiembre de 1556 después de su estancia en Flandes. Había escogido el monasterio de San Jerónimo de Yuste en Extremadura para su lugar de retiro, está en las estribaciones suroccidentales de la sierra de Gredos con vistas al valle de Plasencia. Carlos conocía esta región porque la había visitado en vida de su mujer. No viajó solo en Yuste, cincuenta personas le acompañaban. Llegó el 3 de febrero de 1557. A Carlos le sentó bien el clima, a veces iba de caza. Su vida en Yuste era animada por la música: cuando no hacía otra cosa o estaba enfermo, se dirigía a la iglesia del convento y cantaba en el coro con los monjes de la orden de los Jerónimos. Tenía una voz clara y sonora. Se dedicaba también a la mecánica con relojes, muñecas y soldados que podían moverse. Recebía muchos visitantes, se informaba de los acontecimientos políticos y aconsejaba a Felipe a través de sus cartas.

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Un día en la vida del emperador

” Se levantaba tarde, tras haberse vestido (siempre de seda o de paño, de forma austera, más como un gentilhombre sencillo que como un gran señor, aunque con mucha elegancia), oía una misa a título privado por el descanso del alma de la emperatriz. Acto seguido concedía audiencia y despachaba asuntos varios. Luego abandonaba sus aposentos y oía una segunda misa pública en la capilla. Tras la misa a la mesa, de tal manera que la frase devino proverbial en la Corte: de la santa misa a la mesa. Comía copiosamente y alimentos pesados para los humores, lo que explica la gota y el asma, dolencias de los que estaba aquejado y que en su madurez le harían sufrir mucho. La gota, en particular, le causaba tales dolores que temía morir de ellos; pensaba que no iba a durar mucho. Sin embargo, cuando estaba bien, no escuchaba las recomendaciones de sus médicos y obraba como si nunca hubiera de recaer; comía poco en la cena, pensando reparar de este modo los excesos del día. Después de comer volvía a conceder audiencia. En ocasiones permanecía solo, ocupándose en trazos de fortaleza o de un edificio, pero la mayoría de las veces tenía por costumbre platicar y divertirse con su enano polaco o con Adriano, su ayuda de cámara, y a menudo también con el barón Monfalconetto, su mayordomo; como este último era bromista e ingenioso, el emperador gustaba mucho su compañía. En ocasiones iba de caza con ocho o diez caballos, y casi siempre volvía con dos ciervos o dos jabalíes. Otras veces practicaba el tiro con las palomas o las cornejas y otros animales de la especie, y en estos pasatiempos no llegaba a gastar más de cien ducados al año, de tan atento como era con las cosas importantes. Usaba de la moderación para la vestimenta de corte, la de caballería y la de ordinario, hasta el punto que si al vestirse se le rompía un cordón, lo ataba de otro modo para no perder el tiempo haciendo que le trajeran otro. Su austeridad era tal que no había persona que obtuviera tantas cosas como él con diez escudos. Por otra parte, como los demás gastos no pasaban por sus manos, obraba como cualquier príncipe, dejando que sus servidores se ocuparan de tales asuntos, aunque ponía gran cuidado en hacerse explicar los detalles de sus asuntos y siempre quería saber en qué se empleaba el dinero, hasta el último escudo, de tanto como se preocupaba por lo suyo.”

 

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Sus centros de interés, sus ocupaciones favoritas

Por vocación, Carlos fue siempre un soldado, tenía un verdadero amor por las armas. Tenía mucho interés por el torneo y la equitación, así que a veces tomaba parte en torneos caballerescos, era un jinete muy resitente. Tenía gran afición por el ejercicio físico, especialmente por la caza (era un gran cazador), e incluso por el toreo. Cuando se celebraron en Valladolid los fastos por el nacimiento de Felipe, la gente asistió admirada a la lidia de un toro por parte de Carlos. También le gustaba la lucha. Esta herencia caballeresca  se destacaba también en su gusto por las fiestas y los ceremoniales, la costumbre de los banquetes, a los que predisponía un apetito rayano a la glotonería. Su insaciable apetito sorprendía a todos, era también un gran bebedor de cerveza helada que ingería en enormes cantidades.

Le gustaban la lectura y la música, aficiones que pueden aparecer como herencia de su educación en la Corte de Malina, junto a su tía Margarita que tenía una gran cultura, en la que aprendió a tocar el clavicordio. Sentía afición a los relojes y a los mapas.

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Su relación con sus hermanos

Durante su infancia la ausencia de sus padres hizo que la relación con sus hermanos Leonor, Isabel y María fuera más cercana.

Leonor (1498-1558), la mayor, fue una madrecita para Carlos y viajó con ella a España  en 1517, dejaron a sus hermanas Isabel y María en los Países Bajos.

 

 

 Isabel (1501-1526) era la segunda hija de Juana y Felipe. Fue elegida como esposa del rey Cristián II de Dinamarca y Noruega. Con ella como con Leonor y María, Carlos se servía de su idioma materna, el francés, en su correspondencia.

 

Así, Carlos y Leonor se encontraban en Castilla a los dos infantes Fernando y Catalina que habían nacido aquí. Carlos tenía previsto un cambio sustancial de vida para ambos.

Catalina (1507-1578) fue la sexta y última hija póstuma de Felipe. Creció junto a su madre en Tordesillas donde padeció privaciones y maltratos en manos de las guardianes de Juana. Cuando Carlos y Leonor visitaron a su madre y a su hermana al llegar a Castilla, la tristísima niñez de Catalina les conmovió mucho. Así Carlos quiso sacar a Catalina del cautiverio de Tordesillas e incorporarla a su Corte.

Fernando (1503-1564), nieto preferido de Fernando el Católico, fue educado a la española por su abuelo. Para él, una flota fue preparada en Laredo y allí hubo de dirigirse el infante. Fernando dejó su pequeña Corte de Aranda de Duero y llegó en el mes de mayo a la costa santanderina y el veintitrés embarcaba, rumbo a los Países Bajos.

María (1505-1558) fue su gran confidente y fue con ella con la  que Carlos dio rienda suelta a su dolor cuando murió su mujer Isabel: se atrevió a llorar su desconsuelo, a abrirle su alma, a dejar escapar sus sentimientos, la tristeza que le invadía.

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Su hijo Felipe

Nació el 21 de mayo de 1527 en Valladolid y fue el primer hijo de Carlos e Isabel. Fue bautizado a los quince días de su nacimiento, el cinco de junio, en la iglesia de San Pablo. Este acontecimiento fue celebrado muy fastuosamente. Carlos, llamando a su hijo Felipe, quería rendir el homenaje al padre que tan joven se le había ido. A sus doce años perdió a su madre Isabel como consecuencia de parto. A los diecisiete, se casó con una princesa portuguesa, María Manuela de Portugal, al igual que su padre. A los dieciocho ya era padre y viudo. Ya desde muy joven fue preparado para ser rey con sus maestros Juan Martínez de Silíceo y Juan de Zúñiga. Carlos también le educó y le preparó en lo político y diplomático, dejándolo como regente durante sus ausencias en 1543 y 1551. Asumió el trono español tras la abdicación de su padre en 1556. Carlos amaba muy tiernamente a su hijo y se preocupaba siempre por él. Siempre Felipe se adaptaba a las voluntades de su padre. Tenía una gran admiración por su padre. En lo político, Felipe no quiso perder la imagen de su padre ni superarla. Se consideró así mismo como su seguidor, el realizador de los planes de su antepasado.

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Relación con su madre Juana

Como lo hemos visto, Carlos casi no conoció a su madre durante su infancia ya que a sus veintiún meses sus padres se fueron a España para heredar del reino de Isabel la Católica dejando a Carlos y a sus dos hermanas Leonor e Isabel bajo la crianza de su tía Margarita de Austria. En el verano de 1504 sus padres regresaron a Flandes pero se fueron de nuevo a Castilla en el año 1505. Cuando Carlos llegó a Castilla fue a ver a su madre, a la que no había visto desde hacía once años, a Tordesillas donde estaba encerrada desde 1509. Juana no reconoció a Carlos ni a Leonor. Los dos hermanos se llevaron una impresión muy desagradable y Carlos prometió a su hermana Catalina, que vivía encarcelada con su madre, que le sacara de la cárcel. A partir de allí, Carlos visitó muchas veces a su madre en el encierro de Tordesillas e incluso pasó  en Tordesillas unas navidades acompañado de su mujer y de sus tres hijos. Trató siempre con respeto a su madre. Su muerte en 1555 le afectó mucho y fue una de las causas de su retirada.

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Sus amores después de la muerte de su esposa Isabel

Como ya lo hemos dicho, Carlos no volvió a casarse después de la perdida de su mujer pero tuvo al menos un lío amoroso. El conocido don Juan de Austrias fue el fruto de los amores de Carlos con una muchacha más bien vulgar, lavandera o cantante, Barbara Blomberg, a quien Carlos asignó una renta y casó con un soldado alemán de caballería. El niño nació en Ratisbona en 1547, fue confiado a un servidor, Luis Quijada, que se lo llevó a España y lo crió sin resvelarle el secreto de su nacimiento. Cuando Carlos se retiró al monasterio de Yuste, Jerónimo, ése era su nombre, fue trasladado a Cuacos, muy cerca del monasterio. A la muerte de Carlos, Jerónimo asistió a las exequias sin que nadie supiera quien era realmente. En su testamento, Carlos desvelaba el secreto y encomendaba a Felipe velar por la carrera de su hermanastro. Unos meses más tarde, Felipe se encontró con Jerónimo durante una partida de caza. Los dos hermanos regresaron juntos a Valladolid y fue entonces cuando se dio el nombre de Juan de Austria al hijo natural del emperador, con el rango de infante y el tratamiento de excelencia en lugar del de alteza.

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Relaciones que tuvo Carlos antes de su matrimonio

La vida privada de Carlos dio poco juego a las anécdotas rosas: se le conocieron pocas aventuras amorosas y todas fueron anteriores a su matrimonio o posteriores a su viudez.

La primera amante de Carlos fue Germana de Foix, mujer de su abuelo Fernando el Católico. Tenía diecisiete años y se enamoró de su atractiva abuelastra que tenía veintinueve años. De esta relación nació una hija, Isabel.

Tuvo una relación con la hija de un tapicero de Audenarde, Juana Van der Gheenst, de la que nació Margarita, quien sería educada por Margarita de Austria, duquesa de Saboya y desempeñaría un papel en la historia de los Países Bajos, como gobernadora, bajo Felipe II, su hermanastro. Sería llamada Margarita de Parma al casarse con el duque de Parma, Octavio Farnesio. Carlos tendría un buen trato con ella pero ello fue debido a que su tía, Margarita de Saboya, la tomó bajo su protección.

Mantuvo también una relación con una joven de la clientela del conde de Nassau cuyo fruto fue una niña, Juana, que ingresó en un convento pero que murió muy joven, a los ocho años.

Otra niña, llamada Tadea, nació de la relación que tuvo Carlos con una italiana, Ursolina della Penna, conocida como “la bella di Perugia”. Carlos se interesaría por Tadea con frecuencia hasta tal punto que cuando supo que se había casado le mandó tres mil escudos.

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Su matrimonio con Isabel de Portugal

Isabel de Portugal era la segunda hija del matrimonio entre María, hija de los Reyes Católicos, y Manuel I de Portugal. Había nacido en Lisboa el 23 de octubre de 1503. A sus catorce años murió su madre y un par de años después su padre contrajo nuevas nupcias con Leonor, hermana de Carlos. Era una muchacha inteligente, sensible y de un carácter que sabía combinar sensibilidad y firmeza, era a la vez grave y prudente y recordaba al cáracter de su abuela, Isabel la Católica. Gracias a su carácter, pudo dar cariño pero también autoridad a sus hermanos después de la muerte de su madre. Su padre Manuel ofreció una dote de 900000 ducados al futuro marido de su hija quien sería Carlos. El encuentro de los dos cortejos, el portugal que acudía a entregar a Isabel y el español que se presentaba a la cita para acogerla, fue un gran espectáculo: la suntuosidad de los trajes, el lujo desplegador por las dos noblezas empeñadas en rivalizar en riqueza, el estruendo de las músicas, todo contribuía a resaltar la ceremonia. El momento de la despedida de la nobleza portuguesa con Isabel fue muy emocionante, rindió homenaje a la infanta que se convertía en emperatriz. Isabel dejaba atrás su patria, su familia, sus amigos, y también su lengua materna. Llegó a Sevilla el 3 de marzo de 1526. Iba muy hermosa toda vestida de raso blanco y oro, tocada con una gorra de raso blanco, y en ella una pluma de lo mismo.  Carlos tardó siete días en llegar a Sevilla, así que se casaron el 11 de marzo de 1526 en los Reales Alcázares de Sevilla y quedaron en Sevilla hasta entrado el mes de mayo. Después la nueva pareja fue a Granada, pasando por Córdoba, para su luna de miel donde visitó el palacio de la Alhambra. Prolongó su estancia hasta fines del año de 1526. Fue en Granada donde Carlos e Isabel engendraron a su primer hijo, Felipe que naciera en Valladolid. Isabel era la princesa más atractiva de toda Europa: era rubia, de ojos azules, realmente hermosa y con un cuerpo muy bien proporcionado y agraciado. Tenía 22 años y sabía más de artes, de cultura, de política y de ciencias de la vida que la mayoría, por no decir todas las princesas de la época y de las épocas venideras. Contaba con el favor de los castellanos porque hablaba castellano, era muy inteligente y tenía dotes para poder gobernar. De hecho, la Emperatriz daría muestras de un gran sentido del deber para con sus obligaciones reales y su dignidad. Así durante sus ausencias, Carlos pondría como regente o representante a su esposa. Desde el primer momento, Carlos se quedó enamorado de ella y nació entre ambos un amor pleno. Fue su compañera de vida y amor y su más íntima consejera. Tuvieron una relación de completo acuerdo y armonía, formaban una unidad perfecta. Carlos tuvo un gran afecto por la mujer que le dio tres hijos: Felipe, María y Juana. Su muerte fue un golpe muy duro para Carlos, tenía 39 años y no volvió a casarse. Así lo que era primero un matrimonio de conveniencia acabó siendo un matrimonio de amor.

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Primera impresión que causó el rey en España

“El nuevo rey, un muchacho increíble y disparadamente joven, con una mandíbula muy pronunciada, no causó una impresión favorable en su primera aparición en España. Aparte de que miraba como un idiota, tenía el defecto imperdonable de que no sabía ni una palabra en castellano. Ademásignoraba totalmente los asuntos españoles y estaba rodeado de un grupo de rapaces flamencos.”

Descripción del partido fernandino

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Visión de sus contemporáneos

Es muy interesante y enriquecedor conocer la visión que tenían de Carlos los que le conocían, a través de sus ojos tenemos la impresión de acercarnos un poco más a la verdadera identidad del Emperador. Cuando conocemos sus fuerzas y sus debilidades Carlos nos aparece más ” humano”, se destaca su personalidad. Así lo vemos más como un hombre cualquiera que como el Emperador de un inmenso territorio. Sus contemporáneos evocan su interés por el torneo y la equitación. Le describen a los dieciseis años como alguien “usado y cansado”. Le admiraban por la dignidad que se notaba en su manera de actuar.

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Retrato de Carlos en 1557

” […] Es de mediana estatura, de aspecto grave, tiene amplia frente, ojos azules que revelan una fuerte vida interna; la nariz aguileña, algo torcida; la quijada inferior, larga y ancha, de manera que los dientes de arriba no coinciden con los de abajo, y además no se le entienden los finales de palabras. Son pocos los dientes del frente, y los tiene podridos. La encarnadura es bella y la barba corta, rizada y blanca. Su físico es muy proporcionado. Su naturaleza es flemática y fundamentalmente melancólica. […] En sus palabras y en sus obras, el Emperador siempre ha mostrado una gran devoción por la fe católica. Cada día de su vida ha oído una y a menudo dos misas, ahora tres , una de ellas por el alma de la emperatriz y otra por la reina madre. […] A juzgar por el porte y la naturaleza del Emperador, algunos creerán que es tímido; pero si se observan sus acciones, verán como está dotado de una valentía y nunca se le ha visto mudar el rostro. […]”

Federico Badoero, embajador de Venecia

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Carlos en la flor de la edad

” […] Es de estatura mediana, no muy grande ni pequeño, de color tendente más al blanco que al rosado; de cuerpo muy proporcionado, pierna bellísima, brazo fuerte, la nariz un poco aguileña, pero poco; los ojos miopes, el aspecto grave, mas ni cruel ni severo. No tiene defectos; salvo en la quijada, que es tan ancha y tan larga que no parece natural, sino postiza, resultando que al cerrar la boca no concuerdan los dientes superiores con los inferiores y queda entre ellos un espacio del tamaño de un diente. […] Es religiosísimo, muy justo, sin ningún vicio, sin tendencia a la voluptuosidad, que es la de los jóvenes, ni se deleita con diversión alguna. A veces va a cazar, pero raramente. […] Es de pocas palabras y muy modesto; no se entusiasma cuando los acontecimientos le son favorables, ni se deprime en la adversidad. Cierto es que siente más el dolor que el placer, de acuerdo con su manera de ser, en que, como he dicho ya, predomina la melancolía. […] Tiene una cualidad poco recomendable por natural inclinación, según me dijo su confesor, con el cual llegué a tener amistad íntima: […] que recuerda las ofensas y no las olvida fácilmente.”

Gasparo Contarini, 1525, en Orestes Ferrara, El siglo XVI a la luz de los embajadores venecianos, Madrid, 1952.

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Carlos, adolescente

” […] El príncipe, nuestro señor, está dotado, gracias a Dios, de muy buenas disposiciones y de un gran carácter; aunque ha sido educado y es educado, todavía, alejado del mundo, y particularmente de los españoles, lo que es un inconveniente y lo será mucho más para cuando vaya por aquellas tierras. […] “

Informe del obispo de Badajoz, Alonso de Manrique, al cardenal Cisneros, arzobispo de Toledo. Bruselas, el 8 de marzo de 1516.

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Su carácter

De su educación, Carlos se forjó un carácter bastante autoritario, muy religioso y muy medieval. En él, dejaron hondas huellas las orientaciones de Adriano de Utrecht, tenía un culto al honor aristocrático muy pronunciado y un gusto específico por el arte de la guerra mediante el cual esperaba alcanzar la gloria al modo de los héroes antiguos. Su sentimiento religioso y su inclinación a las artes de la guerra le llevaron a desarrollar afanes de cruzada con matices de conceptos renacentistas. La cualidad que sobresale es un sentimiento de responsabilidad como gobernante, afrontó sus deberes sin regatear esfuerzos ni sacrificios. Tenía una voluntad de acero, una capacidad de resistencia y un gran sentido del deber. De su carácter se desprende también una tendencia a la soledad.

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Su educación

Carlos recibió una educación exquisita y muy cuidada en la corte de Malina. A lo largo de su infancia y de su adolescencia fue educado en el culto a sus ancestros. Una gran importancia fue concedida a su formación, sus primeros profesores fueron Juan de Anchiata y Juan de Vera. Fue educado por Adriano de Utrecht, futuro Papa Adriano VI, quien le dio las bases de su educación religiosa. Su gentilhombre de cámara fue su padrino Carlos de Croy hasta 1509, le sucedió Guillermo de Croy, señor de Chièvres, del que recibió una gran influencia en lo político. Margarita, su tía, y Adriano habían imaginado para Carlos una educación eminentemente humanística con teología, filosofía, latín, historia, algo de matemática, física, astronomía y además el adecuado complemento de artes marciales que todo caballero debía poseer. Sus compañeros de estudios eran hijos de nobles procedentes de los Países Bajos, de Alemania. El señor de Chièvres no intervino en la parte académica de sus estudios pero tomó a su cargo su formación física. Le enseñó a manejar la espada y la lanza, mejoró sus condiciones de jinete, le explicó los rudimentos del arte de la guerra. Le inculcó también los principios de la cabellería. Así, su educación constaba también de ejercicios de armas, pruebas de fuerza y de caza, que es la guerra en tiempos de paz, y también de muchas lecturas. Esas lecturas le hicieron penetrar en el mundo irreal de los cronistas borgoñones, Chastellain y sobre todo Olivier de la Marche. Creció en el ambiente de la Corte de Borgoña lo cual significa que creció en la magnificiencia de los palacios, en un ideal caballeresco de la nobleza y de la aristocracia y rodeado de una etiqueta muy estricta. De allí la introducción, a los nueve años, en la Orden del Toisón de Oro cuyas nociones de honor, defensa de la religión cristiana y lucha contra los herejes e infieles eran muy importantes. Durante los primeros años tras la muerte de su padre, también fue acostumbrádose a participar en ceremonias oficiales. Carlos hablaba francés, que era su lengua materna de la que se servía en la correspondancia con sus hermanos y hermanas, y flamenco. Su abuelo Fernando envió a Flandes a Luis de Vaca para que le enseñara el castellano.

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Infancia de Carlos

Carlos nace en Gante el 24 de febrero de 1500, es el segundo hijo de la pareja formada por el archiduque Felipe el Hermoso, hijo de Maximiliano de Habsburgo y de María de Borgoña, y de Juana de Castilla, hija de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando. A la hora de poner un nombre al niño, Juana y Felipe no están de acuerdo: Juana quiere llamarle Juan con referencia a su hermano y Felipe, Carlos en honor a su abuelo Carlos el Temerario. En definitiva le ponen el nombre de Carlos siguiendo así la tradición borgoñona: por tercera vez, después de un Felipe va a aparecer un Carlos. Es bautizado el 7 de marzo en la catedral de San Bavón bajo el retablo del cordero místico de Van Eyck y tiene como padrinos a Margarita de York (viuda de Carlos el Temerario), a Margarita de Austria (tía del niño, hermana de Felipe), al príncipe de Chimay, Carlos de Croy y al conde Juan de Bergen. La familia en la que nace Carlos no es feliz. El hogar paterno está en crisis:  la armonía de la Corte de Bruselas es destruida con el descubrimiento por Juana de la infidelidad de su marido. Las relaciones entre Felipe y su esposa son horribles con numerosas escenas de celos de Juana. Así, las vivencias de sus primeras semanas en los Países Bajos destrozan el resto de la tranquilidad de Juana, ya enferma sufriendo de esquizofrenia. Incluso después de un acontecimiento tan importante y alegre como el bautismo de su hijo, Juana regresa triste y sola a sus aposentos. A los veintiún meses de Carlos, sus padres van a España para serjurados en las Cortes como sucesores de sus abuelos, los Reyes Católicos. Los padres nunca han proporcionado al niño el calor y el amor de una verdadera familia. Para Carlos el año 1506 marca un cambio importante en su vida con la muerte de su padre  en septiembre en Burgos y el hecho de que la madre no vuelva de España. Carlos tiene una relación muy cercana con sus hermanos. Se cria en la Corte flamenca casi como un huérfano con el fallecimiento de su padre y la reclusión de su madre, debido a su locura, en Tordesillas a partir de 1507. A partir de entonces es su tía Margarita de Austria quién cuida a Carlos y a sus hermanos.

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