” […] Es de estatura mediana, no muy grande ni pequeño, de color tendente más al blanco que al rosado; de cuerpo muy proporcionado, pierna bellísima, brazo fuerte, la nariz un poco aguileña, pero poco; los ojos miopes, el aspecto grave, mas ni cruel ni severo. No tiene defectos; salvo en la quijada, que es tan ancha y tan larga que no parece natural, sino postiza, resultando que al cerrar la boca no concuerdan los dientes superiores con los inferiores y queda entre ellos un espacio del tamaño de un diente. […] Es religiosísimo, muy justo, sin ningún vicio, sin tendencia a la voluptuosidad, que es la de los jóvenes, ni se deleita con diversión alguna. A veces va a cazar, pero raramente. […] Es de pocas palabras y muy modesto; no se entusiasma cuando los acontecimientos le son favorables, ni se deprime en la adversidad. Cierto es que siente más el dolor que el placer, de acuerdo con su manera de ser, en que, como he dicho ya, predomina la melancolía. […] Tiene una cualidad poco recomendable por natural inclinación, según me dijo su confesor, con el cual llegué a tener amistad íntima: […] que recuerda las ofensas y no las olvida fácilmente.”
Gasparo Contarini, 1525, en Orestes Ferrara, El siglo XVI a la luz de los embajadores venecianos, Madrid, 1952.