” Se levantaba tarde, tras haberse vestido (siempre de seda o de paño, de forma austera, más como un gentilhombre sencillo que como un gran señor, aunque con mucha elegancia), oía una misa a título privado por el descanso del alma de la emperatriz. Acto seguido concedía audiencia y despachaba asuntos varios. Luego abandonaba sus aposentos y oía una segunda misa pública en la capilla. Tras la misa a la mesa, de tal manera que la frase devino proverbial en la Corte: de la santa misa a la mesa. Comía copiosamente y alimentos pesados para los humores, lo que explica la gota y el asma, dolencias de los que estaba aquejado y que en su madurez le harían sufrir mucho. La gota, en particular, le causaba tales dolores que temía morir de ellos; pensaba que no iba a durar mucho. Sin embargo, cuando estaba bien, no escuchaba las recomendaciones de sus médicos y obraba como si nunca hubiera de recaer; comía poco en la cena, pensando reparar de este modo los excesos del día. Después de comer volvía a conceder audiencia. En ocasiones permanecía solo, ocupándose en trazos de fortaleza o de un edificio, pero la mayoría de las veces tenía por costumbre platicar y divertirse con su enano polaco o con Adriano, su ayuda de cámara, y a menudo también con el barón Monfalconetto, su mayordomo; como este último era bromista e ingenioso, el emperador gustaba mucho su compañía. En ocasiones iba de caza con ocho o diez caballos, y casi siempre volvía con dos ciervos o dos jabalíes. Otras veces practicaba el tiro con las palomas o las cornejas y otros animales de la especie, y en estos pasatiempos no llegaba a gastar más de cien ducados al año, de tan atento como era con las cosas importantes. Usaba de la moderación para la vestimenta de corte, la de caballería y la de ordinario, hasta el punto que si al vestirse se le rompía un cordón, lo ataba de otro modo para no perder el tiempo haciendo que le trajeran otro. Su austeridad era tal que no había persona que obtuviera tantas cosas como él con diez escudos. Por otra parte, como los demás gastos no pasaban por sus manos, obraba como cualquier príncipe, dejando que sus servidores se ocuparan de tales asuntos, aunque ponía gran cuidado en hacerse explicar los detalles de sus asuntos y siempre quería saber en qué se empleaba el dinero, hasta el último escudo, de tanto como se preocupaba por lo suyo.”