BARTLETT, Wayne. Los Asesinos. (Átona, S.L.) 1ª ed. Barcelona: Crítica, 2009. 328 p. 978-84-9892-029-1.
Un buen libro basado en textos de Marco Polo, contrastados con otras fuentes que eliminan la parte “fantástica” que el mercader y explorador incluyó en buena parte de sus crónicas. Libro que cuenta mediante una historia, las características más relevantes de la famosa secta que se convirtió en toda una leyenda del Próximo Oriente.
Los hashshashiyyín, hashashins, hashishitas o nizaríes, eran una secta que, en su origen, seguía la doctrina de los ismaelistas, una corriente perteneciente a los chiitas. Tras un tiempo siguiendo este pensamiento, los ismalíes del actual Irán se escindieron del resto para actuar de forma independiente con una doctrina casi única, llamándose desde este momento nizaríes.
La educación que recibía esta secta estaba fundamentada en el entrenamiento de las artes de guerra y el estudio de la religión fatimí (eran guerreros religiosos), y su única meta era castigar a quienes no seguían los dictámenes que, según ellos, estaban ocultos entre líneas en el Corán. Al contrario que en la trama del videojuego, los nizaríes actuaban contra los propios musulmanes que no cumpliesen la palabra de Alá (aunque es verdad que asesinaron a algunos cristianos como es el caso de Conrado de Montferrado, que iba a ser coronado rey de Jerusalén) y no eran aquellos guerreros con capacidad de practicar “parkour” y que asesinaban templarios que la franquicia Assassin’s Creed ha creado.
Los nizaríes se dividían jerárquicamente de mayor a menor nivel en dais, refik, fedayines y lassik. Mientras que los lassik eran los encargados de realizar tareas domésticas y los trabajos de menor categoría, los fedayines eran los que actuaban y realizaban los asesinatos, trabajando, por lo general, en grupos de seis. Aun así, si uno o varios de ellos tenían que abandonar su misión, usualmente por el riesgo a ser detectados antes de poder llegar a su víctima, el resto debían proseguir hasta haber finalizado su tarea. El desprecio a su propia vida los hacía verdaderas armas letales.
Los nizaríes actuaron de forma continua hasta inicios del siglo XIII, cuando tuvieron que enfrentarse al Imperio Mongol en Irán y al avance de los mamelucos en Siria. Es entonces cuando sus fortalezas son destruidas y Alamut es reducida a los escombros que hoy día aun se conservan, como restos de lo que fue un grupo de terroristas que difundió temor allí donde existió corrupción en el mundo musulmán.