La guerra en los Países Bajos fue el mayor problema de Felipe II. Se originó por el descontento de los sectores burgueses ante los fuertes impuestos, por el surgimiento de un sentimiento nacionalista y por el conflicto religioso, al extenderse el calvinismo en la zona norte. La primera rebelión se produjo en la región de Flandes, en 1566, y contó con el apoyo de Francia e Inglaterra, deseosa de minar el poder de la Corona española. Al frente de los rebeldes estuvieron los condes de Horn y de Egmont y, después Guillermo de Nassau, príncipe de Orange. Para combatirlos, Felipe II envió a los tercios con sus mejores generales al frente: el duque de Alba, Luis de Requesens, Juan de Austria y Alejandro Farnesio, que ejercieron una dura represión.
Finalmente, en 1579, el sur de los Países Bajos, católico, aceptó la obediencia a Felipe II, pero el norte, las futuras Provincias Unidad de Holanda, mayoritariamente calvinistas, continuaron la lucha por la independencia. La rebelión nunca fue controlada y Felipe II acabó designando a su hija Isabel Clara Eugenia, gobernadora con derecho a sucesión. Pero al no tener ésta descendencia, los Países Bajos revirtieron a la Corona española en el siglo XVII, y se reabrió el conflicto.
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