Ordóñez propone una revisión del arte donde lo intelectual prima sobre lo emocional.
En 1519, con ocasión de la investidura de los caballeros de la Orden del Toisón de Oro por el emperador Carlos, el cabildo catedralicio de Barcelona encargó a Bartolomé Ordóñez terminar el coro de su catedral, para el que realizó unos relieves con los temas del Juicio y Martirio de Santa Eulalia, a la que se consagra el templo.
Ordóñez concibe un trascoro de un marcado carácter arquitectónico, algo que le pone en relación directa con la teoría artística del renacimiento, para la cual, la arquitectura era la más elevada y compleja de las artes. Así, crea una fachada en la que, sobre un friso de sillares de color marrón oscuro, se disponen entre columnas los relieves mencionados. El dispositivo es totalmente clásico, y contrasta en comparación con el coro, de estilo gótico. Sin embargo, a los canónigos de la catedral les importó más que la nueva obra fuera del gusto cortesano y agradara a Carlos I.
En los relieves, las figuras presentan un absoluto clasicismo, de modo que sus perfiles son clásicos, sus actitudes serenas y elegantes, y el tratamiento de los paños bebe de los modelos romanos, que Ordóñez conoció de primera mano. En momentos tan críticos como el juicio y el martirio de la Santa titular de la Catedral, ésta mantiene una actitud tan reposada que no la libra de cierta frialdad. Ante la expresividad gótica y flamenca, Ordóñez propone una revisión del arte donde lo intelectual prima sobre lo emocional.
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