Escultura del XVI

Desde comienzos del siglo XVI, la escultura, de un marcado goticismo por influjo francés y flamenco, empieza a reflejar la influencia renacentista, aunque el gusto goticista tardaría en desaparecer. Este gusto influiría en la creación de una escultórica española curiosa y original, acorde con la espiritualidad gótica y que entroncará a la perfección con la teatralidad barroca.

En cuanto a materiales, se usaron el mármol, el alabastro y en algunos casos el bronce. Sin embargo, será la talla en madera la que irá creciendo en frecuencia, pues es un material asequible tanto económica como técnicamente. Estas tallas en madera serán policromadas, dándoles verismo y ocultando la relativa pobreza del material. Comienza a gestarse entonces lo que será una de las muestras más originales del arte español y que contará con mejores artistas durante los siglos XVI y XVII, la imaginería.

San Jerónimo penitente, de Pietro Torrigiano

No en madera, sino en barro cocido, creará Pietro Torrigiano una de las esculturas religiosas cumbre del arte español, su San Jerónimo penitente. Pietro Torrigiano es uno de los artistas florentinos que se traslada a España a inicios del XVI y a los que debemos la introducción del renacimiento en nuestro país. No obstante, en este San Jerónimo, Torrigiano interpretó a la perfección el gusto popular sevillano, obviando incluso su bagaje renacentista. Se trata de una escultura de cuerpo delgado y realista, que se convertiría con el tiempo en un verdadero tratado de anatomía y ejemplo de buen hacer para la escuela sevillana de escultura.

Sepulcro de los Reyes Católicos, de Fancelli

Junto con Torrigiano, en el primer tercio del XVI destacarán otros dos italianos, Doménico Fancelli y Jacopo Florentino. Mientras que el primero, Fancelli, realizaría una magna obra marmórea en el sepulcro de los Reyes Católicos de la Capilla Real de Granada; el segundo, Florentino, que también sería arquitecto, sufriría en escultura el mismo proceso que Torrigiano y acabaría realizando una escultura en madera de gran hondura espiritual, como ocurre con su grupo de El Santo Entierro.

Entierro de Cristo, de Jacobo Florentino
Sepulcro de Don Felipe y Doña Juana, de Bartolomé Ordóñez

Al margen de la importante obra de estos artistas italianos, hubo grandes escultores españoles en este primer tercio de siglo. Destacan Felipe Bigarny, Bartolomé Ordóñez y Damián Forment. Bigarny representa el más claro ejemplo de transición entre gótico y renacimiento, como muestra en su retablo de la Capilla del Condestable en la Catedral de Burgos, donde se combina el recargamiento gótico con una distribución de espacios renacentista. En cuanto a Ordóñez, en su sepulcro para los reyes Felipe el Hermoso y Juana la Loca hace gala de una depurada técnica y de una perfecta mezcla de la idealización renacentista y la religiosidad expresiva hispana.

 

Retablo del Condestable, de Bigarny
San Sebastián, de Alonso Berruguete

Durante el segundo tercio de siglo, la escultura comenzará a hacerse totalmente peculiar, de manera que tenderá a expresar la intensa espiritualidad religiosa, por lo que los principios de elegancia y sobriedad del renacimiento serán reinterpretados e incluso obviados en algunos momentos. En este periodo destacan Alonso Berruguete (hijo del pintor Pedro Berruguete) y Juan de Juni, dos de las grandes personalidades artísticas del XVI, incluidas dentro del manierismo expresivista, opuesto al manierismo romanista, de raigambre miguelangelesca y representado en España por Gaspar Becerra.

Alonso Berruguete tuvo oportunidad de viajar en su juventud a Italia, de modo que a su regreso había asimilado, de manera muy temprana, los principios manieristas en los que había ido degenerando el Alto Renacimiento. Construye así un estilo muy personal y de gran expresividad, basado en la distorsión, la inestabilidad y el alargamiento de las figuras, sin buscar una belleza superficial o material en aras de una mayor intensidad y trascendencia religiosa. Ejemplo de ello es su escultura de San Sebastián, de alargamiento anatómico imposible, inestabilidad compositiva y pronunciada estilización manierista..

Juan de Juni, de origen francés pero de obra vallisoletana, mostró un interés por lo colosal y lo teatral que sin duda hemos de considerar uno de los precedentes del barroco español. Aunque se inició en el clasicismo formal, exploró las opciones que la escultura española ofrecía y rápidamente incorporó efectos manieristas y prebarrocos, de modo que las figuras interactúan entre sí y con el espectador, con una honda expresividad y patetismo. Estas figuras se insertan en composiciones simétricas y cerradas, donde los personajes son corpulentos y de una apariencia naturalista, tendente a la fealdad incluso, aunque presentan vestiduras de rica policromía. El mejor ejemplo de este tipo de escultura, precedente directo de la imaginería procesional, es el Santo Entierro de Cristo, grupo que sintetiza los auténticos valores escultóricos españoles a partir de ese momento: teatralidad, dramatismo y expresividad religiosa.

Entierro de Cristo, de Juan de Juni
Carlos V, por Leone y Pompeo Leoni

No podemos hablar de la escultura del siglo XVI en España sin mencionar el estelar -por su alta calidad y también rapidez– paso de la familia de los Leoni por nuestro país. Leone Leoni y su hijo Pompeo eran valorados escultores del norte de Italia que trabajaron para grandes cortes y nobles europeos. Para Carlos I de España, más conocido como el emperador Carlos V, desarrollaron sus más importantes y valoradas obras. Así, España contó con una serie de retratos regios de una gran modernidad y monumentalidad, enlazados directamente con el renacimiento italiano pero también con los valores heroicos vinculados a una figura como la del Emperador. Estos escultores trabajaron principalmente el bronce y el mármol, y a pesar de la alta calidad de sus obras, no tuvieron una gran repercusión ni continuidad en el contexto artístico hispano, que disfrutaba recreándose en los estilos de Berruguete, Juni o Siloé, base de la escultura española posterior.

Por influencia de estos tres grandes artistas, la escultura devocional en madera policromada, ya fuera destinada a retablos o a exposición exenta o incluso procesional, acapararía gran parte del último tercio del siglo XVI, un periodo de transición entre el arte del XVI y el barroco del XVII.

A partir de este momento, las tendencias escultóricas gravitarán en torno a Castilla y Andalucía.

Cristo de la Expiración o “del Museo”, de Marcos Cabrera

En Castilla las formas barrocas serían prontamente asumidas por la influencia de las obras de Juni y Berruguete. Artistas como Francisco del Rincón, a caballo entre los dos siglos y primer codificador del paso procesional en el XVII, recogería las enseñanzas de Berruguete y crearía un estilo personal y fundamental para Gregorio Fernández, principal escultor castellano del primer tercio del siglo XVII.

Por otro lado, en Andalucía el sustrato clásico era mucho mayor que en Castilla, gracias a la presencia de artistas que sí asumieron algunos postulados renacentistas, como el citado Diego de Siloé o el propio Pietro Torrigiano. Así, encontramos en los escultores sevillanos actitudes muy clasicistas, como ocurre con Jerónimo Hernández y su Cristo Resucitado; y también manieristas, como con Marcos Cabrera y su Cristo de la Expiración para la Hermandad del Museo, de un atrevido dibujo serpenteante y movimiento en escorzo. Esta pervivencia del clasicismo en Andalucía se evidencia en la personalidad artística del gran Juan Martínez Montañés, fundamental figura de la escultura de principios del siglo XVII en España, y al que no cabe considerar como un autor barroco. Su San Cristóbal para la Iglesia de El Salvador de Sevilla, todavía del XVI (1597), así nos lo demuestra.

San Cristóbal, de Martínez Montañés

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