Habéis destruido lo que era único en el mundo, y habéis puesto en su lugar lo que se puede ver en todas partes.
Con estas palabras sentenció Carlos I la construcción que, dentro de la misma mezquita aljama de Córdoba, habían comenzado a construir Hernán Ruiz, el Viejo, y su hijo, Hernán Ruiz II.
En realidad, había sido el mismo emperador el que había intercedido, años antes, por la opción que defendía que se había de construir, en la mezquita cordobesa, un templo cristiano, pues el hacerlo o no había levantado debates y discusiones entre los prelados y autoridades que habían de decidir. No obstante, y como es evidente, el emperador no quedó satisfecho con la obra, que inserta justo en el centro de la mezquita, destruía su espacio interior.
Hernán Ruiz, el Viejo, al recibir el encargo de construir esta iglesia, comenzó a idear un proyecto de reminiscencias góticas; sin embargo, al asumir las obras Hernán Ruiz II, éste plantea un dispositivo arquitectónico mucho más clásico, acorde con sus obras de la catedral de Sevilla. No obstante, esta fábrica de la catedral cordobesa no alcanza la calidad de aquellas ni el eclecticismo tan bien resuelto de la Giralda. A ello hay que añadir que las obras no fueron finalizadas por los Ruiz, sino que tras ellos, otra generación de arquitectos y artistas se ocuparían de las mismas, llevándolas hacia el barroco y creando un auténtico pastel sobre el mejor ejemplo de arquitectura islámica del mundo.
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