En pintura, el siglo XVI supone la penetración y surgimiento del renacimiento y la transición entre el gusto flamenco y el estilo italianizante. El siglo XV había supuesto la consolidación del gótico en arquitectura y del gusto flamenco en pintura. Así, dado que la pintura flamenca seguía respondiendo a las necesidades de la clientela y a la capacidad técnica de los artistas, seguirá ejecutándose este tipo de pintura realista, detallista y de rico colorido, con un profundo interés por los paisajes y los interiores, y generalmente vinculada a la temática religiosa y devocional, de gran peso en España.
Las formas renacentistas italianizantes se introdujeron en España a través, principalmente, del litoral mediterráneo. La corona aragonesa, gracias a su vinculación con Italia, recibió prontamente el influjo de la pintura renacentista; sin embargo, en Castilla y el interior de la península las formas flamencas y goticistas pervivieron gracias a su impulso por parte de los Reyes Católicos. En parte por esta razón, las mejores muestras de arte renacentista en España no son sólo de carácter autóctono, sino que existen en nuestro país grandes ejemplos de renacimiento italiano y europeo, gracias a las colecciones reales de Carlos I y Felipe II.
En el primer tercio del siglo XVI, la pintura sigue ligada a los elementos flamencos propios del gótico, introduciéndose en algunos momentos elementos italianizantes, lo que convierte a este periodo en un tiempo de transición; ejemplo de esta transición serían las pinturas de Rodrigo y Francisco de Osona, que trabajaron fundamentalmente en Valencia, que suele considerarse como el punto de entrada del renacimiento. De hecho, es en esta ciudad donde, ya en 1474, aparece una importante muestra de arte de estela cuatrocentista italiana. Se trata de los frescos de la bóveda del altar mayor de la catedral, obra de Paolo de San Leocadio y Francesco Pagano. Estos pintores, procedentes del norte de Italia, representan en esos frescos a una serie de ángeles cantores, que muestran las principales características del arte de finales del Quattrocento italiano, tales como un dibujo muy bien definido y estudiado, unos volúmenes bien conseguidos y una apariencia general idealizada directamente desde el natural. No obstante, estos frescos se ciñen a las exigencias de la clientela, y por ello presentan los fondos estrellados y los reflejos dorados propios del gusto gótico. Además, y a pesar de la prontitud con que San Leocadio y Pagano pintan estos frescos, no fueron más que una muestra más bien aislada de arte renaciente y no influyeron en el panorama artístico del momento.
En Valencia desarrolló gran parte de su obra Fernando Yáñez de Almedina, que de manera muy temprana mostró un estilo muy cercano al de Leonardo Da Vinci. El difuminado de los rostros y la importancia mímica de los gestos son elementos que le acercan a este artista italiano, como vemos en su obra maestra y una de las puntas de lanza de la pictórica española del XVI: Santa Catalina, una obra de entre el 1505 y el 1510. Junto a Yáñez, Hernando de los Llanos trabajó en las pinturas del retablo mayor de la Catedral valenciana.
En Castilla, será Pedro Berruguete, padre de Alonso Berruguete, uno de los primeros artistas que muestre la influencia renacentista y la combine con su formación flamenca. Sus obras presentan gran cuidado en el espacio y las perspectivas, aunque no pierde el gusto por los detalles minuciosos y la introducción de elementos flamencos goticistas, tales como fondos planos dorados. Su hijo, el destacado escultor Alonso Berruguete, introducirá también en pintura los avanzados elementos manieristas que importa de Italia y que tan característica hacen su obra escultórica.
También en Castilla, Juan de Borgoña mostró actitudes artísticas próximas al renacimiento, debido a su formación italiana. En sus obras, la composición es clara y las escenas se enmarcan en paisajes amplios o arquitecturas clásicas, con personajes muy idealizados.
Por su parte, en Andalucía será Alejo Fernández quien destaque en el primer tercio de siglo, reuniendo en su pintura las tendencias flamencas e italianas y mostrando a los protagonistas de sus obras, con frecuencia Cristo y la Virgen, en arquitecturas renacientes y entre personajes que se asemejan a la aristocracia y la burguesía italiana. La obra de Fernández en sus últimos momentos coexistirá con la pintura de razón manierista del segundo tercio de siglo, como la de Pedro de Machuca o Pedro de Campaña. Campaña, nacido en Bruselas, y tras su periplo europeo e italiano, recala en España y en concreto, en Sevilla. Allí, introducirá el manierismo rafaelesco, basado en los principios estilísticos del maestro Rafael, como apreciamos en sus pinturas para el retablo de la Iglesia de Santa Ana, en Triana (Sevilla). En cuanto a Machuca, es uno de los artistas cumbre del siglo XVI, reconocido por su diseño del Palacio de Carlos V en la Alhambra de Granada y por su producción pictórica, de un marcado carácter manierista, que funde con tremenda coherencia los estilos miguelangelesco, rafaelesco, leonardesco e incluso veneciano.
Valencia, en el segundo tercio de siglo, seguía siendo un importante puerto al que llegaban influencias culturales y artísticas de todo el Mediterráneo. Fue de esta manera como Juan de Juanes conoció de primera mano obras italianas, muchas de ellas de Sebastiano del Piombo, y así fue asumiendo las composiciones y dulzura rafaelescas, el sfumatto leonardesco y el colorido veneciano. En su conocida Santa Cena vemos cómo Juanes construye un estilo sosegado, amable y de fácil comprensión.
De los años centrales de siglo no podemos olvidar a Luis de Morales, divulgador de temas piadosos de hondo misticismo, con figuras alargadas y expresivas, de suave sfumato leonardesco, amabilidad rafaelesca y detallismo flamenco.
En cuanto al último tercio del XVI, la producción de más elevada calidad la encontramos gravitando alrededor de Felipe II, la construcción de El Escorial y la corte. Gran cantidad de artistas italianos llegaron al monasterio escurialense con el objetivo de ocuparse de alguna de las numerosas obras que habían de decorar la construcción, como Tibaldi o Zúccaro. Uno de los autores españoles que se encargarán de alguna de esas obras será Juan Fernández de Navarrete, de importante influencia veneciana y gusto por ambientes casi tenebristas.
En Madrid el más importante de los retratistas de la corte es Alonso Sánchez Coello, que conjuga el virtuosismo flamenco de su maestro Antonio Moro con la riqueza decorativa de los venecianos y el interés psicológico por los retratados, con ciertas dosis de idealización. Su discípulo Juan Pantoja de la Cruz introducirá el detallismo en vestidos y joyas.
Pero sin duda el pintor más importante y original de este siglo es Doménikos Theotokopoulos, “El Greco“. Procedente de Creta, y tras recalar durante meses en Italia, llega al Escorial, de donde pasará a Toledo y se asentará definitivamente. El estilo manierista que construye el Greco es sin duda uno de los más personales de toda la historia del arte español, en el que se unen las diferentes influencias cretense, romana, veneciana y española que ha recibido, dando lugar a obras de una tremenda peculiaridad.
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