Garcilaso y el duque de Alba no solo fueron compañeros de viaje en batallas, sino amigos íntimos que se conocían perfectamente el uno al otro, incluyendo el conocimiento que Garcilaso siempre tuvo de los amores y sentimientos del gran duque de Alba.
Una prueba de ello es ver cómo Garcilaso recordó en algunos de sus versos de qué modo el joven duque de Alba postergó su ardor por la guerra y cruzó la Península a toda prisa para reunirse con su dama, a la que no veía desde hacía dieciséis meses:
En amoroso fuego todo ardiendo
el duque iva corriendo y no parava;
Cataluña pasaba, atrás la dexa,
ya d’Aragon s’alexa, y en Castilla
sin baxar de la silla los pies pone.
El coraçon dispone al alegria
que vecina tenia, y reserena
su rostro y enagena de sus ojos
muerte, daños, enojos, sangre y guerra;
con solo amor s’encierra sin respeto,
y el amoroso affeto y zelo ardiente
figurado y presente está en la cara.
El poeta también estuvo presente para ver cómo los ojos de María se llenaban de lágrimas de alegría:
Y la consorte cara, pressurosa,
de un tal plazer dudosa aunque lo vía,
el cuello le deñía en nudo estrecho
de aquellos braços hecho delicados;
de lágrimas preñados, relumbravan
los ojos que sobravan al sol claro.
Con su Fernando caro y señor pío
la tierra, el campo, el río, el monte, el llano
alegres a una mano estavan todos.