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¡Que viene el duque de Alba!

La expresión ¡Que viene el duque de Alba! es, además del subtítulo de este blog, la frase que los belgas y holandeses aún utilizan para asustar a los niños cuando no comen o tardan en irse a la cama. Ello explica el mal recuerdo dejado en los Países Bajos por los tercios españoles cuando Felipe II intentó mantener entero el imperio a toda costa.

Al contrario de lo que pasaba con los ejércitos de otros países, los reclutamientos obligatorios de los Tercios de Flandes tenían un carácter permanente y para poder reclutar esta carne de cañón se recurrió a todo lo posible: mendigos, traperos e incluso presidiarios, a los que se les indultaba por las fechorías cometidas. Los menos eran los voluntarios, entre quienes había algún noble que se financiaba el viaje.

Pero su apogeo se sitúa a partir de 1567, cuando fueron mandados por Fernando Álvarez de Toledo, el gran duque de Alba. Él fue quien introdujo allí leyes y sistemas recaudatorios castellanos, además de perseguir a rebeldes y protestantes, pero a la postre no consiguió atajar la revuelta.

A los soldados se les adiestraba con premura en una enseñanza práctica para entrar en combate y se les inculcaba una disciplina muy férrea. El arcabuz (antecesor del fusil), la pica y la espada eran las señas de este ejército, ya que fueron los primeros en combinar las tres armas del momento. También se dio gran importancia al aspecto moral de las tropas, que tenían un código de honor que hacía de la fidelidad y la camaradería un ritual del buen comportamiento.

La guerra de Flandes duró ochenta años y su coste desangró las arcas españolas y arruinó el orgullo nacional, además de extender como un reguero de pólvora las maldades atribuidas a los soldados españoles. Los recuerdos que dejaron allí hablan de saqueos, violaciones y excesos de los soldados que pasaban con su cortejo de meretrices engalanados en paños de oro.

Por otro lado, Flandes se había caracterizado, históricamente, por su ingobernabilidad. La corrupción y la dispersión del poder llevaron a Carlos V a acometer el primer intento de organización, totalmente fracasado. La posibilidad de configuración de un estado viable en los Países Bajos se debe al duque de Alba, y algunas de sus medidas más polémicas las imitó luego Guillermo de Orange sin encontrar resistencia.

El duque de Alba, al fin y al cabo, era un tirano extranjero. Fue precisamente su intento de limitar el poder de la nobleza y establecer una proporcionalidad impositiva lo que le costó su prestigio. Luego, no supo reaccionar como convenía, mientras el rey permanecía en la corte, entre la pereza y la indecisión.

Pese a la mezquindad del Rey, el duque de Alba le sirvió fielmente hasta el final. Quejándose, pero obedeciendo hasta, literalmente, el último aliento. Su labor permitió al Rey Católico conservar los dominios italianos, quizá los flamencos, y además le ganó un imperio en 52 días, Portugal. Fue, sin duda, uno de los grandes hombres de su época.

Lo que está claro es que las medidas de gobierno del duque de Alba contribuyeron a ganarle muchos enemigos y perjudicaron tanto su imagen como la de España.