El enemigo público número uno de los españoles era la distancia. Las tardanzas y las separaciones ocasionadas por la distancia complicaron todos los actos de gobierno, desde la transmisión continua de órdenes y noticias hasta el despacho de metal precioso y el movimiento continuo de tropas. A mayor distancia, mayor la separación y mayor la demora.
La necesidad de hacer frente al desafío de la distancia dio lugar a un número de importantes respuestas administrativas. Un ordenado sistema de correos con sus estaciones se extendió por el continente, uniendo las capitales con los centros comerciales, transmitiendo cartas, llevando noticias. Para el transporte de metales preciosos y de mercancías se organizó un servicio regular de carreteros y convoyes, entre los centros comerciales se movían continuamente caravanas de mulas o de largas carretas. Sin embargo, el traslado de un ejército presentaba problemas de muy diversa magnitud. Mientras que los correos pasaban de uno en uno o de dos en dos, y mientras que las mulas o carretas cargadas de mercancías lo hacían de cien en cien como mucho, las tropas viajaban por millares. Su paso a través de territorios en paz era lento, irregular; necesitaban alojamiento y víveres.
Estos movimientos de masas plantearon muchos y difíciles problemas de naturaleza puramente técnica. Los soldados necesitaban protección política contra el peligro de ataque mientras se dirigían al frente. Había que conjugar la rapidez con la seguridad. En consecuencia los diferentes estados europeos crearon una red de lo que podríamos llamar «corredores militares»: itinerarios reconocidos que conectaban a un ejército en servicio activo con las lejanas tierras donde había sido reclutado. Los corredores militares significaron un paso importante hacia la solución de los dos problemas, el técnico y el político, que implicaban los movimientos militares en tiempos de paz, ya que regularon el desplazamiento de tropas, haciendo posible la preparación por adelantado de los servicios básicos bajo garantía de protección diplomática permanente.
Debido a que el Ejército de Flandes reclutaba la mayor parte de sus tropas en el extranjero, muy lejos de los Países Bajos, dependía exclusivamente de sus corredores militares. Existía cuatro arterias por las que llegaban al Ejército sus recursos humanos, dos por mar y otras dos por tierra.
La menos importante de estas arterias era la ruta marítima desde las islas Británicas. En primer lugar, los primeros contingentes de soldados ingleses, irlandeses y escoceses que se incorporaron al Ejército de Flandes estaban ya en los Países Bajos. Muchos de los refuerzos que llegaron a estas unidades eran ingleses inconformistas que organizaron por su cuenta la travesía. El reclutamiento directo para el Ejército de Flandes no comenzó hasta la paz anglo-española de 1604. Casi inmediatamente un regimiento entero fue reclutado en Inglaterra por Thomas, lord Arundel, y otro en Irlanda por Henry O’Neill. Este repentino éxodo alarmó a la Inglaterra protestante. En mayo de 1606 el Parlamento declaró culpables de felonía a los ingleses que sirviesen a un príncipe extranjero, a no ser que antes prestaran juramento de adhesión a Jaime I y ofrecieran garantías de no reconciliarse con la Iglesia de Roma. En realidad, esta restricción apenas surtió efecto antes de abril de 1607, fecha en que cesaron las hostilidades declaradas en los Países Bajos y fecha a partir de la cual ya no fueron necesarios más reclutamientos en Inglaterra. Al expirar la Tregua de los Doce Años en 1621, la situación de Inglaterra era mucho más desfavorable para España, e intensos reclutamientos para el Ejército de Flandes elevaron el contingente de británicos a 4.000 para 1623. Este número bajó durante la guerra hispano-inglesa (1625-1630), pero volvió a aumentar poco después de la Paz de Londres: a lo largo de los años treinta sirvieron en el Ejército de Flandes unos 4.000 soldados británicos. La situación se modificó de nuevo en la década de los cuarenta cuando la Confederación de Kilkenny en Irlanda y el estallido de la Guerra Civil (1641-1642) redujeron las disponibilidades de potencial humano británico para las guerras de los Países Bajos. No volvieron a llegar más tropas de aquella procedencia hasta que la victoria del Parlamento, primero en Inglaterra y después en Irlanda, ocasionó la migración de muchos grupos de realistas y católicos derrotados, de la cual se beneficiaron España, Francia y los Países Bajos españoles. Después de 1605 todos los contingentes de tropas británicas se reclutaron mediante asiento o contrato, y el transporte de las tropas corrió a cargo del gobierno inglés o bien de los asentistas. En realidad, una parte del dinero que se pagaba a los asentistas por cada hombre que traían a Flandes era para cubrir los costes y riesgos del transporte. Sólo en raras ocasiones se emplearon los barcos de la armada de los Países Bajos. Los barcos de cabotaje solían transportar a los reclutas desde Waterford, Southampton o desde algún otro puerto directamente hasta Dunquerque u otro puerto del norte de Francia (Calais, por ejemplo), dejando que los soldados hicieran el resto del viaje a pie —procedimiento bien acogido, sin duda, por los propios viajeros, muchos de los cuales no volvían a recobrarse de las horribles condiciones en que viajaban en aquellos superpoblados transportes.