Mientras tanto, en Bruselas, el adolescente Carlos fue llevado al Consejo para oír de los labios de sus mayores que ya no se le permitiría desposarse con la princesa María de Inglaterra. El Consejo que se inclinaba en favor de Francia, no les supuso mucho pesar darle aquella mala noticia.
Carlos no tenía más de catorce años, no obstante contaba también con una parienta, una tía que se encargó de avivar su concepto de la propia importancia. Compareció, pues, ante sus consejeros dominado por la ira y el desconcierto.
– Endendámonos, ¿se me va a dar la esposa que se me prometió?
–Señor – le dijeron -, vos sois muy joven; y como el Rey de Francia, que es el primer Monarca de la Cristiandad, no tiene esposa, es a él a quien corresponde escoger primero.
Cuenta un veneciano que entonces el príncipe, que vio desde la ventana a un hombre que llevaba un halcón, llamó a un consejero amigo y le dijo:
–Sal y tráeme ese halcón.
–Yo conozco a ese pájaro – le contestó el interpelado – Se trata de un halcón muy joven, que aun no sabe cazar. No os conviene.
–Os suplico que salgáis a comprármelo.
El consejero titubeó, y Carlos le dijo:
–Venid conmigo.